CONJETURAS: GASTRITIS? O ANEMIA?
Alvaro Cepeda Neri
Dictamen sin credibilidad
Arriba, en la cúpula de los poderes y en el tráfico de complicidades, todo se arregla. Pero sus decisiones y acuerdos no tienen credibilidad entre los gobernados, atentos, como es una obligación política en la democracia republicana. Encubrimiento e impunidad son las dos caras de la moneda de nuestro sistema presidencialista, protegido y mantenido en sus resabios autocráticos-autoritarios, por los poderes Legislativo y Judicial, que todavía no son pesos y contrapesos.
Dictaminó Calderón que la muerte de la anciana Ernestina Ascensio fue por “gastritis crónica no atendida”. Y agregó: “No hay rastros de que haya sido violada”. Sentencia que de inmediato acataron, como cierta, los nuevos peritajes. La opinión pública, estupefacta, recibía una nueva versión de los hechos. Y agregaron, a la gastritis presidencial, para relativizar su absolutismo, que también acusaba la indígena una arraigada anemia. Ésta y aquella las causas de su fallecimiento.
Ya no había sido abusada sexualmente, por militares o no, ni presentaba ampliación rectal por penetraciones que habían dañado su hígado y los intestinos. No la mataron. Se murió porque se tenía que morir: por pobre, por indígena y porque no tenía derechos humanos. Siete horas estuvo en terapia intensiva y los médicos, sin sospechar que habría arreglos entre los de la élite, para encubrir a los responsables, asentaron en sus actas que la mujer presentaba, además, traumatismo craneoencefálico que, sumado a los abusos sexuales, la precipitaron a la muerte, tras una agonía aterradoramente prolongada.
Pero había que hacer prevalecer la sentencia calderonista, aún en contra de los hechos. El “señor presidente” no se equivoca. El sabe cuál es el bien para los mexicanos, le dijeron que fue una gastritis, le añadieron un mucho de anemia (los pobres deben tener éste mal) y san se acabó. Los dueños del poder en la democracia indirecta, unificaron su dictamen. Pero ya nadie les creía. Sobre sus resoluciones administrativas, legislativas y judiciales (¡y hasta de peritajes médicos de Los Pinos!), la notoria falta de credibilidad. La democracia directa, legitimada por el republicanismo de la intervención del pueblo, divorciada de sus representantes.
Arriba, en la cúpula de los poderes y en el tráfico de complicidades, todo se arregla. Pero sus decisiones y acuerdos no tienen credibilidad entre los gobernados, atentos, como es una obligación política en la democracia republicana. Encubrimiento e impunidad son las dos caras de la moneda de nuestro sistema presidencialista, protegido y mantenido en sus resabios autocráticos-autoritarios, por los poderes Legislativo y Judicial, que todavía no son pesos y contrapesos.
Dictaminó Calderón que la muerte de la anciana Ernestina Ascensio fue por “gastritis crónica no atendida”. Y agregó: “No hay rastros de que haya sido violada”. Sentencia que de inmediato acataron, como cierta, los nuevos peritajes. La opinión pública, estupefacta, recibía una nueva versión de los hechos. Y agregaron, a la gastritis presidencial, para relativizar su absolutismo, que también acusaba la indígena una arraigada anemia. Ésta y aquella las causas de su fallecimiento.
Ya no había sido abusada sexualmente, por militares o no, ni presentaba ampliación rectal por penetraciones que habían dañado su hígado y los intestinos. No la mataron. Se murió porque se tenía que morir: por pobre, por indígena y porque no tenía derechos humanos. Siete horas estuvo en terapia intensiva y los médicos, sin sospechar que habría arreglos entre los de la élite, para encubrir a los responsables, asentaron en sus actas que la mujer presentaba, además, traumatismo craneoencefálico que, sumado a los abusos sexuales, la precipitaron a la muerte, tras una agonía aterradoramente prolongada.
Pero había que hacer prevalecer la sentencia calderonista, aún en contra de los hechos. El “señor presidente” no se equivoca. El sabe cuál es el bien para los mexicanos, le dijeron que fue una gastritis, le añadieron un mucho de anemia (los pobres deben tener éste mal) y san se acabó. Los dueños del poder en la democracia indirecta, unificaron su dictamen. Pero ya nadie les creía. Sobre sus resoluciones administrativas, legislativas y judiciales (¡y hasta de peritajes médicos de Los Pinos!), la notoria falta de credibilidad. La democracia directa, legitimada por el republicanismo de la intervención del pueblo, divorciada de sus representantes.