ASIMETRIAS
Diario Libertad: Fausto Fernández Ponte
Rescatar el Campo
I
Todos sabemos que el campo mexicano vive en la desolación, tanto en lo económico como en lo político y, ya no se diga, en lo social, cultural y, desde luego, lo político. La desolación es literal: tierras baldías, improductividad y pobreza. Mucha pobreza.
Adviértese un correlato macabro entre la pobreza en el campo --como secuela-- y el abandono de tierras. La migración de campesinos a los centros urbanos de nuestro país y a Estados Unidos tiene dialéctica propia, la de causal y, a la vez, efecto.
Esa condición --de causal y efecto-- se manifiesta simultáneamente en ambos sentidos. Siendo causal, a la vez, efecto. Y siendo efecto es, en su turno, causal. Es un círculo sin fin --interminable--, perverso. Pero no es irrompible.
Dígase en lenguaje llano, la agricultura mexicana no produce lo suficiente para satisfacer nuestras necesidades alimenticias, las cuales son crecientes y obliga a la importación de alimentos básicos, sobre todo de Estados Unidos.
La improductividad del campo mexicano tiene causales asaz complejas, pero se sincretizan en una mayor, la de que la forma de organización económica prevaleciente es inviable en términos de produccción y, desde luego, de productividad.
También es inviable esa forma de organización económica prevaleciente en términos sociales, pues tiene consecuencias que laceran el alma nacional: es en el campo donde la pobreza crece exponencialmente con respecto a otros estamentos de la sociedad.
II
Caso en punto es el de la producción del maíz. Este grano, vinculado inextricablemente a la identidad mexicana --suélese decir que en México sin maíz no hay país-- se produce sólo para fines de consumo de subsistencia.
El campesino mexicano siembra para sí mismo, mas no para el mercado, pues no existe una infraestructura jurídica y productiva que permita producir en suficiencia social y satisfacer, así, las necesidades del consumo nacional.
Como actividad económica, la agricultura en México --bajo un régimen jurídico de propiedad privada que privilegia la producción de bienes orientada a exportar-- es dominada por intereses de consorcios trasnacionales, particularmente de Estados Unidos.
En ello reside la perversidad de esta forma de organización productiva. Fue creada precisamente con el fin de establecer la dependencia alimentaria de México con respecto a EU o, por mejor decir, de intereses privados estadunidenses de carácter trasnacional.
Esta forma de organización productiva --y, en un sentido más amplio, la de la economía toda-- es una expresión de dominio de la economía mexicana por ciertos consorcios trasnacionales de EU que diseñan las políticas del Estado estadunidense.
Esa realidad se emblematiza en el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, promovido insensatamente por el entonces Presidente de la República Carlos Salinas (1988-1994) y suscrito y adquirido vigencia en su último año de gobierno.
El TLCAN es el instrumento de dominación --de yugo--, pues obliga al Estado mexicano a ceder potestades constitucionales como las de su rectoría y planificación económica a intereses privados estadunidense y abdicar, de esa guisa, de su razón de ser misma.
III
De hecho, el señor Salinas hizo que el Poder Legislativo modificase una treintena --o más-- de artículos de nuestra Constitución Política para adecuar nuestro marco constitucional y beneficiar así intereses privados trasnacionales estadunidenses.
Ello le dio un vuelco a la realidad productiva y cultural del campo mexicano. Socavó y destruyó una institución identitaria --ancestral e histórica--, la del ejido, síntesis del esfuerzo colectivo para satisfacer los imperativos sociales de la alimentación.
Hoy, la crisis en el campo tiene un rostro apocalíptico. La tortilla de maíz --alimento básico del pueblo de México y vínculo con nuestra identidad-- es la secuela final de una cadena de producción dominada por consorcios de EU.
Y explica la naturaleza y alcance de la desolación en el campo mexicano. Simboliza la naturaleza estructural de nuestra dependencia y, desde luego, de nuestra pobreza. Nos define como país sometido en lo económico y subordinado a una voluntad política externa.
Esa realidad insoslayable tiene rostro: México es mercado cautivo de maíz transgénico, por cuyo cultivo se nos obliga a pagar regalías y extinguir con el aval del Estado la gramínea nativa cuya germinación continua nos explica históricamente.
Identificadas las causales de la desolación en el campo mexicano, se nos ofrece con nitidez que para superar su crisis habría que modificar la forma de organización económica --de producción, pues-- que lo mantiene así.
Ello, empero, no antójase viable en el corto plazo mientras el poder económico y político sea coto de intereses trasnacionales creados. Lo que se ha dado en llamar rescate del campo no deja de ser, en el mejor de los casos, sólo buenos deseos.
Glosario:
Inextricable: Que no se puede desenredar, muy intricado y confuso.
I
Todos sabemos que el campo mexicano vive en la desolación, tanto en lo económico como en lo político y, ya no se diga, en lo social, cultural y, desde luego, lo político. La desolación es literal: tierras baldías, improductividad y pobreza. Mucha pobreza.
Adviértese un correlato macabro entre la pobreza en el campo --como secuela-- y el abandono de tierras. La migración de campesinos a los centros urbanos de nuestro país y a Estados Unidos tiene dialéctica propia, la de causal y, a la vez, efecto.
Esa condición --de causal y efecto-- se manifiesta simultáneamente en ambos sentidos. Siendo causal, a la vez, efecto. Y siendo efecto es, en su turno, causal. Es un círculo sin fin --interminable--, perverso. Pero no es irrompible.
Dígase en lenguaje llano, la agricultura mexicana no produce lo suficiente para satisfacer nuestras necesidades alimenticias, las cuales son crecientes y obliga a la importación de alimentos básicos, sobre todo de Estados Unidos.
La improductividad del campo mexicano tiene causales asaz complejas, pero se sincretizan en una mayor, la de que la forma de organización económica prevaleciente es inviable en términos de produccción y, desde luego, de productividad.
También es inviable esa forma de organización económica prevaleciente en términos sociales, pues tiene consecuencias que laceran el alma nacional: es en el campo donde la pobreza crece exponencialmente con respecto a otros estamentos de la sociedad.
II
Caso en punto es el de la producción del maíz. Este grano, vinculado inextricablemente a la identidad mexicana --suélese decir que en México sin maíz no hay país-- se produce sólo para fines de consumo de subsistencia.
El campesino mexicano siembra para sí mismo, mas no para el mercado, pues no existe una infraestructura jurídica y productiva que permita producir en suficiencia social y satisfacer, así, las necesidades del consumo nacional.
Como actividad económica, la agricultura en México --bajo un régimen jurídico de propiedad privada que privilegia la producción de bienes orientada a exportar-- es dominada por intereses de consorcios trasnacionales, particularmente de Estados Unidos.
En ello reside la perversidad de esta forma de organización productiva. Fue creada precisamente con el fin de establecer la dependencia alimentaria de México con respecto a EU o, por mejor decir, de intereses privados estadunidenses de carácter trasnacional.
Esta forma de organización productiva --y, en un sentido más amplio, la de la economía toda-- es una expresión de dominio de la economía mexicana por ciertos consorcios trasnacionales de EU que diseñan las políticas del Estado estadunidense.
Esa realidad se emblematiza en el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, promovido insensatamente por el entonces Presidente de la República Carlos Salinas (1988-1994) y suscrito y adquirido vigencia en su último año de gobierno.
El TLCAN es el instrumento de dominación --de yugo--, pues obliga al Estado mexicano a ceder potestades constitucionales como las de su rectoría y planificación económica a intereses privados estadunidense y abdicar, de esa guisa, de su razón de ser misma.
III
De hecho, el señor Salinas hizo que el Poder Legislativo modificase una treintena --o más-- de artículos de nuestra Constitución Política para adecuar nuestro marco constitucional y beneficiar así intereses privados trasnacionales estadunidenses.
Ello le dio un vuelco a la realidad productiva y cultural del campo mexicano. Socavó y destruyó una institución identitaria --ancestral e histórica--, la del ejido, síntesis del esfuerzo colectivo para satisfacer los imperativos sociales de la alimentación.
Hoy, la crisis en el campo tiene un rostro apocalíptico. La tortilla de maíz --alimento básico del pueblo de México y vínculo con nuestra identidad-- es la secuela final de una cadena de producción dominada por consorcios de EU.
Y explica la naturaleza y alcance de la desolación en el campo mexicano. Simboliza la naturaleza estructural de nuestra dependencia y, desde luego, de nuestra pobreza. Nos define como país sometido en lo económico y subordinado a una voluntad política externa.
Esa realidad insoslayable tiene rostro: México es mercado cautivo de maíz transgénico, por cuyo cultivo se nos obliga a pagar regalías y extinguir con el aval del Estado la gramínea nativa cuya germinación continua nos explica históricamente.
Identificadas las causales de la desolación en el campo mexicano, se nos ofrece con nitidez que para superar su crisis habría que modificar la forma de organización económica --de producción, pues-- que lo mantiene así.
Ello, empero, no antójase viable en el corto plazo mientras el poder económico y político sea coto de intereses trasnacionales creados. Lo que se ha dado en llamar rescate del campo no deja de ser, en el mejor de los casos, sólo buenos deseos.
Glosario:
Inextricable: Que no se puede desenredar, muy intricado y confuso.