DESAFIO
Rafael Loret de Mola
*La Política Rupestre
*Visitante Distinguido
*Las Cenizas de Víctor
La apuesta por el pasado, en uso de la metodología que exaltó a la resistente hegemonía priísta, debiera ser calificada como política rupestre. El término, singular, fue acuñado en febrero de 1991 por el entonces gobernador de Yucatán, el abogado Víctor Manzanilla Schaffer, para situar y condenar a uno de los políticos más arcaicos de los últimos tiempos, Víctor Cervera, antecesor y sucesor de Manzanilla. Llamado “el balo”, como decir el naco, Cervera fue primero mandatario institucional y luego, tras conjurarse contra Manzanilla, obligó a un interinato, encabezado por Dulce María Sauri de Sierra, que le sirvió de preámbulo a su retorno “constitucional” tras una cerrada elección obviamente infectada por la alquimia en 1995-.
Los rupestres toman aliento en los vientos de la autocracia que derivan del ejercicio presidencial determinando el curso de los acontecimientos de acuerdo a los intereses del apretado grupo que integra la cúpula del poder. Son, sí, los caciques regionales ensoberbecidos por las debilidades estructurales del gobierno central, no federal, dado que éste requiere el sostenimiento de los mandamases aldeanos porque no tendría otra manera de alcanzar la cohesión de un país plural por esencia si bien limitado por las fórmulas arcaicas y las deformaciones ideológicas en permanente adaptación, como si se tratara sólo de la conformación un libreto ajustado a los requerimientos apremiantes de la actualidad.
La política rupestre, como las pinturas de Altamira y todas las del arte neolítico y paleolítico, se fundamenta en los toscos perfiles de las acciones políticas encaminadas a extender el dominio del grupo dominante, sin el menor apego a la directriz democrática que exalta la voluntad colectiva. En este nivel sólo son determinantes las decisiones de elite, cerradas, sin que se den mayores explicaciones: sólo las rudimentarias justificaciones para resguardar en el misterio los mayores escándalos, por ejemplo, los de los crímenes políticos de 2003 y 2004 y la burda represión contra setenta y ocho periodistas asesinados durante el sexenio de Miguel de la Madrid. La justicia se cierne a los propósitos “superiores” como muestra, por demás clara, de los acuerdos insondables y soterrados entre quienes mantienen los controles.
Los rupestres, como los demonios, se desataron a lo largo de 2006 y todavía no encuentran su punto de equilibrio. Andan sueltos, a la vera de un presidente que no se define aun cuando aspire, en la perspectiva lejana, a consolidar un liderazgo nacional. Quizá por ello, hasta sus propios correligionarios lo exhiben y comprometen como lo hizo, hace unos días, el “foxista” Santiago Creel Miranda, coordinador de los senadores del PAN, al expresar, nada menos que en la víspera de la esperada visita del mandatario estadounidense, su convicción de que las relaciones bilaterales, entre México y su vecino del norte, sólo mejorarán “cuando llegue a la Casa Blanca un presidente con mayor sensibilidad para los asuntos de nuestro país”. Dirían los rancheros: machetazo a caballo de espadas.
No es la primera vez que Creel, el heredero natural del foxismo quien se quedó respirando por la herida al ser rebasado en su propósito de ser e candidato panista a la Presidencia –no por falta de apoyo y parafernalia sino por efecto de sus propias torpezas-, pone en predicamento al señor Calderón. Lo hizo también cuando subrayó que para él no es convincente la mayor jerarquía institucional del presidente a quien no pueden tratar “como par” los legisladores. Con ello, claro, se evidenció más la vulnerabilidad del actual mandatario.
Debate
La visita de Bush junior a Yucatán, tierra de cacicazgos resistentes en distintos niveles de opinión pública, sirvió para exaltar, ya lo sabíamos, las bienaventuranzas mutuas –esto es sin los reproches con el estilo de Creel y también de Manuel Espino, el ultra de los rupestres-, alejados del centro neurálgico del país en donde, claro, no fue dable extender al “ilustre visitante” las garantías mínimas para su seguridad. Calderón ya sabe de estas cosas, de andar a salto de mata y “colarse” por entre bambalinas del Congreso para eludir las barricadas legislativas. Lo mismo ahora aun cuando fuese imposible suavizar el profundo rechazo de los mexicanos hacia el clan que domina la Casa Blanca a golpes de redoblado belicismo.
La escenografía, bien montada para las fotografías, puede servir a la causa de las simulaciones. Un amigo de esta columna, más cercano a la izquierda, definió el encuentro con dureza:
--El “patrón” llegó a la hacienda para reconocer al “capataz”... y éste requería del refrendo para creérselo.
Antes de esta hora, como sucedía en el pasado, el reconocimiento de la mayor potencia de todos los tiempos al nuevo gobierno mexicano no había sido más que diplomática. Otrora, los jefes de estado latinoamericanos no dormían hasta que se cumplía el formalismo y la Casa Blanca emitía su veredicto final, aceptando la legalidad de cada gobierno. Hoy las formas han cambiado, no así el fondo que exhibe la profunda dependencia, económica y política, respecto al gigante universal. Calderón, por tanto, requería el espaldarazo... así como Bush vino a México a mostrase simpático para contrarrestar la oleada izquierdista en una región por él descuidada.
Los propósitos del “amigo George” sobre México se evidenciaron desde semanas atrás: extender oxígeno financiero para consolidar el mandato de Calderón convirtiendo al presidente mexicano en una de sus mejores cartas contra los mesianismos del sur profundo. Ya vemos como le respondió el venezolano Hugo Chávez: inhabilitando a la Coca-Cola, una de las firmas que mejor retratan al modelo multinacional norteamericano, como si se tratara de una bofetada con guante... negro. El contraste con México es profundo: aquí mantuvimos en la Presidencia de la República, por seis paralizantes años, a un ex gerente de la compañía citada. En este caso falla la ley física: los extremos no se tocan.
El Reto
No queda duda, a estas alturas, del nivel de intromisión de la Casa Blanca en el proceso electoral mexicano que marcó al continuismo como elemento fundamental para garantizar la “estabilidad” cortada a conveniencia del norte. De plano, los informes suscritos sobre México para habilitar el paso de Bush por nuestro país, fueron concluyentes en el imperativo de hacer fuerte a Calderón para asegurar con ello que no se repita un escenario como el planteado el año pasado, esto es contaminado por los “peligros” de un viraje hacia la izquierda. Hasta este punto llegaron los desafíos a la hegemonía de Washington.
Tampoco puede dudarse sobre el carácter voluble de los mexicanos que, poco más de cien días después de la asunción presidencial a trompicones, registran una sorprendente aprobación hacia un mandatario cuya ilegitimidad es bastante más que una sospecha. Más cuando tantas versiones oscuras se divulgan para matizar lo que el ex vicepresidente estadounidense, Al Gore, llamaría “una verdad incómoda”. Porque, está claro, el cambio climático también afecta a las correlaciones políticas. Sólo que los rupestres están lejos de su extinción.
¿Es más fuerte Calderón ahora? Si así se siente tras el periplo de Bush será porque los pobres jirones de soberanía mexicana que restaban se sumaron a los “maqueches” –los bichos a los que se ensartan joyas de fantasía- que se llevó George en su equipaje.
La Anécdota
William Clinton, con su esposa Hillary, también optó por Yucatán como sede para su visita de Estado en 1999. Lo curioso del caso es que el evento se dio cuando se hicieron más evidentes las coberturas oficiales para proteger al narcotráfico en la región. No se olvide que, unos meses antes, el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, fue aprehendido destacándose que había sido protegido por el entonces mandatario yucateco, Víctor Cervera.
Clinton se paseó por las haciendas remozadas por el gran socio, Roberto Hernández –a quien se sumaron los familiares del cacique, sus vástagos incluso, para comprar las hermosas heredades de la antigua “casta divina”-, y se dejó querer, de la mano de su consorte, acaso ara zanjar así el ominoso, más bien jocoso, caso Lewinsky, aquella becaria audaz que le permitió a Bill fumarse habanos humedecidos mientras esperaba, en otro saloncito de la Casa Blanca, precisamente el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo.
Todo se reduce, siempre, a una cuestión de valores entendidos y cortinas de humo.
*La Política Rupestre
*Visitante Distinguido
*Las Cenizas de Víctor
La apuesta por el pasado, en uso de la metodología que exaltó a la resistente hegemonía priísta, debiera ser calificada como política rupestre. El término, singular, fue acuñado en febrero de 1991 por el entonces gobernador de Yucatán, el abogado Víctor Manzanilla Schaffer, para situar y condenar a uno de los políticos más arcaicos de los últimos tiempos, Víctor Cervera, antecesor y sucesor de Manzanilla. Llamado “el balo”, como decir el naco, Cervera fue primero mandatario institucional y luego, tras conjurarse contra Manzanilla, obligó a un interinato, encabezado por Dulce María Sauri de Sierra, que le sirvió de preámbulo a su retorno “constitucional” tras una cerrada elección obviamente infectada por la alquimia en 1995-.
Los rupestres toman aliento en los vientos de la autocracia que derivan del ejercicio presidencial determinando el curso de los acontecimientos de acuerdo a los intereses del apretado grupo que integra la cúpula del poder. Son, sí, los caciques regionales ensoberbecidos por las debilidades estructurales del gobierno central, no federal, dado que éste requiere el sostenimiento de los mandamases aldeanos porque no tendría otra manera de alcanzar la cohesión de un país plural por esencia si bien limitado por las fórmulas arcaicas y las deformaciones ideológicas en permanente adaptación, como si se tratara sólo de la conformación un libreto ajustado a los requerimientos apremiantes de la actualidad.
La política rupestre, como las pinturas de Altamira y todas las del arte neolítico y paleolítico, se fundamenta en los toscos perfiles de las acciones políticas encaminadas a extender el dominio del grupo dominante, sin el menor apego a la directriz democrática que exalta la voluntad colectiva. En este nivel sólo son determinantes las decisiones de elite, cerradas, sin que se den mayores explicaciones: sólo las rudimentarias justificaciones para resguardar en el misterio los mayores escándalos, por ejemplo, los de los crímenes políticos de 2003 y 2004 y la burda represión contra setenta y ocho periodistas asesinados durante el sexenio de Miguel de la Madrid. La justicia se cierne a los propósitos “superiores” como muestra, por demás clara, de los acuerdos insondables y soterrados entre quienes mantienen los controles.
Los rupestres, como los demonios, se desataron a lo largo de 2006 y todavía no encuentran su punto de equilibrio. Andan sueltos, a la vera de un presidente que no se define aun cuando aspire, en la perspectiva lejana, a consolidar un liderazgo nacional. Quizá por ello, hasta sus propios correligionarios lo exhiben y comprometen como lo hizo, hace unos días, el “foxista” Santiago Creel Miranda, coordinador de los senadores del PAN, al expresar, nada menos que en la víspera de la esperada visita del mandatario estadounidense, su convicción de que las relaciones bilaterales, entre México y su vecino del norte, sólo mejorarán “cuando llegue a la Casa Blanca un presidente con mayor sensibilidad para los asuntos de nuestro país”. Dirían los rancheros: machetazo a caballo de espadas.
No es la primera vez que Creel, el heredero natural del foxismo quien se quedó respirando por la herida al ser rebasado en su propósito de ser e candidato panista a la Presidencia –no por falta de apoyo y parafernalia sino por efecto de sus propias torpezas-, pone en predicamento al señor Calderón. Lo hizo también cuando subrayó que para él no es convincente la mayor jerarquía institucional del presidente a quien no pueden tratar “como par” los legisladores. Con ello, claro, se evidenció más la vulnerabilidad del actual mandatario.
Debate
La visita de Bush junior a Yucatán, tierra de cacicazgos resistentes en distintos niveles de opinión pública, sirvió para exaltar, ya lo sabíamos, las bienaventuranzas mutuas –esto es sin los reproches con el estilo de Creel y también de Manuel Espino, el ultra de los rupestres-, alejados del centro neurálgico del país en donde, claro, no fue dable extender al “ilustre visitante” las garantías mínimas para su seguridad. Calderón ya sabe de estas cosas, de andar a salto de mata y “colarse” por entre bambalinas del Congreso para eludir las barricadas legislativas. Lo mismo ahora aun cuando fuese imposible suavizar el profundo rechazo de los mexicanos hacia el clan que domina la Casa Blanca a golpes de redoblado belicismo.
La escenografía, bien montada para las fotografías, puede servir a la causa de las simulaciones. Un amigo de esta columna, más cercano a la izquierda, definió el encuentro con dureza:
--El “patrón” llegó a la hacienda para reconocer al “capataz”... y éste requería del refrendo para creérselo.
Antes de esta hora, como sucedía en el pasado, el reconocimiento de la mayor potencia de todos los tiempos al nuevo gobierno mexicano no había sido más que diplomática. Otrora, los jefes de estado latinoamericanos no dormían hasta que se cumplía el formalismo y la Casa Blanca emitía su veredicto final, aceptando la legalidad de cada gobierno. Hoy las formas han cambiado, no así el fondo que exhibe la profunda dependencia, económica y política, respecto al gigante universal. Calderón, por tanto, requería el espaldarazo... así como Bush vino a México a mostrase simpático para contrarrestar la oleada izquierdista en una región por él descuidada.
Los propósitos del “amigo George” sobre México se evidenciaron desde semanas atrás: extender oxígeno financiero para consolidar el mandato de Calderón convirtiendo al presidente mexicano en una de sus mejores cartas contra los mesianismos del sur profundo. Ya vemos como le respondió el venezolano Hugo Chávez: inhabilitando a la Coca-Cola, una de las firmas que mejor retratan al modelo multinacional norteamericano, como si se tratara de una bofetada con guante... negro. El contraste con México es profundo: aquí mantuvimos en la Presidencia de la República, por seis paralizantes años, a un ex gerente de la compañía citada. En este caso falla la ley física: los extremos no se tocan.
El Reto
No queda duda, a estas alturas, del nivel de intromisión de la Casa Blanca en el proceso electoral mexicano que marcó al continuismo como elemento fundamental para garantizar la “estabilidad” cortada a conveniencia del norte. De plano, los informes suscritos sobre México para habilitar el paso de Bush por nuestro país, fueron concluyentes en el imperativo de hacer fuerte a Calderón para asegurar con ello que no se repita un escenario como el planteado el año pasado, esto es contaminado por los “peligros” de un viraje hacia la izquierda. Hasta este punto llegaron los desafíos a la hegemonía de Washington.
Tampoco puede dudarse sobre el carácter voluble de los mexicanos que, poco más de cien días después de la asunción presidencial a trompicones, registran una sorprendente aprobación hacia un mandatario cuya ilegitimidad es bastante más que una sospecha. Más cuando tantas versiones oscuras se divulgan para matizar lo que el ex vicepresidente estadounidense, Al Gore, llamaría “una verdad incómoda”. Porque, está claro, el cambio climático también afecta a las correlaciones políticas. Sólo que los rupestres están lejos de su extinción.
¿Es más fuerte Calderón ahora? Si así se siente tras el periplo de Bush será porque los pobres jirones de soberanía mexicana que restaban se sumaron a los “maqueches” –los bichos a los que se ensartan joyas de fantasía- que se llevó George en su equipaje.
La Anécdota
William Clinton, con su esposa Hillary, también optó por Yucatán como sede para su visita de Estado en 1999. Lo curioso del caso es que el evento se dio cuando se hicieron más evidentes las coberturas oficiales para proteger al narcotráfico en la región. No se olvide que, unos meses antes, el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, fue aprehendido destacándose que había sido protegido por el entonces mandatario yucateco, Víctor Cervera.
Clinton se paseó por las haciendas remozadas por el gran socio, Roberto Hernández –a quien se sumaron los familiares del cacique, sus vástagos incluso, para comprar las hermosas heredades de la antigua “casta divina”-, y se dejó querer, de la mano de su consorte, acaso ara zanjar así el ominoso, más bien jocoso, caso Lewinsky, aquella becaria audaz que le permitió a Bill fumarse habanos humedecidos mientras esperaba, en otro saloncito de la Casa Blanca, precisamente el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo.
Todo se reduce, siempre, a una cuestión de valores entendidos y cortinas de humo.