TAMBIEN EN EL PRD SE DA LA LUCHA DE PODER, POS NO CRITICAN A LOS YUNQUISTAS?
Revista Proceso
cuauhtémoc arista
México, D.F., 12 de febrero (apro).- Aunque el pasado jueves 8 ofrecí mi opinión sobre la circunstancia actual del PRD ante la corriente Nueva Izquierda, voy a desglosarla para que se aprecien los matices.
Quizá los oyentes de aquella ocasión no valoraron que si alguien como yo, que me asumo como un afortunado que puede dar a conocer sus puntos de vista, acudió a ofrecerlos, es porque le interesa el porvenir de su partido. No estoy comprometido con su éxito porque no soy un militante, pero no colaboraría a su fracaso. Al menos no tanto como algunos de sus militantes.
Comienzo por decirles a esos izquierdistas de décadas que, para que la autocrítica sea útil, tiene que estar libre de trampas. Como esa de que una corriente específica invite a gente de la prensa a dar su opinión sobre el partido, calculando que mientras peores sean los señalamientos, más debilitarán a quienes formalmente llevan la conducción del mismo. Eso es una invitación a pegarle al de enfrente, es asumir un foro de reflexión como parte de la lucha interna de corrientes y no, como decía una experimentada legisladora arrepentida de haberme invitado, entender ese acto como escuchar a parte de la opinión pública.
Fue una jugada hábil y funcionó con quien no está interesado en la grilla interna del PRD –lo que no hace sus críticas menos valiosas si se quisieran aprovechar–, pero no con todos. Para decirlo claro, parecía una jugada para que Leonel Cota escuchara invectivas contra su liderazgo formal, un paso hacia el ajuste de cuentas postelectoral en el congreso de la organización, donde Nueva Izquierda jalaría dos palancas para tratar de tomar las decisiones en el PRD: la casi universalmente repudiada idea de apoyar la candidatura de Ana Rosa Payán para la gubernatura yucateca –que en caso de ganar les reportaría mayor financiamiento electoral, y Dios sabe que el FAP necesita esos recursos para sostener un movimiento de escala nacional–, y la distribución de culpas de la derrota en la elección presidencial pasada: los izquierdistas auténticos enjuiciarían a los “oportunistas” del primer círculo de López Obrador y dejarían el liderazgo de éste a merced de las decisiones de la corriente dominante.
Sobre lo primero, aun si deja tambaleante a Cota, como tratan de establecerlo algunos analistas, el rechazo a la postulación de Payán se trata en todo caso de una rectificación. De cualquier manera, la presidencia de Cota terminará en unos meses y no entregará entre sus cuentas esa apuesta política suicida, como la definió Miguel Ángel Granados Chapa. Y si la propuesta provenía de López Obrador, la situación no cambia. De verdad, sus partidarios no estaban conformes con esa candidatura y lo expresaron de todas las formas a su alcance.
En cuanto al ajuste de cuentas, Denise Dresser dejó claro que López Obrador tuvo muchas fallas, que se sumaron a diversos ataques del establishment en pleno (claro que pasó por encima de su afirmación como si ello no entrañara delitos). Sin embargo, el PRD pudo haber revertido esos embates al menos en la mínima cantidad que necesaria para cubrir el pequeño margen que el Tribunal Electoral tuvo a bien darle por bueno a Felipe Calderón para proseguir la tarea de Salinas, Zedillo y Fox. Y eso se lo echarían en cara René Arce, Víctor Hugo Círigo, Lorena Villavicencio, Jesús Zambrano y Jesús Ortega (nada menos que el coordinador general de la campaña) a los “oportunistas” que, seguramente viendo por sí mismos, escucharon la invitación de López Obrador a establecer una alianza lo más amplia posible para derrotar a los rivales legales, a las instituciones tomadas por éstos y a sus patrocinadores que se fortalecieron con la alfombra legislativa que le tendió el pasado cardumen en el Congreso. Leonel Cota entre ellos. Y desde luego, era una forma nada sutil de recordarle a López Obrador que si bien el PRD fue fundado por “oportunistas” del PRI y de la izquierda histórica, éstos aportaron la patente de las causas sociales y el perfil popular, aunque ni siquiera el color rojo quedó entre los emblemas del partido. A favor de la gente de izquierda auténtica, hay que señalar que varios de los aliados circunstanciales y a los que hubiera debido dárseles participación en el poder si la coalición hubiera triunfado, hoy vuelven a su cauce natural priista o simplemente gobiernista.
Se daba por hecho que la inclusión de esa gente cargada de pecados priistas –y vaya si lo están– no eran admisibles en un esfuerzo como el que encabeza López Obrador. Quizá tienen razón. Pero la ocasión de luchar por las transformaciones sociales desde el poder se veía en verdad cercana. De hecho, uno de los mayores méritos del PRD en la época del caudillismo de Cuauhtémoc Cárdenas –cuando no faltaron invitaciones a “oportunistas” amigos del ingeniero– fue haberse convertido en opción de gobierno, rebasando con mucho la mentalidad de comités y asambleas. Pero también hizo necesario un salto cualitativo en la formación de cuadros, que nunca se ha dado. Hace poco una nota de Apro refrescaba nuestra memoria acerca de la influencia benéficamente emanada de Jesús Ortega hacia sus familiares en Aguascalientes para controlar el PRD local. Y bueno, ¿qué es el PRD en Aguascalientes? Ortega protestó por la postulación de Ebrard a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. ¿Qué credenciales tenía él? ¿Por qué no aspirar a ganar la gubernatura de Aguascalientes o al menos elevar ahí el nivel de los votos perredistas para las siguientes elecciones? Eso, desde luego, no significa que Ebrard sea una carta magnífica, pero otra líder de la izquierda histórica, Rosario Robles, abrió una importante grieta en las probabilidades de triunfo del PRD en la capital, ya sin el control de López Obrador.
La opción de mantener una línea ideológica firme tiene muchas ventajas, sin duda: le da identidad a un partido, no le impide aliarse con otras fuerzas, pero obliga a hacerlo en condiciones bien claras, y le permite gobernarse con apego a principios que, en teoría, son más fuertes que los intereses personales y de grupo que naturalmente surgen dentro de una organización política. Pero miren hasta dónde me obligan a descender: esa aparente utopía ha desembocado, ahora sí que aquí y en China, a dos opciones: al control férreo por parte de una cúpula que sólo formalmente se integra con la diversidad de corrientes de opinión, o bien a la formación de una sólida y hasta simpática pero testimonial fuerza de izquierda que a la menor oportunidad es utilizada por las mayores para validar los abusos más increíbles o bien cooptada a conveniencia de sus dirigentes. Quienes fingen asombro ante el énfasis que López Obrador pone en el contacto directo con la gente, olvidan que sin ese ascendiente –que según la prensa del nuevo régimen ya perdió–, su partido de izquierda ya lo hubiera marginado porque no es líder de ninguna corriente.
Pero la siempre lista izquierda mexicana institucionalizada encontró una forma realmente nueva de organizarse democráticamente: copiar el sistema de partidos para, dice Jesús Ortega, acabar con el pensamiento único, con las decisiones casi unipersonales, y lograr que todas las corrientes de opinión estuvieran representadas en los órganos de gobierno y del partido. Es decir, formalizaron, legalizaron la división; convirtieron la normal competencia interna en una lucha por la supervivencia política que inicia en los comités delegacionales y termina... ¿dónde termina?
¿Y qué gana la ciudadanía con que una dependencia de gobierno encabezada por un perredista esté equilibrada en términos de corrientes de opinión dentro del partido, si esos funcionarios no tienen la capacidad profesional para cumplir adecuadamente sus tareas? En eso sí estoy plenamente de acuerdo: el PRD sigue pensando como oposición. Ganar el poder se convierte en un imperativo tan fuerte que no se piensa en cómo utilizarlo para realizar los llamados –por lo común exageradamente– “avances programáticos”.
Finalmente, además de no formar parte de una trampa hacia el adversario interno, la autocrítica fértil tiene que incluir las opiniones de los otros. No solamente dejarlos hablar para luego, ya dueños del micrófono, replicar impunemente. No; se tiene que tomar en cuenta lo que se dice, no necesariamente aplicarlo, pero ser dúctil al diálogo, al intercambio crítico con el otro, y específicamente con el otro a quien le incumben directamente las mismas preocupaciones que a ese izquierdista o perredista en busca de identidad. De otra manera queda uno al margen de la más vieja y eficaz forma de adquirir conocimiento que se conoce. Y si uno se dice de oficio político, bueno, se cae en un total contrasentido.
¿Izquierda o perredismo?
cuauhtémoc arista
México, D.F., 12 de febrero (apro).- Aunque el pasado jueves 8 ofrecí mi opinión sobre la circunstancia actual del PRD ante la corriente Nueva Izquierda, voy a desglosarla para que se aprecien los matices.
Quizá los oyentes de aquella ocasión no valoraron que si alguien como yo, que me asumo como un afortunado que puede dar a conocer sus puntos de vista, acudió a ofrecerlos, es porque le interesa el porvenir de su partido. No estoy comprometido con su éxito porque no soy un militante, pero no colaboraría a su fracaso. Al menos no tanto como algunos de sus militantes.
Comienzo por decirles a esos izquierdistas de décadas que, para que la autocrítica sea útil, tiene que estar libre de trampas. Como esa de que una corriente específica invite a gente de la prensa a dar su opinión sobre el partido, calculando que mientras peores sean los señalamientos, más debilitarán a quienes formalmente llevan la conducción del mismo. Eso es una invitación a pegarle al de enfrente, es asumir un foro de reflexión como parte de la lucha interna de corrientes y no, como decía una experimentada legisladora arrepentida de haberme invitado, entender ese acto como escuchar a parte de la opinión pública.
Fue una jugada hábil y funcionó con quien no está interesado en la grilla interna del PRD –lo que no hace sus críticas menos valiosas si se quisieran aprovechar–, pero no con todos. Para decirlo claro, parecía una jugada para que Leonel Cota escuchara invectivas contra su liderazgo formal, un paso hacia el ajuste de cuentas postelectoral en el congreso de la organización, donde Nueva Izquierda jalaría dos palancas para tratar de tomar las decisiones en el PRD: la casi universalmente repudiada idea de apoyar la candidatura de Ana Rosa Payán para la gubernatura yucateca –que en caso de ganar les reportaría mayor financiamiento electoral, y Dios sabe que el FAP necesita esos recursos para sostener un movimiento de escala nacional–, y la distribución de culpas de la derrota en la elección presidencial pasada: los izquierdistas auténticos enjuiciarían a los “oportunistas” del primer círculo de López Obrador y dejarían el liderazgo de éste a merced de las decisiones de la corriente dominante.
Sobre lo primero, aun si deja tambaleante a Cota, como tratan de establecerlo algunos analistas, el rechazo a la postulación de Payán se trata en todo caso de una rectificación. De cualquier manera, la presidencia de Cota terminará en unos meses y no entregará entre sus cuentas esa apuesta política suicida, como la definió Miguel Ángel Granados Chapa. Y si la propuesta provenía de López Obrador, la situación no cambia. De verdad, sus partidarios no estaban conformes con esa candidatura y lo expresaron de todas las formas a su alcance.
En cuanto al ajuste de cuentas, Denise Dresser dejó claro que López Obrador tuvo muchas fallas, que se sumaron a diversos ataques del establishment en pleno (claro que pasó por encima de su afirmación como si ello no entrañara delitos). Sin embargo, el PRD pudo haber revertido esos embates al menos en la mínima cantidad que necesaria para cubrir el pequeño margen que el Tribunal Electoral tuvo a bien darle por bueno a Felipe Calderón para proseguir la tarea de Salinas, Zedillo y Fox. Y eso se lo echarían en cara René Arce, Víctor Hugo Círigo, Lorena Villavicencio, Jesús Zambrano y Jesús Ortega (nada menos que el coordinador general de la campaña) a los “oportunistas” que, seguramente viendo por sí mismos, escucharon la invitación de López Obrador a establecer una alianza lo más amplia posible para derrotar a los rivales legales, a las instituciones tomadas por éstos y a sus patrocinadores que se fortalecieron con la alfombra legislativa que le tendió el pasado cardumen en el Congreso. Leonel Cota entre ellos. Y desde luego, era una forma nada sutil de recordarle a López Obrador que si bien el PRD fue fundado por “oportunistas” del PRI y de la izquierda histórica, éstos aportaron la patente de las causas sociales y el perfil popular, aunque ni siquiera el color rojo quedó entre los emblemas del partido. A favor de la gente de izquierda auténtica, hay que señalar que varios de los aliados circunstanciales y a los que hubiera debido dárseles participación en el poder si la coalición hubiera triunfado, hoy vuelven a su cauce natural priista o simplemente gobiernista.
Se daba por hecho que la inclusión de esa gente cargada de pecados priistas –y vaya si lo están– no eran admisibles en un esfuerzo como el que encabeza López Obrador. Quizá tienen razón. Pero la ocasión de luchar por las transformaciones sociales desde el poder se veía en verdad cercana. De hecho, uno de los mayores méritos del PRD en la época del caudillismo de Cuauhtémoc Cárdenas –cuando no faltaron invitaciones a “oportunistas” amigos del ingeniero– fue haberse convertido en opción de gobierno, rebasando con mucho la mentalidad de comités y asambleas. Pero también hizo necesario un salto cualitativo en la formación de cuadros, que nunca se ha dado. Hace poco una nota de Apro refrescaba nuestra memoria acerca de la influencia benéficamente emanada de Jesús Ortega hacia sus familiares en Aguascalientes para controlar el PRD local. Y bueno, ¿qué es el PRD en Aguascalientes? Ortega protestó por la postulación de Ebrard a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. ¿Qué credenciales tenía él? ¿Por qué no aspirar a ganar la gubernatura de Aguascalientes o al menos elevar ahí el nivel de los votos perredistas para las siguientes elecciones? Eso, desde luego, no significa que Ebrard sea una carta magnífica, pero otra líder de la izquierda histórica, Rosario Robles, abrió una importante grieta en las probabilidades de triunfo del PRD en la capital, ya sin el control de López Obrador.
La opción de mantener una línea ideológica firme tiene muchas ventajas, sin duda: le da identidad a un partido, no le impide aliarse con otras fuerzas, pero obliga a hacerlo en condiciones bien claras, y le permite gobernarse con apego a principios que, en teoría, son más fuertes que los intereses personales y de grupo que naturalmente surgen dentro de una organización política. Pero miren hasta dónde me obligan a descender: esa aparente utopía ha desembocado, ahora sí que aquí y en China, a dos opciones: al control férreo por parte de una cúpula que sólo formalmente se integra con la diversidad de corrientes de opinión, o bien a la formación de una sólida y hasta simpática pero testimonial fuerza de izquierda que a la menor oportunidad es utilizada por las mayores para validar los abusos más increíbles o bien cooptada a conveniencia de sus dirigentes. Quienes fingen asombro ante el énfasis que López Obrador pone en el contacto directo con la gente, olvidan que sin ese ascendiente –que según la prensa del nuevo régimen ya perdió–, su partido de izquierda ya lo hubiera marginado porque no es líder de ninguna corriente.
Pero la siempre lista izquierda mexicana institucionalizada encontró una forma realmente nueva de organizarse democráticamente: copiar el sistema de partidos para, dice Jesús Ortega, acabar con el pensamiento único, con las decisiones casi unipersonales, y lograr que todas las corrientes de opinión estuvieran representadas en los órganos de gobierno y del partido. Es decir, formalizaron, legalizaron la división; convirtieron la normal competencia interna en una lucha por la supervivencia política que inicia en los comités delegacionales y termina... ¿dónde termina?
¿Y qué gana la ciudadanía con que una dependencia de gobierno encabezada por un perredista esté equilibrada en términos de corrientes de opinión dentro del partido, si esos funcionarios no tienen la capacidad profesional para cumplir adecuadamente sus tareas? En eso sí estoy plenamente de acuerdo: el PRD sigue pensando como oposición. Ganar el poder se convierte en un imperativo tan fuerte que no se piensa en cómo utilizarlo para realizar los llamados –por lo común exageradamente– “avances programáticos”.
Finalmente, además de no formar parte de una trampa hacia el adversario interno, la autocrítica fértil tiene que incluir las opiniones de los otros. No solamente dejarlos hablar para luego, ya dueños del micrófono, replicar impunemente. No; se tiene que tomar en cuenta lo que se dice, no necesariamente aplicarlo, pero ser dúctil al diálogo, al intercambio crítico con el otro, y específicamente con el otro a quien le incumben directamente las mismas preocupaciones que a ese izquierdista o perredista en busca de identidad. De otra manera queda uno al margen de la más vieja y eficaz forma de adquirir conocimiento que se conoce. Y si uno se dice de oficio político, bueno, se cae en un total contrasentido.