LAS MENTIRAS Y EMBUSTES DEL ESPURIO PARA LEGITIMARSE
A dónde lleva el presidente Felipe Calderón a las Fuerzas Armadas?
La utilización del Ejército para combatir el crimen organizado significa un riesgo, no sólo para los soldados mexicanos, sino también para la Presidencia de la República.
Desde que se movilizaron fuerzas federales, soldados y policías, para el operativo en Michoacán, se ha intentado desde Los Pinos crear la percepción de que por fin se actúa contra el crimen organizado que tantas vidas ha cobrado.
A pesar de que se han realizado operaciones anticrimen en otras poblaciones, en otros estados de la República, no hay evidencias, salvo una agresiva campaña mediática del Ejecutivo, para suponer que no se trata sólo de acciones aisladas, cuya finalidad es fortalecer la imagen de la actual administración.
En pocas palabras, de una utilización improvisada de las Fuerzas Armadas, aprovechando la disciplina y lealtad inquebrantables de los soldados mexicanos.
Lo dijo el pasado 9 de febrero el secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván Galván:
“Sin el Ejército, la lucha para mantener las libertades, la democracia, la justicia, el orden jurídico y la paz, sería errática e intransitable”.
Y agregó que “no titubearemos para servir a las instituciones en cualquier misión o tarea que se nos asigne”.
En Los Pinos le han tomado la palabra, pero sin tener un plan bien diseñado, sólo operaciones que en términos castrenses podrían calificarse como de hostigamiento al enemigo, pero no hay un verdadero plan de batalla.
Ese plan de batalla, según las palabras del presidente Felipe Calderón durante su toma de posesión, se daría a conocer al cumplirse noventa días, a partir del uno de diciembre, plazo que vence el próximo 28 de febrero.
Mientras, la estrategia propagandística de los asesores de Los Pinos decidió que el mes de diciembre sería el indicado para empezar la campaña de contraste con el gobierno de Vicente Fox.
Fox no combatió la inseguridad, según la percepción generalizada. Decidieron que en diciembre se demostraría que el presidente Calderón sí lo haría.
La inseguridad y el desafío que representa la violencia impune del crimen organizado son, sin duda, un desafío al Estado mexicano.
Un problema que no puede ser atendido, menos resuelto, con una estrategia que en el fondo sólo tiene fines de propaganda e imagen pública del Ejecutivo.
Es algo muy serio, demasiado serio porque se aprovecha la lealtad del Ejército para asignarle tareas sin objetivos a mediano y largo plazo.
En 1968, cuando tantos deseaban que los soldados mexicanos impusieran el orden y tomaran el poder, los soldados mexicanos escogieron el camino del honor y la lealtad a las instituciones.
Y ese gesto que tanto los honra y debiera enorgullecernos se les retribuyó con una inmoral y perversa campaña de satanización.
Ahora, la impotencia de las instituciones policíacas civiles ante el desafío de los capos del narcotráfico se llama al Ejército a enfrentar el desafío.
Pero antes de hacerlo el gobierno del presidente Calderón debió replantearse las relaciones con el Ejército y del Ejército con la sociedad.
Debieron en Los Pinos replantearse qué esperan de los soldados de México, pero en la estructura y organización de un auténtico plan de batalla, de acciones improvisadas.
Si dejaran que el rol de planeación de esa batalla contra el crimen organizado fuera diseñado por los que saben: los militares, se podría conducir con más eficacia y con auténtica organización. Y se evitaría esa riesgosa mezcla de policías civiles y soldados, mezcla en la cual los soldados parecen sólo ser convocados para llevar a los operativos el poder de fuego necesario para enfrentar a los criminales tan bien armados.
Y cuando por razones a veces no muy claras los operativos no tienen éxito, es posible que algunos lleguen a pensar que el Ejército no pudo, lo cual sería una inmoral injusticia.
El Ejército está consciente de su rol. ¿Lo está el presidente Calderón? ¿A dónde quiere llevar el Ejecutivo a las Fuerzas Armadas? ¿A encabezar la lucha contra el narcotráfico? ¿A convertirse en el centinela que cuida el orden en todas las ciudades de la República? ¿A un callejón sin salida con operativos cuya finalidad hasta ahora es sólo mediática? ¿A ser la institución que pague el costo político y social con desgaste de imagen? ¿A ser subordinadas de mandos civiles locales y regionales, frecuentemente infiltrados por el crimen organizado?
Revista Siempre