INTINERARIO POLITICO
Diario Libertad:Ricardo Alemán
Fox: todos responsables
El mal gobierno en el sexenio pasado y la popularidad que lo hizo presidente son las mejores pruebas de que las sociedades se equivocan en las urnas
Tan disparatada y reprobable como la declaración de Vicente Fox, quien dijo que el 2 de julio cobró venganza contra López Obrador -el que, según Fox, le ganó en el caso del desafuero- es la reacción que se produjo en el otro extremo, "es la prueba del fraude", gritaron quienes siguen viendo al señor Andrés Manuel López Obrador como víctima de todas las perversidades del poder.
En efecto, Fox metió la mano, de manera irresponsable, para intentar sacar de la contienda electoral a Obrador. Pero para nadie es un secreto que la maniobra del desafuero resultó fallida para el ex presidente, y políticamente contraria a los fines buscados, porque a los ojos de millones de mexicanos convirtió en víctima al ex jefe de Gobierno. En realidad esa irresponsabilidad se convirtió en un inmejorable favor político para AMLO. Tan es así, que el ex presidente se retiró de esa contienda. Y por supuesto que ese resultado no justifica la acción facciosa de Fox.
También es cierto que Fox manoseó la elección presidencial, lo que fue reconocido incluso por el Tribunal Electoral, que concluyó que el presidente puso en riesgo la elección. ¿Cuánto influyó en el resultado electoral del 2 de julio el ilegal manoseo electoral desde Los Pinos? Todos tienen claro que existió algún grado de influencia, pero nadie sabe a ciencia cierta cuántos votos se modificaron, en uno u otro sentido, por esa intromisión; como nadie sabe cuánto influyeron, de manera negativa para su causa los errores, las cuestionables alianzas, la desviación ideológica y la soberbia del entonces candidato López Obrador. En toda contienda electoral, como la del 2 de julio, valen tanto los errores y aciertos propios, como los del adversario.
Lo que está claro -más allá de que los simpatizantes de AMLO ven moros con tranchetes tanto en la locuaz verborrea de Fox como en revelaciones que desmienten el cuento del fraude, como la del libro 2 de julio, de Carlos Tello- es que el proceder irresponsable de Fox, antes, durante y después de su gobierno, confirma que el voto mayoritario a favor de tal o cual político, que la popularidad y el arrastre electoral de éste o aquel político, no son garantía de nada en cuanto al talento, talante y sensatez de un gobernante, y menos respecto a la eficacia de su gobierno. En pocas palabras, y nos guste o no, lo cierto es que los mexicanos tuvimos en el sexenio pasado el gobierno que nos dimos, que nos merecíamos. ¿Por qué? Porque en el año 2000, atrapados por un fervoroso antipriísmo y por un engañoso sueño de cambio, una mayoría de electores le entregó el mandato a un político que si bien simpático, bonachón, campirano, fresco y popular, no reunía las cualidades para desempeñar el encargo encomendado por los mandantes.
¿Qué fue lo que pasó? Que al arrancar la democracia electoral, con reglas nuevas, creíbles, equitativas, confiables, una mayoría de ciudadanos confundió la contienda electoral con una pasarela de popularidad. Y en efecto, esa mayoría eligió al más popular, al más simpático, bonachón y, hasta al más varonil -según algunas opiniones femeninas de entonces- antes que al más capaz para el cargo. La culpa, en rigor, no es de Fox, sino de los que lo llevaron al poder. Al final se comprueba que las mayorías sí se equivocan.
Y es que la locuacidad itinerante del ex presidente, el mal gobierno durante el sexenio pasado, y la popularidad que lo hizo presidente son, en ese orden, las mejores pruebas de que las sociedades se equivocan en las urnas, aunque los ciudadanos se nieguen a aceptar el equívoco. Pero esa equivocación tampoco es una fatalidad. Tiene una causa y un efecto. ¿Qué pasó cuando el señor Fox se lanzó como candidato presidencial? Poca cosa, que una buena parte de los medios de comunicación se sumaron a la impostura de crear al político ideal.
¿Ya se olvidó cómo se calificaba a los críticos de Fox? A los que señalaban que como diputado federal fue un legislador gris; que como gobernador de Guanajuato no ganó en 1991, sino que se valió de los acuerdos políticos junto con su partido; que como gobernador a partir de 1995 hizo una gestión lamentable, y que como empresario tenía en quiebra los negocios familiares. Ya se nos olvidó que hasta la izquierda mexicana -esa que repudia a la derecha y a la extrema derecha-, promovió el voto útil a favor de Fox y contra el PRI. Pocos quisieron ver en ese tiempo la verdad de Fox detrás del candidato carismático y de lengua larga y rasposa.
"Vendidos", "traidores a la patria", "resentidos", y hasta "jijos del máiz" -con todo lo que eso significa- se les decía a los críticos de Fox. Hoy, al igual que en su momento el "villano favorito", Fox es la representación terrenal de todos los males y el gran enemigo del gobierno de Felipe Calderón. Pero ese Fox no es más que el primer resultado de la democracia electoral mexicana -valiente resultado- de la que todos somos responsables.
El mal gobierno en el sexenio pasado y la popularidad que lo hizo presidente son las mejores pruebas de que las sociedades se equivocan en las urnas
Tan disparatada y reprobable como la declaración de Vicente Fox, quien dijo que el 2 de julio cobró venganza contra López Obrador -el que, según Fox, le ganó en el caso del desafuero- es la reacción que se produjo en el otro extremo, "es la prueba del fraude", gritaron quienes siguen viendo al señor Andrés Manuel López Obrador como víctima de todas las perversidades del poder.
En efecto, Fox metió la mano, de manera irresponsable, para intentar sacar de la contienda electoral a Obrador. Pero para nadie es un secreto que la maniobra del desafuero resultó fallida para el ex presidente, y políticamente contraria a los fines buscados, porque a los ojos de millones de mexicanos convirtió en víctima al ex jefe de Gobierno. En realidad esa irresponsabilidad se convirtió en un inmejorable favor político para AMLO. Tan es así, que el ex presidente se retiró de esa contienda. Y por supuesto que ese resultado no justifica la acción facciosa de Fox.
También es cierto que Fox manoseó la elección presidencial, lo que fue reconocido incluso por el Tribunal Electoral, que concluyó que el presidente puso en riesgo la elección. ¿Cuánto influyó en el resultado electoral del 2 de julio el ilegal manoseo electoral desde Los Pinos? Todos tienen claro que existió algún grado de influencia, pero nadie sabe a ciencia cierta cuántos votos se modificaron, en uno u otro sentido, por esa intromisión; como nadie sabe cuánto influyeron, de manera negativa para su causa los errores, las cuestionables alianzas, la desviación ideológica y la soberbia del entonces candidato López Obrador. En toda contienda electoral, como la del 2 de julio, valen tanto los errores y aciertos propios, como los del adversario.
Lo que está claro -más allá de que los simpatizantes de AMLO ven moros con tranchetes tanto en la locuaz verborrea de Fox como en revelaciones que desmienten el cuento del fraude, como la del libro 2 de julio, de Carlos Tello- es que el proceder irresponsable de Fox, antes, durante y después de su gobierno, confirma que el voto mayoritario a favor de tal o cual político, que la popularidad y el arrastre electoral de éste o aquel político, no son garantía de nada en cuanto al talento, talante y sensatez de un gobernante, y menos respecto a la eficacia de su gobierno. En pocas palabras, y nos guste o no, lo cierto es que los mexicanos tuvimos en el sexenio pasado el gobierno que nos dimos, que nos merecíamos. ¿Por qué? Porque en el año 2000, atrapados por un fervoroso antipriísmo y por un engañoso sueño de cambio, una mayoría de electores le entregó el mandato a un político que si bien simpático, bonachón, campirano, fresco y popular, no reunía las cualidades para desempeñar el encargo encomendado por los mandantes.
¿Qué fue lo que pasó? Que al arrancar la democracia electoral, con reglas nuevas, creíbles, equitativas, confiables, una mayoría de ciudadanos confundió la contienda electoral con una pasarela de popularidad. Y en efecto, esa mayoría eligió al más popular, al más simpático, bonachón y, hasta al más varonil -según algunas opiniones femeninas de entonces- antes que al más capaz para el cargo. La culpa, en rigor, no es de Fox, sino de los que lo llevaron al poder. Al final se comprueba que las mayorías sí se equivocan.
Y es que la locuacidad itinerante del ex presidente, el mal gobierno durante el sexenio pasado, y la popularidad que lo hizo presidente son, en ese orden, las mejores pruebas de que las sociedades se equivocan en las urnas, aunque los ciudadanos se nieguen a aceptar el equívoco. Pero esa equivocación tampoco es una fatalidad. Tiene una causa y un efecto. ¿Qué pasó cuando el señor Fox se lanzó como candidato presidencial? Poca cosa, que una buena parte de los medios de comunicación se sumaron a la impostura de crear al político ideal.
¿Ya se olvidó cómo se calificaba a los críticos de Fox? A los que señalaban que como diputado federal fue un legislador gris; que como gobernador de Guanajuato no ganó en 1991, sino que se valió de los acuerdos políticos junto con su partido; que como gobernador a partir de 1995 hizo una gestión lamentable, y que como empresario tenía en quiebra los negocios familiares. Ya se nos olvidó que hasta la izquierda mexicana -esa que repudia a la derecha y a la extrema derecha-, promovió el voto útil a favor de Fox y contra el PRI. Pocos quisieron ver en ese tiempo la verdad de Fox detrás del candidato carismático y de lengua larga y rasposa.
"Vendidos", "traidores a la patria", "resentidos", y hasta "jijos del máiz" -con todo lo que eso significa- se les decía a los críticos de Fox. Hoy, al igual que en su momento el "villano favorito", Fox es la representación terrenal de todos los males y el gran enemigo del gobierno de Felipe Calderón. Pero ese Fox no es más que el primer resultado de la democracia electoral mexicana -valiente resultado- de la que todos somos responsables.