DESAFIO
Rafael Loret de Mola
*Las Rutas de Felipe
*Difíciles Relaciones
*Los Mayas de Gibson
Felipe Calderón apuesta, hacia adentro, en el uso sostenido de los símbolos, casi de manera obcecada. Por eso, claro, se precipitó al inventarse un evento en Los Pinos, en el primer minuto de diciembre pasado, no sólo para asegurarse la investidura presidencial sino, sobre todo, con el propósito de no dejar duda alguna acerca de quien tomaba la estafeta, y con ella la banda tricolor, por si el Congreso se cerraba a piedra y lodo. En la misma línea ceremonial ha acudido ante las Fuerzas Armas y la Marina, bastones de mando incluidos, con la idea de refrendar, con la consiguiente publicidad, su calidad de “comandante supremo”. Requiere la escenografía, la forma, para hacer sentir su peso específico a falta de un liderazgo consolidado; acaso, el propósito es ese: alcanzar la representatividad real con el espejismo del oropel presidencial.
Hacia fuera, es otra cosa. La vulnerabilidad del gobierno mexicano posibilita la ingerencia de la mayor potencia universal, incluyendo su reclamo de extraditables a quienes debiera mantenerse en las prisiones mexicanas hasta saldar sus graves deudas contra la sociedad, para reducir viejas resistencias y ampliar coberturas con excepcionales privilegios incluidos. De allí el beneplácito de las autoridades estadounidenses, entre ellos el procurador Alberto R. Gonzales y el embajador Anthony Garza, por el “suceso monumental” derivado del traslado de quince personajes ligados al narcotráfico y la delincuencia organizada hacia los Estados Unidos.
No deja de ser significativo un hecho: en la actualidad ya no se requiere de maquillaje alguno para supeditar la acción del gobierno mexicano a los lineamientos de la Casa Blanca. La extradición de delincuentes procesados en México y con sentencias dictadas, mexicanos además en su mayor parte, incluyendo a los célebres “capos” Osiel Cárdenas Gullén, Héctor “el güero” Palma, Ismael Higuera “El mayel” y Miguel Ángel Arriola, se hizo de manera automática y por la vía expresa, expedita, de las negociaciones cupulares –con u y no con o, señores correctores porque en el segundo caso podría darse lugar a la diplomacia hormonal-.
En 1996, recuerden los amables lectores, tras la aprehensión muy cerca de Monterrey del líder del “cártel del Golfo”, Javier García Ábrego, el tibio régimen de Ernesto Zedillo, simulador y cobarde, se inventó una historia truculenta para extraditar al sujeto: un acta de nacimiento, a todas luces falsa, para exhibir al mismo como nativo de la Unión Americana y justificar con ello su regreso al territorio del que supuestamente había salido y en donde tanto se le reclamaba. Así se burló, una vez más, a la justicia mexicana.
Once años después, la sofisticación simuladora sobra. Sencillamente, y de manera unilateral, bastó una reunión del procurador estadounidense Gonzales con el titular del Ejecutivo federal, hace unos días, para cumplimentar a la gran potencia entregándole a los reos confinados por afretas graves contra la sociedad mexicana y cuyas sentencias debieron cumplirse aquí. Sólo después, y mediando los juicios respetivos, podrían haber sido puestos a disposición de las autoridades de los Estados Unidos. Otra cosa demuestra, nada más, la penosa sumisión de nuestro gobierno y la extensión de las coberturas extraterritoriales de la potencia que sólo reconoce su propia soberanía para ejercer, como insisten sus panegiristas tuertos, “el liderazgo del mundo libre”.
Debate
La reciprocidad debiera ser un sustento inalienable en las relaciones entre dos soberanías. En América Latina, por ejemplo, dos mandatarios, cuando menos, han puesto atención en la cuestión de las visas que Estados Unidos impone a quienes provienen del sur de sus fronteras. Tanto Lula da Silva, en Brasil, como Evo Morales, en Bolivia, optaron por aplicar la misma medida a los estadounidenses que desearan adentrarse en sendos territorios. Lula aguantó poco porque las reacciones económicas pusieron en predicamento a los brasileños; Evo apenas confronta las presiones.
Pues bien, el gobierno mexicano al respecto prefiere hacerse el desentendido aun cuando cada vez, so pretexto de su discrecional combate al terrorismo, el gobierno estadounidense impone nuevas cuotas, restricciones y ofensas a cuantos mexicanos requieren cruzar alguno de los puentes fronterizos. Y no sólo eso: las medidas se extienden hasta a las europeos como el hijo de los reyes de Suecia recientemente detenido en Miami porque un genízaro insoportable no le creyó que fuera quien dijo ser.
Pese a la desigualdad extrema en el trato –incluyendo la bárbara cacería humana emprendida en Arizona por los “minutemen” con aval oficial para matar con tal de proteger así sus propiedades de los molestos indocumentados a los que luego contratan con sueldos reducidos-, no existe la menor intención por parte de la Cancillería para extender alguna reciprocidad y someter a los estadounidenses a los mismos, infamantes procedimientos de “fichaje” con los cuales se coloca a cada viajero en la condición de sospechoso potencial.
Y no es todo. ¿Sabían los amables lectores que los Estados Unidos presume, abiertamente, esto es con la impertinencia propia de quienes se creen superiores, de ser la única nación que jamás extradita a sus nacionales? Para ellos, la sola nacionalidad estadounidense es una especie de patente de corso como efecto de una valoración infeliz, insostenible diríamos, por la cual se entiende que cada norteamericano vale lo que diez seres humanos de otros orígenes. Ser la mayor potencia bélica de todos los tiempos conlleva privilegios contra la razón... y la idea civilizada de la convivencia pacífica.
En cambio, ¡cómo reclaman las cabezas de delincuentes y mafiosos ajenos! Ello, por supuesto, sin buscar sobre su propio suelo, el de la extensa Unión Americana, los contactos de éstos que siguen siendo intocables. ¿Será por esta causa su interés en mantener bajo control propio a las cabezas visibles de los grandes “cárteles” cuyo confinamiento compromete a sus vínculos? Es, naturalmente, sólo una hipótesis.
El Reto
Mientras, Hollywood también arremete. La reciente cinta “Apocalypto” de Mel Gibson plantea las distorsiones tremendas en el análisis sobre la cultura prehispánica. Los “mayas” aquí presentados son vistos como una de las razas más sanguinarias de cuantas hayan habitado el globo terráqueo con evidente soslayo de sus altos valores artísticos, astronómicos y científicos –fueron los creadores del “cero” por ejemplo-, y de su excepcional sensibilidad creativa. Guerrearon también, como lo han hecho todos los pueblos de todas las razas, si bien, dentro del mosaico plural de Mesoamérica, fueron más bien pacíficos como lo son hoy sus descendientes. ¡Ah! Por favor, que no se hable de la lengua maya, un idioma con riqueza fonética mayor a la del castellano, como si fuera “muerta” cuando en la vasta península yucateca pervive su bella musicalidad.
Los “mayas” de Gibson, de los anglosajones entrometidos que pretenden ganar millonadas con la exaltación de la sangre, nada tienen que ver con cuanto significa esta raza en valores, herencias y cultura. Es como si dentro de unas centurias alguien planteara que los mexicanos de hoy sólo matábamos mujeres en Ciudad Juárez por efecto de un machismo exacerbado que dominaba todas las esferas del poder.
Pero, ¿a quién conviene la degradación de nuestra cultura? Repasen esta columnilla y quizá podremos encontrar, juntos, los hilos conductores.
La Anécdota
Vi el bodrio de Gibson en Madrid, promovido por cierto en innumerables carteleras monumentales. Me pregunto, en este ámbito cargado de prejuicios por la superficial deformación de los hechos, cuanta publicidad negativa, injusta, entraña para cuanto queda de los mayas, nobles y generosos. A la salida de la sala cinematográfica, me abordó un matrimonio castellano:
--¿Son tan violentos y crueles los mayas?
La pregunta me dolió y contuve una respuesta áspera, tomé aire y repliqué sin alzar la voz:
--En el Palacio de Gobierno de Yucatán puede apreciarse un mural excepcional del gran artista Fernando Castro Pacheco, yucateco universal. Se llama “El Suplicio de Jacinto Canek”. Este personaje fue el líder de los mayas durante la era colonial. Los españoles, antepasados de ustedes, lo redujeron al cautiverio y luego lo ejecutaron en la Plaza de Armas de Mérida. Montaron para la ocasión un gran circo, con tribunas incluidas, para que todos pudieran observar la singular tortura: el valeroso guerrero fue “atenaceado”, según rezan las crónicas de la época; esto es, con tenazas al rojo vivo, los verdugos le fueron desprendiendo, durante horas, pedazo a pedazo de su atormentada piel hasta que quedó en los huesos ante el beneplácito de la concurrencia.
En ese momento noté que mis interlocutores se miraban entre sí, espantados. Rematé entonces:
--¿Son los españoles tan crueles y violentos?
Y nos fuimos por allí a tomarnos un tinto de la Rioja.
*Las Rutas de Felipe
*Difíciles Relaciones
*Los Mayas de Gibson
Felipe Calderón apuesta, hacia adentro, en el uso sostenido de los símbolos, casi de manera obcecada. Por eso, claro, se precipitó al inventarse un evento en Los Pinos, en el primer minuto de diciembre pasado, no sólo para asegurarse la investidura presidencial sino, sobre todo, con el propósito de no dejar duda alguna acerca de quien tomaba la estafeta, y con ella la banda tricolor, por si el Congreso se cerraba a piedra y lodo. En la misma línea ceremonial ha acudido ante las Fuerzas Armas y la Marina, bastones de mando incluidos, con la idea de refrendar, con la consiguiente publicidad, su calidad de “comandante supremo”. Requiere la escenografía, la forma, para hacer sentir su peso específico a falta de un liderazgo consolidado; acaso, el propósito es ese: alcanzar la representatividad real con el espejismo del oropel presidencial.
Hacia fuera, es otra cosa. La vulnerabilidad del gobierno mexicano posibilita la ingerencia de la mayor potencia universal, incluyendo su reclamo de extraditables a quienes debiera mantenerse en las prisiones mexicanas hasta saldar sus graves deudas contra la sociedad, para reducir viejas resistencias y ampliar coberturas con excepcionales privilegios incluidos. De allí el beneplácito de las autoridades estadounidenses, entre ellos el procurador Alberto R. Gonzales y el embajador Anthony Garza, por el “suceso monumental” derivado del traslado de quince personajes ligados al narcotráfico y la delincuencia organizada hacia los Estados Unidos.
No deja de ser significativo un hecho: en la actualidad ya no se requiere de maquillaje alguno para supeditar la acción del gobierno mexicano a los lineamientos de la Casa Blanca. La extradición de delincuentes procesados en México y con sentencias dictadas, mexicanos además en su mayor parte, incluyendo a los célebres “capos” Osiel Cárdenas Gullén, Héctor “el güero” Palma, Ismael Higuera “El mayel” y Miguel Ángel Arriola, se hizo de manera automática y por la vía expresa, expedita, de las negociaciones cupulares –con u y no con o, señores correctores porque en el segundo caso podría darse lugar a la diplomacia hormonal-.
En 1996, recuerden los amables lectores, tras la aprehensión muy cerca de Monterrey del líder del “cártel del Golfo”, Javier García Ábrego, el tibio régimen de Ernesto Zedillo, simulador y cobarde, se inventó una historia truculenta para extraditar al sujeto: un acta de nacimiento, a todas luces falsa, para exhibir al mismo como nativo de la Unión Americana y justificar con ello su regreso al territorio del que supuestamente había salido y en donde tanto se le reclamaba. Así se burló, una vez más, a la justicia mexicana.
Once años después, la sofisticación simuladora sobra. Sencillamente, y de manera unilateral, bastó una reunión del procurador estadounidense Gonzales con el titular del Ejecutivo federal, hace unos días, para cumplimentar a la gran potencia entregándole a los reos confinados por afretas graves contra la sociedad mexicana y cuyas sentencias debieron cumplirse aquí. Sólo después, y mediando los juicios respetivos, podrían haber sido puestos a disposición de las autoridades de los Estados Unidos. Otra cosa demuestra, nada más, la penosa sumisión de nuestro gobierno y la extensión de las coberturas extraterritoriales de la potencia que sólo reconoce su propia soberanía para ejercer, como insisten sus panegiristas tuertos, “el liderazgo del mundo libre”.
Debate
La reciprocidad debiera ser un sustento inalienable en las relaciones entre dos soberanías. En América Latina, por ejemplo, dos mandatarios, cuando menos, han puesto atención en la cuestión de las visas que Estados Unidos impone a quienes provienen del sur de sus fronteras. Tanto Lula da Silva, en Brasil, como Evo Morales, en Bolivia, optaron por aplicar la misma medida a los estadounidenses que desearan adentrarse en sendos territorios. Lula aguantó poco porque las reacciones económicas pusieron en predicamento a los brasileños; Evo apenas confronta las presiones.
Pues bien, el gobierno mexicano al respecto prefiere hacerse el desentendido aun cuando cada vez, so pretexto de su discrecional combate al terrorismo, el gobierno estadounidense impone nuevas cuotas, restricciones y ofensas a cuantos mexicanos requieren cruzar alguno de los puentes fronterizos. Y no sólo eso: las medidas se extienden hasta a las europeos como el hijo de los reyes de Suecia recientemente detenido en Miami porque un genízaro insoportable no le creyó que fuera quien dijo ser.
Pese a la desigualdad extrema en el trato –incluyendo la bárbara cacería humana emprendida en Arizona por los “minutemen” con aval oficial para matar con tal de proteger así sus propiedades de los molestos indocumentados a los que luego contratan con sueldos reducidos-, no existe la menor intención por parte de la Cancillería para extender alguna reciprocidad y someter a los estadounidenses a los mismos, infamantes procedimientos de “fichaje” con los cuales se coloca a cada viajero en la condición de sospechoso potencial.
Y no es todo. ¿Sabían los amables lectores que los Estados Unidos presume, abiertamente, esto es con la impertinencia propia de quienes se creen superiores, de ser la única nación que jamás extradita a sus nacionales? Para ellos, la sola nacionalidad estadounidense es una especie de patente de corso como efecto de una valoración infeliz, insostenible diríamos, por la cual se entiende que cada norteamericano vale lo que diez seres humanos de otros orígenes. Ser la mayor potencia bélica de todos los tiempos conlleva privilegios contra la razón... y la idea civilizada de la convivencia pacífica.
En cambio, ¡cómo reclaman las cabezas de delincuentes y mafiosos ajenos! Ello, por supuesto, sin buscar sobre su propio suelo, el de la extensa Unión Americana, los contactos de éstos que siguen siendo intocables. ¿Será por esta causa su interés en mantener bajo control propio a las cabezas visibles de los grandes “cárteles” cuyo confinamiento compromete a sus vínculos? Es, naturalmente, sólo una hipótesis.
El Reto
Mientras, Hollywood también arremete. La reciente cinta “Apocalypto” de Mel Gibson plantea las distorsiones tremendas en el análisis sobre la cultura prehispánica. Los “mayas” aquí presentados son vistos como una de las razas más sanguinarias de cuantas hayan habitado el globo terráqueo con evidente soslayo de sus altos valores artísticos, astronómicos y científicos –fueron los creadores del “cero” por ejemplo-, y de su excepcional sensibilidad creativa. Guerrearon también, como lo han hecho todos los pueblos de todas las razas, si bien, dentro del mosaico plural de Mesoamérica, fueron más bien pacíficos como lo son hoy sus descendientes. ¡Ah! Por favor, que no se hable de la lengua maya, un idioma con riqueza fonética mayor a la del castellano, como si fuera “muerta” cuando en la vasta península yucateca pervive su bella musicalidad.
Los “mayas” de Gibson, de los anglosajones entrometidos que pretenden ganar millonadas con la exaltación de la sangre, nada tienen que ver con cuanto significa esta raza en valores, herencias y cultura. Es como si dentro de unas centurias alguien planteara que los mexicanos de hoy sólo matábamos mujeres en Ciudad Juárez por efecto de un machismo exacerbado que dominaba todas las esferas del poder.
Pero, ¿a quién conviene la degradación de nuestra cultura? Repasen esta columnilla y quizá podremos encontrar, juntos, los hilos conductores.
La Anécdota
Vi el bodrio de Gibson en Madrid, promovido por cierto en innumerables carteleras monumentales. Me pregunto, en este ámbito cargado de prejuicios por la superficial deformación de los hechos, cuanta publicidad negativa, injusta, entraña para cuanto queda de los mayas, nobles y generosos. A la salida de la sala cinematográfica, me abordó un matrimonio castellano:
--¿Son tan violentos y crueles los mayas?
La pregunta me dolió y contuve una respuesta áspera, tomé aire y repliqué sin alzar la voz:
--En el Palacio de Gobierno de Yucatán puede apreciarse un mural excepcional del gran artista Fernando Castro Pacheco, yucateco universal. Se llama “El Suplicio de Jacinto Canek”. Este personaje fue el líder de los mayas durante la era colonial. Los españoles, antepasados de ustedes, lo redujeron al cautiverio y luego lo ejecutaron en la Plaza de Armas de Mérida. Montaron para la ocasión un gran circo, con tribunas incluidas, para que todos pudieran observar la singular tortura: el valeroso guerrero fue “atenaceado”, según rezan las crónicas de la época; esto es, con tenazas al rojo vivo, los verdugos le fueron desprendiendo, durante horas, pedazo a pedazo de su atormentada piel hasta que quedó en los huesos ante el beneplácito de la concurrencia.
En ese momento noté que mis interlocutores se miraban entre sí, espantados. Rematé entonces:
--¿Son los españoles tan crueles y violentos?
Y nos fuimos por allí a tomarnos un tinto de la Rioja.