LA EDUCACION EN MEXICO: SIN DISTINGOS O SOLO PARA RICOS, YUNQUISTAS Y PANISTAS?
León Bendesky
La (des) ilustración
Luego del resultado de las pasadas elecciones presidenciales decretado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, se insiste desde diversos ámbitos en que la oposición de izquierda debe adoptar posiciones que puedan considerarse más ilustradas. Vaya, eso quiere decir que acepte las condiciones que de hecho existen y actúe en consecuencia. Pero la misma exigencia debe hacerse a la derecha en el poder. Y aún más enérgica. Precisamente porque ahora tiene el gobierno habría de mostrarse ilustrada. Sin embargo, le cuesta mucho trabajo siquiera intentarlo. México padece una clara falta de ilustración emanada de la derecha en general y en especial de la que se agrupa actualmente en el Partido Acción Nacional. La desilustración como modo de pensamiento y forma de acción se va convirtiendo también en método para mandar.
Ya nos hemos enterado con quién se va a gobernar este sexenio, ahora va a ir quedando más claro cómo y para quién. Una de las expresiones directas que tiene el gobierno para mostrarlo es el presupuesto, cuya propuesta para 2007 ya se envió al Congreso.
Los supuestos económicos que soportan la propuesta presupuestal son prácticamente los mismos que predominaron en el gobierno anterior, con los ajustes necesarios para cerrar las cuentas, como es el caso de un menor precio esperado del petróleo de exportación. No obstante, el criterio sigue siendo el derivado de las tendencias de desempeño observadas, y hay poco espacio en la concepción de Hacienda para figurar algún rompimiento de ellas. Eso no sería ocioso debido a la fragilidad intrínseca de las condiciones de la "tan anhelada estabilidad macroeconómica", como dice el lenguaje oficial en esta materia.
En ese terreno debería haber un mayor debate entre los grupos políticos representados en el Congreso y no sólo derivado de distintas concepciones sociales o, incluso, de diferentes ideología políticas, sino como un acto mínimo de responsabilidad. No parece que lo habrá.
Uno de los temas que ha desatado fuerte controversia es el relativo a la asignación de los recursos a la educación, sobre todo la de nivel superior, y a la cultura. Al proponer esta reducción se equivoca crasamente el nuevo gobierno. Una decisión de ese tipo va en contra no de la responsabilidad presupuestal que arguye, sino de las pocas posibilidades efectivas que hay de recomponer una sociedad que ha sido fuerte y largamente castigada por la falta de crecimiento económico y de fuentes de empleo, las crisis financieras y, en general, de oportunidades.
Al parecer hay consenso en el país sobre el efecto perverso que tiene la enorme desigualdad social que prevalece y que tiende a ampliarse. Cualquier desviación de una política encaminada a ir reduciendo esa desigualdad, proceso que no se puede dar por decreto y cuyos resultados requieren de tiempo para alcanzarse, sólo irá exacerbando las condiciones que generan conflictos, que hoy son tan evidentes y que se irán multiplicando. Esas condiciones las ha expuesto el nuevo Presidente y se resumen en grandes conflictos: incapacidad de crecer de modo sostenido y suficiente, enorme pobreza en la que vive la mitad de la población y la cada vez mayor inseguridad pública.
Para aminorar esas cuestiones, el nuevo Presidente debería "rebasar por la izquierda", como él mismo dice a sus opositores, pero no puede hacerlo, pues ello significará cambiar las premisas con las que ha mandado su primer presupuesto, y ahí su margen de maniobra política es muy pequeño. También son exiguas sus convicciones.
Esto se advierte en la propuesta de reducir los recursos a la educación superior. Equivale al inicio de una privatización de facto. Entraña una confusión muy grave de lo que es del dominio privado y lo que pertenece a lo público. Uno de los diputados en los que se apoyará el gobierno para pasar el presupuesto, que preside la Comisión de Presupuesto, lo sentenció a las claras al decir que le daba gusto la rebaja de 10 por ciento de los recursos de la UNAM. Así, no sólo manifiesta sus fobias, sino que exhibe aquel dicho de que la cultura es como la mermelada: mientras menos se tiene, más se esparce.
A largo plazo no hay mejor inversión que la educación pública con suficientes recursos; esa es una forma de ampliar las oportunidades de la población, de sustentar mayor equidad e igualdad, y también de elevar el conocimiento y las capacidades que promuevan la productividad y, con ella, la expansión productiva.
Se equivoca el Presidente en cómo concibe la sociedad que ahora gobierna; muestra una gran limitación de su perspectiva sobre lo que es este país y sus verdaderas necesidades. La educación es el mayor patrimonio que tienen las familias y no se puede limitar ni regatear bajo ningún argumento presupuestal que, en cambio, fija así cuáles son sus verdaderas prioridades. Sin una derecha ilustrada en sus miras, el país seguirá haciéndose más pequeño y sólo quedará el recurso de la fuerza para controlar, que no someter, la inconformidad y los conflictos sociales que ya están al ras de la calle.
Luego del resultado de las pasadas elecciones presidenciales decretado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, se insiste desde diversos ámbitos en que la oposición de izquierda debe adoptar posiciones que puedan considerarse más ilustradas. Vaya, eso quiere decir que acepte las condiciones que de hecho existen y actúe en consecuencia. Pero la misma exigencia debe hacerse a la derecha en el poder. Y aún más enérgica. Precisamente porque ahora tiene el gobierno habría de mostrarse ilustrada. Sin embargo, le cuesta mucho trabajo siquiera intentarlo. México padece una clara falta de ilustración emanada de la derecha en general y en especial de la que se agrupa actualmente en el Partido Acción Nacional. La desilustración como modo de pensamiento y forma de acción se va convirtiendo también en método para mandar.
Ya nos hemos enterado con quién se va a gobernar este sexenio, ahora va a ir quedando más claro cómo y para quién. Una de las expresiones directas que tiene el gobierno para mostrarlo es el presupuesto, cuya propuesta para 2007 ya se envió al Congreso.
Los supuestos económicos que soportan la propuesta presupuestal son prácticamente los mismos que predominaron en el gobierno anterior, con los ajustes necesarios para cerrar las cuentas, como es el caso de un menor precio esperado del petróleo de exportación. No obstante, el criterio sigue siendo el derivado de las tendencias de desempeño observadas, y hay poco espacio en la concepción de Hacienda para figurar algún rompimiento de ellas. Eso no sería ocioso debido a la fragilidad intrínseca de las condiciones de la "tan anhelada estabilidad macroeconómica", como dice el lenguaje oficial en esta materia.
En ese terreno debería haber un mayor debate entre los grupos políticos representados en el Congreso y no sólo derivado de distintas concepciones sociales o, incluso, de diferentes ideología políticas, sino como un acto mínimo de responsabilidad. No parece que lo habrá.
Uno de los temas que ha desatado fuerte controversia es el relativo a la asignación de los recursos a la educación, sobre todo la de nivel superior, y a la cultura. Al proponer esta reducción se equivoca crasamente el nuevo gobierno. Una decisión de ese tipo va en contra no de la responsabilidad presupuestal que arguye, sino de las pocas posibilidades efectivas que hay de recomponer una sociedad que ha sido fuerte y largamente castigada por la falta de crecimiento económico y de fuentes de empleo, las crisis financieras y, en general, de oportunidades.
Al parecer hay consenso en el país sobre el efecto perverso que tiene la enorme desigualdad social que prevalece y que tiende a ampliarse. Cualquier desviación de una política encaminada a ir reduciendo esa desigualdad, proceso que no se puede dar por decreto y cuyos resultados requieren de tiempo para alcanzarse, sólo irá exacerbando las condiciones que generan conflictos, que hoy son tan evidentes y que se irán multiplicando. Esas condiciones las ha expuesto el nuevo Presidente y se resumen en grandes conflictos: incapacidad de crecer de modo sostenido y suficiente, enorme pobreza en la que vive la mitad de la población y la cada vez mayor inseguridad pública.
Para aminorar esas cuestiones, el nuevo Presidente debería "rebasar por la izquierda", como él mismo dice a sus opositores, pero no puede hacerlo, pues ello significará cambiar las premisas con las que ha mandado su primer presupuesto, y ahí su margen de maniobra política es muy pequeño. También son exiguas sus convicciones.
Esto se advierte en la propuesta de reducir los recursos a la educación superior. Equivale al inicio de una privatización de facto. Entraña una confusión muy grave de lo que es del dominio privado y lo que pertenece a lo público. Uno de los diputados en los que se apoyará el gobierno para pasar el presupuesto, que preside la Comisión de Presupuesto, lo sentenció a las claras al decir que le daba gusto la rebaja de 10 por ciento de los recursos de la UNAM. Así, no sólo manifiesta sus fobias, sino que exhibe aquel dicho de que la cultura es como la mermelada: mientras menos se tiene, más se esparce.
A largo plazo no hay mejor inversión que la educación pública con suficientes recursos; esa es una forma de ampliar las oportunidades de la población, de sustentar mayor equidad e igualdad, y también de elevar el conocimiento y las capacidades que promuevan la productividad y, con ella, la expansión productiva.
Se equivoca el Presidente en cómo concibe la sociedad que ahora gobierna; muestra una gran limitación de su perspectiva sobre lo que es este país y sus verdaderas necesidades. La educación es el mayor patrimonio que tienen las familias y no se puede limitar ni regatear bajo ningún argumento presupuestal que, en cambio, fija así cuáles son sus verdaderas prioridades. Sin una derecha ilustrada en sus miras, el país seguirá haciéndose más pequeño y sólo quedará el recurso de la fuerza para controlar, que no someter, la inconformidad y los conflictos sociales que ya están al ras de la calle.