FOX Y SU GOBIERNO DE ORNATO
Gobierno de ornato
alejandro pérez utrera /apro
México, D.F., 10 de agosto (apro).- Un país convulso no necesita peor calamidad que un gobierno omiso. Y un régimen que sigue como empezó, viendo los toros desde la barrera, no tiene que verse acorralado ni por un conflicto poselectoral ni por una insurrección civil para evidenciar su ineptitud.
Si acaso el gobierno de la derecha no le apostó a la descomposición social para tener a quién culpar de ello, para justificar su invocación del espantajo ese del “peligro para México” endilgado a López Obrador, lo cierto es que hoy tiene ante sí un escenario de ingobernabilidad que, por lo visto, tampoco le importa contener.
El infalible “¿y yo por qué’”, diamante de orgullosa manufactura foxista, refulge ahora con poder renovado: en otras palabras, la inacción presidencial apunta a que el movimiento de renegados acabe rindiéndose --un día de éstos-- por cansancio, a riesgo de que semejante indolencia se lleve entre las botas a la nación completa.
Una Presidencia frívola que abdica de su obligación de tender puentes entre las fuerzas políticas en pugna, que parcha con chicle los problemas nacionales, que delega en Televisa el privilegio de mandar, que martiriza a sus adversarios, es una Presidencia peligrosa. ¿A quién debemos levantarle un monumento por haber difundido la puntada de que Vicente Fox, aunque incapaz para el gobierno, es un buen hombre?
La era del PRI –esa escoria que todavía alucina creyendo gozar de autoridad moral para validar comicios y reivindicar instituciones– dio muestras espléndidas de lo que entraña tal peligro: así como sus presidentes vejaron al pueblo por sistema, el pueblo no perdonó... Por desgracia, los daños ya estaban hechos, y fueron irreversibles. Algo parecido vemos ahora: daños consumados cuyas secuelas son, por lo pronto, la división nacional, el odio de clase y la zozobra ciudadana.
Cuando el presidente Fox insiste en que no reprimirá a quienes denuncian ya no sólo un fraude electoral, sino a un gobierno incapaz, ¿habrá que creerle si en su discurso echa al Ejército por delante como “defensor de la democracia”?
Ya no preguntemos por Vicente Fox sino por Carlos Abascal... ¿Dónde ha estado el secretario de Gobernación en esta crisis? ¿Qué ha hecho para mediar, para crear espacios de interlocución política? Si velar por la gobernabilidad de país es dictar sentencias y moralejas, siempre a toro pasado, México sería a estas alturas un ejemplo universal de civilidad.
En lo más reciente de la esquizofrenia foxista sorprende otro requiebre del discurso: de la amenaza velada contra el movimiento de resistencia civil que encabeza López Obrador a la conmovedora oferta de “conciliación” nacional, hipocresía secundada por Felipe Calderón mediante el típico formato panista de kermés: con una camiseta ridícula y un llamado a hermanarse con el adversario.
Ni modo. Los renegados se quedarán frustradísimos: no se aguantan las ganas de ir corriendo a Los Pinos a suplicar represión divina.
PROCESO
alejandro pérez utrera /apro
México, D.F., 10 de agosto (apro).- Un país convulso no necesita peor calamidad que un gobierno omiso. Y un régimen que sigue como empezó, viendo los toros desde la barrera, no tiene que verse acorralado ni por un conflicto poselectoral ni por una insurrección civil para evidenciar su ineptitud.
Si acaso el gobierno de la derecha no le apostó a la descomposición social para tener a quién culpar de ello, para justificar su invocación del espantajo ese del “peligro para México” endilgado a López Obrador, lo cierto es que hoy tiene ante sí un escenario de ingobernabilidad que, por lo visto, tampoco le importa contener.
El infalible “¿y yo por qué’”, diamante de orgullosa manufactura foxista, refulge ahora con poder renovado: en otras palabras, la inacción presidencial apunta a que el movimiento de renegados acabe rindiéndose --un día de éstos-- por cansancio, a riesgo de que semejante indolencia se lleve entre las botas a la nación completa.
Una Presidencia frívola que abdica de su obligación de tender puentes entre las fuerzas políticas en pugna, que parcha con chicle los problemas nacionales, que delega en Televisa el privilegio de mandar, que martiriza a sus adversarios, es una Presidencia peligrosa. ¿A quién debemos levantarle un monumento por haber difundido la puntada de que Vicente Fox, aunque incapaz para el gobierno, es un buen hombre?
La era del PRI –esa escoria que todavía alucina creyendo gozar de autoridad moral para validar comicios y reivindicar instituciones– dio muestras espléndidas de lo que entraña tal peligro: así como sus presidentes vejaron al pueblo por sistema, el pueblo no perdonó... Por desgracia, los daños ya estaban hechos, y fueron irreversibles. Algo parecido vemos ahora: daños consumados cuyas secuelas son, por lo pronto, la división nacional, el odio de clase y la zozobra ciudadana.
Cuando el presidente Fox insiste en que no reprimirá a quienes denuncian ya no sólo un fraude electoral, sino a un gobierno incapaz, ¿habrá que creerle si en su discurso echa al Ejército por delante como “defensor de la democracia”?
Ya no preguntemos por Vicente Fox sino por Carlos Abascal... ¿Dónde ha estado el secretario de Gobernación en esta crisis? ¿Qué ha hecho para mediar, para crear espacios de interlocución política? Si velar por la gobernabilidad de país es dictar sentencias y moralejas, siempre a toro pasado, México sería a estas alturas un ejemplo universal de civilidad.
En lo más reciente de la esquizofrenia foxista sorprende otro requiebre del discurso: de la amenaza velada contra el movimiento de resistencia civil que encabeza López Obrador a la conmovedora oferta de “conciliación” nacional, hipocresía secundada por Felipe Calderón mediante el típico formato panista de kermés: con una camiseta ridícula y un llamado a hermanarse con el adversario.
Ni modo. Los renegados se quedarán frustradísimos: no se aguantan las ganas de ir corriendo a Los Pinos a suplicar represión divina.
PROCESO