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martes, 22 de agosto de 2006

Corrimiento hacia la izquierda

La derecha en México se ha apoltronado en el poder y no está dispuesta a dejarlo por nada del mundo. Ha utilizado la democracia electoral para hacerse gobierno y, una vez allí, se ha propuesto llenar esa vía de lodo y derrumbes para que nadie más pueda seguir el mismo camino. En ese proceso, sin embargo, ha terminado por pervertir el único medio civilizado con que contábamos para encauzar las disputas por el poder y darle al país el régimen de convivencia civilizada y de cohesión social que desde hace varios lustros está necesitando. La consecuencia es que la vía electoral, tal como la hemos conocido hasta ahora, ha agotado ya prácticamente todas sus posibilidades. Al clausurarse, nos quedamos ante la nueva imposición de un gobierno autoritario que se propone perdurar en el poder hasta el fin de los siglos.

De ahí la trascendencia histórica que tiene la lucha de este movimiento ciudadano emergente que ha tomado el corazón del país, incluyendo una de sus arterias principales, para evitar que la avenida de la democracia sea ocupada indefinidamente por las fuerzas oscuras del desorden. Es un movimiento que va más allá de esta coyuntura electoral y de las fuerzas políticas que postularon a AMLO como su candidato a la Presidencia de la República. Esto es algo que el propio AMLO ha reconocido ya públicamente, obrando en consecuencia. Si esta lucha por limpiar la elección presidencial no se entrelaza con la necesidad de darle a la sociedad una alternativa concreta de organización, entonces no valdría la pena. Es el sentido que AMLO ha comenzado a darle a su discurso. Y es algo que asusta a no pocos de sus seguidores cercanos, sobre todo a quienes habían estado viendo también la lucha electoral como una vía para hacerse de posiciones políticas y de privilegios exclusivos.

En una circunstancia así, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que está a punto de dar su fallo sobre todos los cuestionamientos que se le han hecho al proceso electoral, no podía ser visto por el movimiento como una frontera insalvable, como un dique poderoso ante el cual se tengan que detener y dispersar las aguas de esta nueva fuerza ciudadana y popular emergente. Tampoco se trata, como lo han querido ver los apologistas de la derecha autoritaria, de una amenaza de desbordamiento social caótico y violento. De lo que se trata es que el movimiento desborde sus propios diques y llene de agua fresca a todo el territorio nacional; que sea capaz de darle al descontento social una expresión debidamente organizada, con una estructura horizontal y democrática, de participación amplia e incluyente, y con un programa construido por todos, para que pueda ser cuidado y llevado a la práctica por todos.

Esta es la verdadera estrategia de defensa de la democracia en nuestro país. Por supuesto que no sería esta democracia electoral que se está derrumbando. La democracia, concebida como una cosmovisión y una práctica transformadora de la realidad, tendría que verse también como un nuevo proyecto. Una democracia auténtica, como cualquier edificio que respete la gravedad, tiene que construirse de abajo hacia arriba. Pero no basta con la estructura de hierro y de concreto. La democracia tampoco puede concebirse como un fin en sí mismo. Ha de ser un medio para que la gente pueda contar con espacios de libre deliberación sobre los grandes y pequeños problemas que agobian al país y a cada uno de sus habitantes.

Estamos ante una forma de democracia que sólo puede ser reivindicada y encabezada por la izquierda. Cuando alguien se compromete a fondo con la gente que desde siempre y de diversas maneras ha estado marginada de las grandes decisiones y de los beneficios del desarrollo, lo que hace es correrse hacia la izquierda. Es lo que le ha estado ocurriendo a Andrés Manuel López Obrador. Él se propuso participar en la contienda por la Presidencia de la República ajustándose a las normas y las leyes del sistema electoral. Pero la derecha autoritaria se encargó de torcer los renglones vulnerables de la ley y terminó violando al mismo sistema que la llevó al poder. AMLO ha tenido que enfrentar por su cuenta, apoyado por una fuerza ciudadana inconmensurable, a esa fuerza perversa que coloca al país al borde del caos y de la confrontación directa.

La derecha en el poder ha puesto a todas las instituciones del Estado a su servicio. Cuenta para ello con recursos enormes que son usados para corromperlas sin ningún prurito moral. Por eso la necesidad de defenderlas. Y sólo se les puede defender si se les libera de los controles autoritarios y se les transforma democráticamente, a fin de que se les ponga realmente al servicio de la sociedad. La única manera que tiene la población para intentar una hazaña así es con la organización, con la unidad de todas las fuerzas democráticas que existen en el país. De ahí la convocatoria a la Convención Nacional Democrática, que se realizará en el Zócalo capitalino el próximo 16 de septiembre. Es la alternativa más viable que podría haberse dado el movimiento. López Obrador cae en la cuenta que un movimiento con un liderazgo único, personal, no puede reivindicar a la democracia como un principio y un objetivo fundamentales. Es la hora de que el movimiento construya por sí mismo un horizonte que rebase y que trascienda esta coyuntura electoral.

Una vez que el TEPJF dé a conocer su fallo, sea cual fuere, es necesario replantearse la estrategia del plantón indefinido. Habría que darle un giro mucho más dinámico. Sobre todo, de lo que se trata es de que el movimiento se vuelque hacia la base de la sociedad y desde allí se decida a emprender una hazaña mayor: la transformación democrática a fondo de nuestro país. Lo que la realidad reclama, en efecto, es una revolución de las conciencias y del sistema. Una revolución es un cambio de paradigmas, como ocurre en la ciencia. Una vez que los métodos, los conocimientos, las teorías, las prácticas, han empezado a chocar con las nuevas realidades y ya no las explican ni las transforman, entonces se impone el surgimiento de un nuevo paradigma. Lo nuevo sustituye a lo caduco. Una revolución no es sinónimo de violencia, de insurrección violenta, que es lo que quisieran las derechas y sus apologistas para tener la justificación de la respuesta represiva. La revolución que se necesita en nuestro país es de carácter pacífico. Desde luego que transformando también los medios. Objetivos inéditos requieren de medios igualmente inéditos, en este caso, relacionados directamente con un tipo de democracia que defienda y haga realidad los principios fundamentales de toda sociedad humana: la justicia, la libertad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar colectivo, la dignidad de cada individuo y de cada sociedad.


LA JORNADA DE MICHOACAN