Usos políticos de una tragedia
Carlos Martínez García
Los políticos mexicanos son personajes de antología. Pero no por sus cualidades puestas a favor del servicio público, sino por sus reflejos para resistirse al escrutinio de la sociedad. Se encuentran en todos los partidos políticos, aunque, tal vez, la paternidad de los especímenes se deba a la cultura política priísta que se inoculó exitosamente en fuerzas partidarias supuestamente contrarias al organismo que gobernó el país por siete décadas.
Por todas partes alcaldes, legisladores, gobernadores, secretarios y subsecretarios se quejan del uso político que hacen sus oponentes de algún yerro, mal funcionamiento de un proyecto, promesas incumplidas, sospechosos beneficios financieros, influyentismo y escasa transparencia en el presupuesto público, por mencionar algunos rubros. Es una estupidez, que busca con avidez audiencia que se la crea, señalar motivaciones políticas entre quienes, crítico y criticado, se dedican de tiempo completo a la política. Es elemental saber que la contraparte siempre está lista para obtener beneficios políticos y electorales de los desatinos de sus adversarios. La lógica de la encarnizada lucha que acontece cotidianamente en la arena política así lo marca. ¿Por qué nuestros políticos se quejan ácidamente de que sus competidores aprovechen sus tropezones, sus caídas, la exposición de sus miserias, sus debacles? ¿Pues qué acaso no, entre otras cosas, la política realmente existente en buena parte se trata de eso?
Una de las tragedias de la vida pública mexicana es la perversión de la política. Se confunde a ésta con la politiquería. Mientras la política es un programa de gobierno, o de oposición, centrado en las necesidades generales de los otros, de la ciudadanía, la politiquería mira por los intereses de la camarilla, por el acrecentamiento de los beneficios de todo tipo para el círculo de incondicionales. De politiqueros hay acabadas muestras en todos los partidos políticos, sindicatos y organizaciones sociales.
Lo anterior viene a cuentas al comprobar las reacciones de las autoridades de la ciudad de México, del gobierno federal y de dirigentes e integrantes del Partido Acción Nacional ante la dolorosa e indignante muerte de 12 personas en la discoteca News Divine.
Por cierto, con bien calculado interés político, los priístas han dejado que se enfrasquen en el repartimiento de culpas panistas y perredistas, mientras ellos guardan su distancia y evaden pronunciarse en el asunto.
Varios conspicuos integrantes del Partido de la Revolución Democrática se quejan de alevosa intención de los panistas de obtener beneficio político del errático, y por sus consecuencias criminal, actuar de los policías en la redada de hace casi dos semanas. Exigen que el trágico hecho no se politice. Quieren olvidar que las actuaciones de los servidores públicos tienen irremediablemente consecuencias políticas.
A principios de año cada parte se encontraba en bandos distintos: en el de los acusadores, los del PRD criticaban, con razones documentales, la doble actividad del nuevo secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, quien anteriormente en su doble carácter de funcionario público/empresario obtuvo contratos del gobierno federal para sus empresas. Entonces los panistas deploraban amargamente que a los exigentes perredistas les movía mero interés por desprestigiar políticamente a Mouriño Terrazo.
Para tener autoridad política, y moral, es imprescindible que los partidos políticos antepongan el servicio a la ciudadanía a sus intereses corporativos. Que dejen de ser cómplices cuando sus correligionarios defraudan la confianza de los electores, que dejen de hacer malabares explicativos para justificar acciones ilegales de sus compañeros de ruta. Antes de ver complots políticos que miren hacia dentro de sus filas, y que evidencien a quienes como opositores criticaban los excesos del poder, pero que al detentarlo se comportan igual, o peor, que el autoritarismo contra el que antes luchaban.
Tengo absolutamente claro que el régimen panista de Felipe Calderón, respaldado por la pirotecnia verbal del presidente del partido, Germán Martínez, carece de autoridad para poner en tela de juicio al jefe de Gobierno de la ciudad de México por el caso News Divine. No la tienen porque ellos operaron para que permaneciera en su puesto Juan Camilo Mouriño. Son cómplices al permitir la vergonzosa impunidad con que se pasean Vicente Fox y su esposa. El iletrado y lenguaraz ex presidente se sabe intocable y, por lo mismo, al ser cuestionado la semana pasada sobre el desastre de la Biblioteca Vasconcelos respondió ufano que era “su orgullo. Se construyó en mi gobierno. No tenemos de qué avergonzarnos. Si tiene una o dos goteras, ni modo”. Así confirmó que él tiene una, o dos, neuronas, e incontables células corruptas.
Para no usar políticamente la tragedia, Marcelo Ebrard tiene que replantearse a fondo lo contradictorio que es con una política de izquierda la mera existencia de redadas como la que terminó con 12 vidas. Además de excluir definitivamente a similares de Francisco Chiguil (con sus antecedentes y prácticas, ¿cómo fue posible que llegara a delegado?), enquistados en el gobierno de la ciudad.
Los políticos mexicanos son personajes de antología. Pero no por sus cualidades puestas a favor del servicio público, sino por sus reflejos para resistirse al escrutinio de la sociedad. Se encuentran en todos los partidos políticos, aunque, tal vez, la paternidad de los especímenes se deba a la cultura política priísta que se inoculó exitosamente en fuerzas partidarias supuestamente contrarias al organismo que gobernó el país por siete décadas.
Por todas partes alcaldes, legisladores, gobernadores, secretarios y subsecretarios se quejan del uso político que hacen sus oponentes de algún yerro, mal funcionamiento de un proyecto, promesas incumplidas, sospechosos beneficios financieros, influyentismo y escasa transparencia en el presupuesto público, por mencionar algunos rubros. Es una estupidez, que busca con avidez audiencia que se la crea, señalar motivaciones políticas entre quienes, crítico y criticado, se dedican de tiempo completo a la política. Es elemental saber que la contraparte siempre está lista para obtener beneficios políticos y electorales de los desatinos de sus adversarios. La lógica de la encarnizada lucha que acontece cotidianamente en la arena política así lo marca. ¿Por qué nuestros políticos se quejan ácidamente de que sus competidores aprovechen sus tropezones, sus caídas, la exposición de sus miserias, sus debacles? ¿Pues qué acaso no, entre otras cosas, la política realmente existente en buena parte se trata de eso?
Una de las tragedias de la vida pública mexicana es la perversión de la política. Se confunde a ésta con la politiquería. Mientras la política es un programa de gobierno, o de oposición, centrado en las necesidades generales de los otros, de la ciudadanía, la politiquería mira por los intereses de la camarilla, por el acrecentamiento de los beneficios de todo tipo para el círculo de incondicionales. De politiqueros hay acabadas muestras en todos los partidos políticos, sindicatos y organizaciones sociales.
Lo anterior viene a cuentas al comprobar las reacciones de las autoridades de la ciudad de México, del gobierno federal y de dirigentes e integrantes del Partido Acción Nacional ante la dolorosa e indignante muerte de 12 personas en la discoteca News Divine.
Por cierto, con bien calculado interés político, los priístas han dejado que se enfrasquen en el repartimiento de culpas panistas y perredistas, mientras ellos guardan su distancia y evaden pronunciarse en el asunto.
Varios conspicuos integrantes del Partido de la Revolución Democrática se quejan de alevosa intención de los panistas de obtener beneficio político del errático, y por sus consecuencias criminal, actuar de los policías en la redada de hace casi dos semanas. Exigen que el trágico hecho no se politice. Quieren olvidar que las actuaciones de los servidores públicos tienen irremediablemente consecuencias políticas.
A principios de año cada parte se encontraba en bandos distintos: en el de los acusadores, los del PRD criticaban, con razones documentales, la doble actividad del nuevo secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, quien anteriormente en su doble carácter de funcionario público/empresario obtuvo contratos del gobierno federal para sus empresas. Entonces los panistas deploraban amargamente que a los exigentes perredistas les movía mero interés por desprestigiar políticamente a Mouriño Terrazo.
Para tener autoridad política, y moral, es imprescindible que los partidos políticos antepongan el servicio a la ciudadanía a sus intereses corporativos. Que dejen de ser cómplices cuando sus correligionarios defraudan la confianza de los electores, que dejen de hacer malabares explicativos para justificar acciones ilegales de sus compañeros de ruta. Antes de ver complots políticos que miren hacia dentro de sus filas, y que evidencien a quienes como opositores criticaban los excesos del poder, pero que al detentarlo se comportan igual, o peor, que el autoritarismo contra el que antes luchaban.
Tengo absolutamente claro que el régimen panista de Felipe Calderón, respaldado por la pirotecnia verbal del presidente del partido, Germán Martínez, carece de autoridad para poner en tela de juicio al jefe de Gobierno de la ciudad de México por el caso News Divine. No la tienen porque ellos operaron para que permaneciera en su puesto Juan Camilo Mouriño. Son cómplices al permitir la vergonzosa impunidad con que se pasean Vicente Fox y su esposa. El iletrado y lenguaraz ex presidente se sabe intocable y, por lo mismo, al ser cuestionado la semana pasada sobre el desastre de la Biblioteca Vasconcelos respondió ufano que era “su orgullo. Se construyó en mi gobierno. No tenemos de qué avergonzarnos. Si tiene una o dos goteras, ni modo”. Así confirmó que él tiene una, o dos, neuronas, e incontables células corruptas.
Para no usar políticamente la tragedia, Marcelo Ebrard tiene que replantearse a fondo lo contradictorio que es con una política de izquierda la mera existencia de redadas como la que terminó con 12 vidas. Además de excluir definitivamente a similares de Francisco Chiguil (con sus antecedentes y prácticas, ¿cómo fue posible que llegara a delegado?), enquistados en el gobierno de la ciudad.