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miércoles, 6 de febrero de 2008

El narco y una guerra de percepciones

Proceso / jenaro villamil

México, D.F., 5 de febrero (apro).- El mismo día que el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, presumía que el narcotráfico está debilitado y que existen plazas recuperadas, en Mérida, ciudad que había estado ajena a la violencia de los carteles, apareció un cuerpo degollado en una de las principales avenidas de la capital yucateca.

El modus operandi recordó a Los Zetas o al cartel de Los Valencia, de Michoacán.

Ese mismo lunes 4 de febrero diez personas fueron ejecutadas en Chihuahua, Sinaloa y Sonora, mientras que en Tijuana siguen presentes los hechos que le dieron la vuelta al mundo: trágicas escenas de un colegio de niños que se quedaron en el fuego cruzado de un enfrentamiento de narcotraficantes.

¿Cuál es el éxito para Mouriño frente a un panorama que documenta una creciente e imparable generalización de la violencia, y de una expansión –que no reducción-- de los cárteles en plazas que no habían registrado este tipo de enfrentamientos, como Mérida?

El joven campechano quisiera, tal vez, que observemos la realidad al revés, pero sus palabras triunfalistas no corresponden con la percepción de inseguridad, miedo e incertidumbre que predominan en la sociedad mexicana frente a la guerra contra el narcotráfico.

“Sabemos que este esfuerzo implica lamentablemente vidas humanas y altos costos materiales, pero en esta lucha no existe para nosotros la derrota. Ningún grupo criminal es capaz de resistir la fuerza del Estado”, advirtió Mouriño, acompañado por el gabinete de Seguridad Nacional, incluyendo a los secretarios de Defensa, Marina, Seguridad Pública y el procurador general.

La puesta en escena puede servir para consumo mediático y para que los noticiarios televisivos ofrezcan una “imagen” de autoridad del joven ministro, pero lo real es que la percepción es absolutamente contraria a lo que quisiera el gobierno calderonista. La guerra que desde hace 14 meses se ha intensificado con el despliegue del Ejército no ofrece certidumbre. Al contrario, el panorama es cada vez más complicado. El propio Ejército contabiliza un total de 107 mil 128 elementos que desertaron de sus filas el sexenio pasado y tan sólo en 2007, 17 mil 758 elementos prefirieron dejar las tropas; 49 por día.

El problema fundamental es que, frente a su acción abierta, desafiante y cada vez más eficaz en cuanto a sus daños materiales y capacidad criminal, el conocimiento que tenemos los mexicanos del narcotráfico es absolutamente parcial, incompleto y plagado de rumores. El narcotráfico va más allá de la historia de siete cárteles que se dedican a combatirse o del recuento de cadáveres que se suman a una lista que insensibiliza la historia de venganzas y reacomodos.

El acceso a la información no se ha visto como un elemento clave de esta guerra. Por el contrario, el propio presidente Calderón ha regañado a los medios de comunicación por informar e, incluso, les dio la orden de que dejen de transmitir los mensajes y los hechos de violencia. A cambio de esta autocensura, el gobierno no ofrece más que discursos de autosuperación personal.

El escritor Carlos Monsiváis, en su discurso leído el 30 de enero en la casa de Refugio Citlaltépetl, se preguntó: “¿Cuántos viven en el país del narcotráfico? No hay cifras, ni siquiera las clásicamente confiables, y el cálculo más frecuente es (de por lo menos) 1 millón de personas beneficiadas por sus operaciones. ¿Cuál es la proporción de los traficantes y sus cómplices menores detenidos en relación al narcogentío en libertad? ¿A cuántos el lavado de dinero les permite la entrada en la buena sociedad? ¿Cuántos jóvenes, adolescentes y niños se emplean de “burros” (conductores de la droga)? ¿Es cierto que los narcos acaparan más de 1 millón 700 mil hectáreas en el país? ¿Cuántas pistas clandestinas hay: mil 500 o 2 mil o 3 mil? ¿Cuándo dejó de ser el narcotráfico una posibilidad temible, y se convirtió en el atroz espectáculo policíaco y social?” (revista Proceso #1631).

Estas y otras preguntas son hoy más pertinentes que nunca. Y el gobierno, principal responsable de esta “guerra de Estado”, no se ha atrevido ni siquiera a esbozar un diagnóstico mínimamente creíble. Incluso, nos quieren aún vender la idea de que seguimos siendo un país de “tránsito” de la droga hacia Estados Unidos cuando todo parece indicar que el consumo interno se ha disparado y se están creando las llamadas “plazas calientes”, en donde los cárteles luchan por la distribución de las drogas para consumo interno.

Esta es una guerra demasiado compleja, sangrienta e incierta para que nos quieran recetar discursos publicitarios cuando la sociedad mexicana reclama información.