Dan vergüenza
Señores magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Salvador Aguirre Anguiano, Mariano Azuela Güitrón, Margarita Luna Ramos, Guillermo Ortiz Mayagoitia, Olga Sánchez Cordero y Sergio Valls Hernández:
Ustedes tienen en las manos una vasta experiencia jurídica y el conocimiento profundo de la menudencia legal. Disponen de bibliotecas digitalizadas de jurisprudencia y cuentan con equipos de asesores e investigadores. Disfrutan de unos emolumentos que les permiten llevar un tren de vida equiparable al de los grandes empresarios, y además cuentan con alimentos, transporte, telefonía y gastos médicos mayores, todo ello pagado por nosotros, el resto de los ciudadanos. Ustedes tienen oficinas alfombradas y cómodas a fin de que puedan examinar en condiciones óptimas los graves asuntos que son sometidos a su consideración. Ustedes han sido provistos por el país de todo lo necesario, y con exceso. La idea es que no les falte nada para adoptar las decisiones correctas. Esto es así no porque ustedes sean particularmente simpáticos o preciosos o héroes de la película, papá, sino porque se espera que no nos fallen a la hora de tomar determinaciones que son inapelables e inatacables y que, por ello, no deben ser contrarias a la verdad, al sentido común y al decoro.
En el caso de las acciones emprendidas por el gobernador de Puebla, Mario Marín, y por funcionarios de su gobierno, para agredir y silenciar a una periodista honesta, ustedes tuvieron a su alcance todos los elementos, así como un generoso lapso para reflexionar, allegarse datos adicionales y consultar, en la quietud y la comodidad de sus oficinas, las páginas de la Constitución y sus propias conciencias.
La sociedad mexicana estaba particularmente pendiente de sus actuaciones en este caso porque en él se había hecho evidente hasta la náusea el ejercicio de un poder torcido, el influyentismo como factor de atropello a los ciudadanos, el nudo de complicidades –presente en tantas instancias de la República– entre el poder económico y el poder político. En ese expediente y en el fallo de ustedes estaban en juego el inicio del siempre postergado combate a la impunidad, la vigencia de la libertad de expresión, la capacidad de los órganos del Estado de corregir y sancionar abusos cometidos en oficinas públicas. Los votos de ustedes eran cruciales para poner un límite al enorme poder de las redes que trafican con menores explotados. De ustedes dependía en buena medida la restitución de las facultades de los órganos impartidores de justicia y el freno al guarurismo como estilo de gobierno.
Poco o nada podía esperarse de un candidato que criticó acremente la obscenidad del maridaje coñaquero entre Kamel Nacif y Mario Marín y que unos meses más tarde, ya en la Presidencia, optó por darle al gobernador poblano abrazos del tamaño de una factura política. Poco o nada podía esperarse de usted, Mariano Azuela Güitrón, luego que, en su calidad de presidente de un tribunal constitucional, opinó que algún fragmento de la Carta Magna está “escrito con los pies” y se descalificó a sí mismo de manera inapelable e inatacable. Del resto de ustedes, en cambio, podía (¿podía?) esperarse un poquito de independencia, distancia y ecuanimidad.
La sociedad confió en ustedes y se equivocó. Ustedes decidieron que la ley está divorciada de la verdad, que el principio jurídico abomina de la ética, que la Constitución ampara la impunidad.
Ustedes decidieron que no hay nada de malo ni de punible en una procuración de justicia a punta de “pinches coscorrones a las viejas cabronas” (nada que lamentar de este lenguaje, ¿verdad Margarita Luna Ramos y Olga Sánchez Cordero?), ni en escamotear notificaciones legales, ni en ser partícipe y encubridor de una conspiración para propiciar la violación de una periodista.
Después de semejante toma de posición, ya pueden ustedes, señores magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Salvador Aguirre Anguiano, Mariano Azuela, Margarita Luna Ramos, Guillermo Ortiz Mayagoitia, Olga Sánchez Cordero y Sergio Valls poner una demanda por difamación, ir con el góber precioso de su preferencia y ofrecerle dos botellas de coñac (o una suprema absolución) para que mande guaruras a encarcelar y atropellar a los ciudadanos que pensamos, decimos y escribimos que ustedes dan vergüenza.
Ustedes tienen en las manos una vasta experiencia jurídica y el conocimiento profundo de la menudencia legal. Disponen de bibliotecas digitalizadas de jurisprudencia y cuentan con equipos de asesores e investigadores. Disfrutan de unos emolumentos que les permiten llevar un tren de vida equiparable al de los grandes empresarios, y además cuentan con alimentos, transporte, telefonía y gastos médicos mayores, todo ello pagado por nosotros, el resto de los ciudadanos. Ustedes tienen oficinas alfombradas y cómodas a fin de que puedan examinar en condiciones óptimas los graves asuntos que son sometidos a su consideración. Ustedes han sido provistos por el país de todo lo necesario, y con exceso. La idea es que no les falte nada para adoptar las decisiones correctas. Esto es así no porque ustedes sean particularmente simpáticos o preciosos o héroes de la película, papá, sino porque se espera que no nos fallen a la hora de tomar determinaciones que son inapelables e inatacables y que, por ello, no deben ser contrarias a la verdad, al sentido común y al decoro.
En el caso de las acciones emprendidas por el gobernador de Puebla, Mario Marín, y por funcionarios de su gobierno, para agredir y silenciar a una periodista honesta, ustedes tuvieron a su alcance todos los elementos, así como un generoso lapso para reflexionar, allegarse datos adicionales y consultar, en la quietud y la comodidad de sus oficinas, las páginas de la Constitución y sus propias conciencias.
La sociedad mexicana estaba particularmente pendiente de sus actuaciones en este caso porque en él se había hecho evidente hasta la náusea el ejercicio de un poder torcido, el influyentismo como factor de atropello a los ciudadanos, el nudo de complicidades –presente en tantas instancias de la República– entre el poder económico y el poder político. En ese expediente y en el fallo de ustedes estaban en juego el inicio del siempre postergado combate a la impunidad, la vigencia de la libertad de expresión, la capacidad de los órganos del Estado de corregir y sancionar abusos cometidos en oficinas públicas. Los votos de ustedes eran cruciales para poner un límite al enorme poder de las redes que trafican con menores explotados. De ustedes dependía en buena medida la restitución de las facultades de los órganos impartidores de justicia y el freno al guarurismo como estilo de gobierno.
Poco o nada podía esperarse de un candidato que criticó acremente la obscenidad del maridaje coñaquero entre Kamel Nacif y Mario Marín y que unos meses más tarde, ya en la Presidencia, optó por darle al gobernador poblano abrazos del tamaño de una factura política. Poco o nada podía esperarse de usted, Mariano Azuela Güitrón, luego que, en su calidad de presidente de un tribunal constitucional, opinó que algún fragmento de la Carta Magna está “escrito con los pies” y se descalificó a sí mismo de manera inapelable e inatacable. Del resto de ustedes, en cambio, podía (¿podía?) esperarse un poquito de independencia, distancia y ecuanimidad.
La sociedad confió en ustedes y se equivocó. Ustedes decidieron que la ley está divorciada de la verdad, que el principio jurídico abomina de la ética, que la Constitución ampara la impunidad.
Ustedes decidieron que no hay nada de malo ni de punible en una procuración de justicia a punta de “pinches coscorrones a las viejas cabronas” (nada que lamentar de este lenguaje, ¿verdad Margarita Luna Ramos y Olga Sánchez Cordero?), ni en escamotear notificaciones legales, ni en ser partícipe y encubridor de una conspiración para propiciar la violación de una periodista.
Después de semejante toma de posición, ya pueden ustedes, señores magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Salvador Aguirre Anguiano, Mariano Azuela, Margarita Luna Ramos, Guillermo Ortiz Mayagoitia, Olga Sánchez Cordero y Sergio Valls poner una demanda por difamación, ir con el góber precioso de su preferencia y ofrecerle dos botellas de coñac (o una suprema absolución) para que mande guaruras a encarcelar y atropellar a los ciudadanos que pensamos, decimos y escribimos que ustedes dan vergüenza.