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jueves, 15 de noviembre de 2007

Plaza Pública

La luna de octubre

Miguel Ángel Granados Chapa

Como otros poetas, los hermanos Michel descubrieron que “de las lunas, la de octubre es más hermosa”. Tras su belleza, si atendemos el diagnóstico presidencial, se agazapa, sin embargo, una artera capacidad de daño. No es cierto, como creyera Jaime Sabines, que es “buena como hipnótico y sedante”. Al contrario, el mes pasado alebrestó al Golfo de México, elevó la marea al punto de impedir a los caudales de los ríos tabasqueños ya acrecentados por la lluvia excepcional, producto a su vez del cambio climático, incorporarse a las aguas marinas, por lo que en cambio se desbordaron sobre ciudades y poblados.

Con desparpajo semejante al del 12 de marzo pasado cuando, súbito poseedor de talentos médicos el presidente Felipe Calderón dictaminó que la señora Ernestina Ascensio Rosario murió de gastritis crónica mal atendida y no, como lo indicaban hasta ese momento las indagaciones ministeriales, por efecto de una brutal agresión, el sábado pasado el Ejecutivo desvió la atención a nuestro satélite, en su incomprensible afán de impedir que se finquen responsabilidades a seres más a la mano.

Reunido con participantes en las tareas de ayuda a Tabasco y Chiapas, Calderón se disponía a dar la palabra al presidente de la Cruz Roja Mexicana, Daniel Goñí, cuando recordó que días atrás, apenas el 25 de octubre, ambos y otras personas allí presentes habían participado en la cena de esa benemérita institución, en el Castillo de Chapultepec, desde donde admiraron “el tamaño y la claridad de la luna”. No sé si entonces o después Calderón se enteró de que el notable fenómeno se debía a una doble causa: que “estaba entrando la luna llena” y que “también estaba en el punto más cercano a la Tierra de su órbita” (sic). Tal vez siguiendo el consejo de Sabines, que recomendó ponerla debajo de la almohada “y mirarás lo que quieras ver”, Calderón aplicó su recién adquirido conocimiento a dictaminar lo ocurrido días después en Tabasco: “Eso generó que la marea alta, provocada por la atracción de la Luna, en esa precisamente luna llena y en su posición más cercana a la Tierra, combinado (sic) con el frente frío número cuatro, que estuvo presente del 27 al 30, 31 de octubre, provocó que el agua de los ríos de Tabasco no pudiera desembocar al mar, es decir, había un tapón hidráulico y eso agravó las circunstancias de la inundación, considerando también el desproporcionado volumen de agua que cayó en algunas zonas de Tabasco donde llovió en esos tres días una lámina de un metro veinte de altura, para darnos una idea de lo que estuvo así” (sic).

Tan circunstancial fue la demostración de sapiencia meteorológica o astronómica de Calderón, que el licenciado Goñi la pasó por alto y de inmediato informó que la Cruz Roja abrió 486 centros de acopio en toda la república para contribuir a paliar las necesidades de los damnificados tabasqueños. Quizá no concedió importancia o crédito a la explicación presidencial por la contradicción en que notoriamente incurrió: si el punto de mayor cercanía fue el disfrutado por los cenadores de Chapultepec el 25 y el frente frío apareció días más tarde, entonces no se produjo la simultaneidad de los factores con cuya concurrencia Calderón insistía en dejar de lado cualquier responsabilidad política y administrativa en el agravamiento de la situación.

Es correcto concentrar la energía social y gubernamental en atacar las necesidades urgentísimas de cientos de miles de personas que requieren ayuda para sobrevivir día a día, y la reclaman también para limpiar su entorno y recuperar las pertenencias que no fueron destruidas. Pero hay acciones cuyo anuncio no estorba la concentración de todos en el esfuerzo de auxilio. Calderón mismo avisó que se constituirá un fondo para la reconstrucción, fase de la atención a la tragedia posterior al momento actual, en cuyas dimensiones no es útil ni racional detenerse sino hasta que se calibre la verdadera magnitud de las pérdidas, algo imposible en este momento, cuando la inundación prevalece en no pocas regiones. Pero tiene sentido saber que hay previsiones para el futuro. También debería tenerlo, en consecuencia, y también de cara al porvenir, detenerse en el grave asunto del factor humano que indudablemente concurrió, mediante acciones y omisiones, a que los hechos de la naturaleza causaran un inmenso daño, superior al que se hubiera producido de sólo estar presentes la infinita precipitación pluvial y la impertinente cercanía lunar.

El interés de Calderón en el infortunio de los tabasqueños, que se ha expresado en seis visitas a la entidad (compartidas algunas con breves estancias en Chiapas), debería completarse con el anuncio de que se indagará, con los recursos legales de que el Ejecutivo puede disponer (la Secretaría de la Función Pública y la Procuraduría General de la República) de qué manera, en qué momentos y quiénes actuaron o se abstuvieron de ejecutar a cabalidad los planes que, debido a la experiencia de 1999, se trazaron y se dotaron con los recursos adecuados. El propio secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, convino con el gobernador Andrés Granier, al comenzar la semana pasada, en que “se tiene la certeza de que no se hicieron las obras” de reencauzamiento, desazolve y contención a las que se presume fue aplicado dinero federal y también local. Pero Calderón parece creer con Sabines que para determinar el origen del desastre “no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas”.— México, D.F.