LA AUTENTICA PB (página blanca)
Enviado por Natalia Lee
Esta es una historia que me tocó vivir de cerca el 15 de septiembre en el DF. Tres chavas, que no son perredistas pero se sienten agraviadas por la forma en que se desarrolló la contienda electoral de 2006 y, sobre todo, por cómo se resolvió el conflicto, se encaminaron rumbo al Zócalo para ir a dar el Grito. Habían pasado toda la tarde pintando una manta que resumía su malestar y aunque dudaban si la dejarían pasar se la llevaron bien dobladita.
El plan era distraer la atención con una blusa escotada mientras en las manitas, así como si nada, iba enrollada la manta de más de seis metros de largo. ¡Funcionó! La chava del escote pasó sin mayor problema, mientras sus amigas le sonreían en señal de triunfo.
Eran poco más de las 21:40 cuando arribaron a la plancha. Para entonces Rosario Ibarra de Piedra ya se alistaba a dar el Grito de los Libres. Vinieron las arengas, los vivas, los “Obrador, Obrador, Obrador”, y la célebre “Es-un-hooonooor-estaaar-con-Obrador”.
Después los del templete pidieron (previa consulta simbólica) desalojar la plancha, la idea era dejar solo a Felipe Calderón (solo, porque los del Estado Mayor Presidencial no cuentan). La idea era que se viera el Zócalo lo más vacío posible. Para las 22:20 era fácil transitar por la plancha. Claro que había gente, pero no como en otros años, que a esas horas ya no se puede caminar.
El objetivo de las tres amigas era manifestar su malestar. No hicieron caso al llamado de Jesusa Rodríguez y se encaminaron hacia Palacio Nacional.
Poco antes de llegar a la valla metálica ya no pudieron pasar. “Okey, aquí nos quedamos”. “Ya saben —decía una—, la desdoblamos en cuanto salga”. Mientras llegaba el momento, las tres, junto con los demás presentes, soportaron más de 30 minutos a una “cantante” que daba alaridos ensordecedores al ritmo de La vida es un carnaval.
Delante de la valla metálica cientos de militares disfrazados de civiles se acomodaban sus sombreritos multicolores, ondeaban sus banderas, escarbaban en sus mochilas, se ocultaban el chícharo, se reían de los obradoristas. ¿Cómo sé que eran soldados? Pues todos tenían casquete corto. Todos eran hombres, una que otra mujer apenas se distinguía entre ellos. Ante los insultos de los obradoristas se limitaron a sostener la mirada, uno que otro hizo señas obscenas, pero era obvio que no tenían permiso de contestar, como cualquier civil lo hubiera hecho.
Se prendieron las luces del balcón presidencial. Los obradoristas corrieron la voz: ¡Ahí viene! ¡Ya va a salir! Las tres chavas alistaron la manta de seis metros de largo con la palabra “R A T E R O”. Suficientemente grande, cada letra medía aproximadamente un metro, metro y medio. Pero más tardó en ser desenrollada por sus propietarias, que en ser destruida.
Cuando la manta comenzó a subir, unas manos la jalaron y la rompieron con el pretexto de que no dejaba ver. Pertenecían a un hombre de casquete corto vestido de civil. Él comenzó a desgarrar la manta a pesar del esfuerzo de las tres chavas por salvarla. Su petición no era que la bajaran, tenía la orden de romperla. En unos segundos se armó el desmadre. La gente le entró al forcejeo y el hombre desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
Frente a la multitud obradorista, los militares disfrazados de civil sacaron unas cortinas tricolores que una vez extendidas ocultaron a los manifestantes, como basura bajo la alfombra. Eso prendió más a los obradoristas, que se desgañitaban gritando consignas contra Calderón mientras los militares les tomaban fotos y video.
La gente estaba verdaderamente encabronada. Las chavas intentaban reconstruir su manta. Y a falta de diurex, manos solidarias sirvieron de pegamento. Así, en pedazos y con un velo tricolor al frente, subió esa manta que resumía el sentir de aquellas tres amigas que, contra lo que dice la mayoría de los medios, poseen la certeza de que México no está en paz y va de mal en peor.
¿Viva México?
Esta es una historia que me tocó vivir de cerca el 15 de septiembre en el DF. Tres chavas, que no son perredistas pero se sienten agraviadas por la forma en que se desarrolló la contienda electoral de 2006 y, sobre todo, por cómo se resolvió el conflicto, se encaminaron rumbo al Zócalo para ir a dar el Grito. Habían pasado toda la tarde pintando una manta que resumía su malestar y aunque dudaban si la dejarían pasar se la llevaron bien dobladita.
El plan era distraer la atención con una blusa escotada mientras en las manitas, así como si nada, iba enrollada la manta de más de seis metros de largo. ¡Funcionó! La chava del escote pasó sin mayor problema, mientras sus amigas le sonreían en señal de triunfo.
Eran poco más de las 21:40 cuando arribaron a la plancha. Para entonces Rosario Ibarra de Piedra ya se alistaba a dar el Grito de los Libres. Vinieron las arengas, los vivas, los “Obrador, Obrador, Obrador”, y la célebre “Es-un-hooonooor-estaaar-con-Obrador”.
Después los del templete pidieron (previa consulta simbólica) desalojar la plancha, la idea era dejar solo a Felipe Calderón (solo, porque los del Estado Mayor Presidencial no cuentan). La idea era que se viera el Zócalo lo más vacío posible. Para las 22:20 era fácil transitar por la plancha. Claro que había gente, pero no como en otros años, que a esas horas ya no se puede caminar.
El objetivo de las tres amigas era manifestar su malestar. No hicieron caso al llamado de Jesusa Rodríguez y se encaminaron hacia Palacio Nacional.
Poco antes de llegar a la valla metálica ya no pudieron pasar. “Okey, aquí nos quedamos”. “Ya saben —decía una—, la desdoblamos en cuanto salga”. Mientras llegaba el momento, las tres, junto con los demás presentes, soportaron más de 30 minutos a una “cantante” que daba alaridos ensordecedores al ritmo de La vida es un carnaval.
Delante de la valla metálica cientos de militares disfrazados de civiles se acomodaban sus sombreritos multicolores, ondeaban sus banderas, escarbaban en sus mochilas, se ocultaban el chícharo, se reían de los obradoristas. ¿Cómo sé que eran soldados? Pues todos tenían casquete corto. Todos eran hombres, una que otra mujer apenas se distinguía entre ellos. Ante los insultos de los obradoristas se limitaron a sostener la mirada, uno que otro hizo señas obscenas, pero era obvio que no tenían permiso de contestar, como cualquier civil lo hubiera hecho.
Se prendieron las luces del balcón presidencial. Los obradoristas corrieron la voz: ¡Ahí viene! ¡Ya va a salir! Las tres chavas alistaron la manta de seis metros de largo con la palabra “R A T E R O”. Suficientemente grande, cada letra medía aproximadamente un metro, metro y medio. Pero más tardó en ser desenrollada por sus propietarias, que en ser destruida.
Cuando la manta comenzó a subir, unas manos la jalaron y la rompieron con el pretexto de que no dejaba ver. Pertenecían a un hombre de casquete corto vestido de civil. Él comenzó a desgarrar la manta a pesar del esfuerzo de las tres chavas por salvarla. Su petición no era que la bajaran, tenía la orden de romperla. En unos segundos se armó el desmadre. La gente le entró al forcejeo y el hombre desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
Frente a la multitud obradorista, los militares disfrazados de civil sacaron unas cortinas tricolores que una vez extendidas ocultaron a los manifestantes, como basura bajo la alfombra. Eso prendió más a los obradoristas, que se desgañitaban gritando consignas contra Calderón mientras los militares les tomaban fotos y video.
La gente estaba verdaderamente encabronada. Las chavas intentaban reconstruir su manta. Y a falta de diurex, manos solidarias sirvieron de pegamento. Así, en pedazos y con un velo tricolor al frente, subió esa manta que resumía el sentir de aquellas tres amigas que, contra lo que dice la mayoría de los medios, poseen la certeza de que México no está en paz y va de mal en peor.
¿Viva México?