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lunes, 14 de mayo de 2007

DE PRESIDENTES Y COSAS PEORES

Calvinismo a la mexicana: Muera la libertad de prensa

ABRAHAM GARCÍA IBARRA

¿Qué tal, si a usted lo faculta la Constitución para “disponer de la totalidad de la Fuerza Armada permanente, o sea del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea para la seguridad interior y la defensa exterior de la Federación”? No está mal. Mejor aún, si lo declaran comandante supremo de esos activos armados y éstos suman unos 230 mil elementos.

Por aquello de “no te entumas”, usted podría disponer también de los contingentes de la Policía Federal Preventiva, adscrita a la Secretaría de Seguridad Pública, y de la Agencia Federal de Investigación, de la Procuraduría General de la República. En esas corporaciones, tendría usted mando de fuerza adicional sobre otros 30 mil agentes, más los que eventualmente forman parte de los cuerpos investigación y de seguridad pública en el Distrito Federal.

Desde esa privilegiada posición y buen recaudo, usted puede jugarle al valiente, boletinar que es objeto de amenazas del crimen organizado contra su vida, la de su familia y la de sus colaboradores, y quedarse tan campante.

Pero si usted sólo se llama Amado Ramírez Dillanes o Perico de los Palotes, no tiene escolta y no cuenta con más credenciales que las de periodista, si lo amenazan de muerte, simplemente dé por seguro que le cumplen el amago. Y no pasa nada. Es el indignante caso de Amado Ramírez Dillanes, corresponsal de Televisa y director y conductor del noticiario radiofónico Al tanto, en Acapulco, Guerrero, ejecutado en pleno zócalo porteño el pasado 6 de abril por un sicario que, hasta el momento de hacer esta entrega, no había sido ni identificado ni detenido. ¿Justicia? Tenga usted fe: “Ya tenemos un retrato hablado”, dice la autoridad. Que se dé de santos el victimado por no haber sido decapitado.

Amado Ramírez Dillanes, padre de familia, colega oaxaqueño avecindado en Guerrero -por cuyas montañas, cañadas y calles corren ríos de sangre y de cabezas humanas cotidianamente-, había conocido su sentencia de muerte al menos una vez un mes antes de ser eliminado. Sus patrones y el gobierno, “para no generar alarma entre los turistas”, desestimaron el aviso: Hoy no es más que un guarismo más en las macabras estadísticas.

En apenas seis años de Presidencia de la República panista, el recuento de la violencia en todo el territorio nacional reporta casi 10 mil asesinatos atribuibles a la delincuencia organizada relacionada con el narcotráfico. La proliferación del crimen sólo tiene una explicación: La impunidad.

En efecto, la galopante subcultura de la impunidad es el santo y seña de la alarma que sobrecoge y humilla a la sociedad toda. No puede ser de otra manera: Los personeros del gobierno federal, el Presidente mismo, un día sí, y otro también, hacen de la autocomplacencia título de fe. Para disimular el tremendo fracaso de los “operativos conjuntos” contra el narco, se solazan con la afirmación de que, tan asustados están los mafiosos con el éxito de esas acciones, que se andan matando entre ellos “en la disputa por el control de los territorios” donde sus actividades tienen más auge. Del manido Estado de derecho del que tanto se habla en el discurso público, la única ley que se aplica con sobrada constancia y efectividad es la de Talión: Ojo por ojo…

Esa poltrona e irresponsable forma de explicar la impotencia del Estado y su derrota frente al sindicato del crimen -así las víctimas sean muchas veces gente inocente o agentes de la ley, no es más que una implícita licencia para que cada quién haga justicia por mano propia: La institucionalización de la barbarie.

El huevo de la serpiente

Hace mucho, la violencia generalizada en México dejó de ser espontánea. La ha prohijado una deshumanizada tecnoburocracia con su despiadado fanatismo ultraliberal. Guerrero no es el único espejo en el que se refleja ese estado de descomposición social y política. Seguramente tomó ese dato en cuenta Felipe Calderón Hinojosa cuando decidió que fuera Michoacán, su lar nativo, el escenario del primer operativo conjunto para combatirla.

En el otoño de 1987, en plena campaña presidencial, visitó precisamente Morelia, capital de aquella entidad, el candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Ahí, en un acto proselitista con organizaciones sindicales, un obrero le asestó al visitante ex secretario de Programación y Presupuesto, una advertencia que el tiempo y el gobierno se encargaron de cumplir: Si no se reorienta la brutal política económica neoliberal, le dijo a Salinas aquél casi anónimo trabajador, no alcanzará todo el gasto público para la construcción de hospitales y cárceles necesarios para confinar a tanto enfermo y delincuente que la desigualdad socioeconómica está produciendo.

Obviamente, consumada la usurpación, Salinas de Gortari no sólo no escuchó el clamor social (“Ni los veo, ni los oigo”, solía decir). Porfiando en el modelo económico, procuró silenciar a sus detractores mediante su exterminio físico. Si, desde el poder político, no se tuvo escrúpulos para iniciar la nueva e impune era de crímenes de Estado ¿Por qué los delincuentes sin patente electoral habrían de parar en mientes a la hora de pugnar por su supremacía? Estaba puesto el huevo de la serpiente: Lo demás es su perversa añadidura.

Decíamos en párrafo anterior que, de acuerdo con un balance oficial, durante el sexenio foxiano se computaron unos 10 mil asesinatos; ya en el último año, con la decapitación de víctimas como mensaje aterrorizante. Y, sin embargo, el Presidente se regodeaba en el slogan del México seguro.

En ese cuadro de terror, resultaba ingenuo esperar que los periodistas gozaran de certificado de inmunidad. Todo lo contrario. Cuando la voz presidencial era capaz de soltar contra sus adversarios intimidaciones de este tamaño: “Los haré tragar una sopa de su propio chocolate”, resultaba inocente el imposible refugio en las excepciones.

El registro de más de 30 asesinatos y desapariciones de periodistas durante el desgobierno de Fox (las comisiones Nacional de Derechos Humanos y sus correspondientes en los estados llegaron a documentar más de 500 agravios contra la libertad de expresión en los últimos 10 años), hizo concluir en 2006 a diversas instituciones internacionales (Reporteros sin Fronteras, entre otras) que, “después de Irak, México es el país más peligroso del mundo para el ejercicio de la liberad de prensa”.

En ese periodo, en Guerrero se había exigido la investigación de las muertes del director del semanario 7 Días, Abel Bueno León; del director de la revista El Mundo, Leodegario Aguilera Lucas, y del director de El Despertar de la Costa, Misael Tamayo, pero las denuncias por hechos semejantes se repetían en Coahuila, Michoacán, Tamaulipas, Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Sinaloa, Sonora y el Distrito Federal.

Siempre la callada por respuesta, pese a la inútil y prácticamente desaparecida Fiscalía Especial creada por la Procuraduría General de la República, supuestamente para dar seguimiento a las denuncias de ataques contra la libertad de expresión, y a las aún congeladas reformas legales para despenalizar los delitos “contra el honor”: calumnias, difamación, etcétera. A qué hablar de otras formas, “institucionales”, para someter la política editorial de los medios convencionales al sistema de premios y castigos mediante la perversa discriminación en el reparto de la publicidad gubernamental.

El neoliberalismo “a la mexicana” está impregnado de fuertes tufos de calvinismo, la expresión “religiosa” más salvaje que caracteriza el sistema económico de las sociedades anglosajonas. Pero Calvino fue el más temible exegeta y ejecutor de la Reforma Protestante. ¿Dónde queda, entonces, el humanismo católico que dice profesar el Partido Acción Nacional hecho gobierno?

PD.- Se regalarán las obras completas del escritor Vicente Fox Quesada y una fotografía a todo color de su yegua La Maximiliana, al lector que nos diga en obsequio de qué ex secretario de Gobernación del foxiato Televisa sigue pasando noche a noche, por lo menos en dos de sus canales, la lujuriosa trasmisión de los “clásicos” de Caliente. Y todavía así dicen combatir el aborto.