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miércoles, 9 de mayo de 2007

ASIMETRIAS

Fausto Fernández Ponte


Destruir al Narco

I

Veintidós --sí, ¡22!-- personas fueron ejecutadas ayer en varios entidades de nuestra Federación de estados mexicanos unidos y, sin embargo, se nos dice desde las alturas del pinar donde se ejerce el Poder Ejecutivo Federal que hay normalidad en México.

No sucede nada, pues. México no está en guerra. El Estado mexicano no libra una guerra --y, dentro de ésta, batallas con alardes espectaculares de capacidad de fuego--contra un enemigo que ha osado amenazar y poner en peligro la seguridad Nacional.

Pero la guerra está allí, omnipresente, evidentísima, con su saldo espectacularmente dramático de muertos y heridos y destrucción de bienes tangibles. Se libran batallas --más que escaramuzas-- como las del lunes, con lanzagranadas, que son cañones.

Esa es la normalidad. Los medios de difusión para las masas dan fe puntillosa y acuciosamente de cuántas personas mueren y resultan heridas de esas batallas y nos informan, en esa misma vena morbosa, acerca de los mexicanos muertos sumariamente.

Hablemos de estos últimos. Uno de los contendientes en esta guerra --es decir, las organizaciones dedicadas al tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas-- libra su propia guerra interna. Entre sí.

Ese contendiente --el narco-- tiene una conformación variopinta. No es ese contendiente una entidad monolítica, organizada con arreglo a los imperativos de la unicidad de la cohesión. No. Son muchas organizaciones.

Y los personeros de toda jerarquía de estas organizaciones --la vertiente más violenta del crimen organizado, aunque hay otras, como la bancaria y financiera, con mayor alcance antisocial-- se enfrentan unos a otros y se matan.

II

Ello explica las muertes de sicarios de esas organizaciones, denominadas ejecuciones por la prensa en concordancia a ciertas características --tiro de gracia en la nuca o la cabeza-- de la comisión del asesinato. Son muertes sumarias. Pero premeditadas.

Los sicarios --su jerarquía comprende a mandantes, los jefes, hasta los mandatarios y mandaderos que incluyen pistoleros y distriubuidores del producto estupefaciente y/o psicotrópico-- actúan no por el calor del momento. Matan por consigna. Ordenadas.

Y el estilo de matar --primero, el levantón o secuestro; luego, la ejecución-- es frío, calculado. Nada personal entre un sicario y su víctima, a sabiendas que luego, horas o días después, el matador será matado. Metódicamente. Sin emociones.

Así, todos los días ocurren esos episodios. Hay días --como el lunes pasado, 6 de mayo de 2007-- en que el número de esas muertes premeditadas, ejecuciones, son muchas. Ya se dijo: fueron 22 en ese día de inicio de semana.

¿Cómo pueden darse ese lujo macabro --por abundantísimos sanrgiento-- las organizaciones del narcotráfico de desperdiciar sin miramientos tantas vidas humanas? La respuesta a esa pregunta es la de que esas vidas humanas son expresión de abundancia.

Y es que, en efecto, son muchos los mexicanos --107 millones, aunque seríamos casi 120 si contamos a los connacionales en Estados Unidos-- que, a la luz de la lógica del narco, es un recurso abundante. Recurso humano cuantioso. Pletórico. Ergo, inagotable.

Este componente de la guerra del Poder Ejecutivo Federal y, por extensión, del Estado mexicano mismo, contra las organizaciones del narco no parece haber sido incorporado por aquél en el diseño táctico y aplicación estratégica de la lucha. No.

III

Véase: la dispendiosa eliminación de abundantísimos recursos humanos --la matazón entre sicarios de los cárteles-- nos confirma que el desempleo, indicador vero de la crisis económica estructural y crónica, ya sin ciclos, halla sólida en el narcotráfico.

Así es. Los cárteles emplean --calculan competencias confiables-- unos cinco millones de mexicanos. Desde la perspectiva economicista, esa es una actividad productiva, aunque informal. Empero, esa informalidad impacta la economía nacional en general.

Los desempleados --que suman legiones-- en México no ven otra alternativa que la adhesión laboral a las organizaciones del tráfico ilícito de estupefacientes y psicotrópicos. Mas no todos, aclárese, empleados por el narco son matones.

Hay campesinos. Hay citadinos. Y entre éstos obsérvase una variedad increíble, diríase que transversal, de hombres y mujeres casi todos los estratos de la sociedad. Hay aristócratas que venden estupefacientes y psicotrópicos para ganarse la vida.

Esto nos lleva a la presunción informada de que tal vez el Estado mexicano no desea destruir a su contendiente en esta guerra, sino sólo debilitarlo y someterlo para arrebatarle el negocio. Pero, ¿sería éste un negocio del Estado?

No sería la primera vez que ello ocurriese en México. El Estado mexicano se hizo de vastos recursos financieros en cierto sexenio en la década de los ochenta con ganancias del narco. Un periodista, Manuel Buendía, presúmese asesinado por haberlo descubierto.

Mas los personeros del Estado mexicano no pueden admitirlo pública o privadamente. Pero antójase obvio que alguien en el andamiaje del poder formal trata de controlar el execrable negocio. Tal vez para beneficio de un poder fáctico que domina al formal.

Glosario:

Pletórico: Que tiene plétora o abundancia de algunas otras cosas.