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martes, 24 de abril de 2007

INTINERARIO POLITICO

Ricardo Alemán


PAN, aborto y los Calderón

¿Qué va a decir el Presidente una vez que la Asamblea Legislativa del DF apruebe la despenalización?

En el primer círculo del presidente Felipe Calderón se vive un dilema, nada menor, que surge del traslape de la doctrina del partido de la derecha en el poder, el PAN, la responsabilidad del jefe de un gobierno y un Estado, como el mexicano, legalmente reconocido como laico, y la decisión política, ideológica e institucional de una mayoría legislativa que en el Distrito Federal aprobará hoy la llamada despenalización del aborto.

¿Qué va a decir el presidente Felipe Calderón, una vez que la Asamblea Legislativa apruebe la despenalización del aborto? ¿Reaccionará como católico, como panista o como estadista?

Según los aliados naturales del naciente gobierno federal emparentado con la derecha mexicana -los grupos conservadores, la aún poderosa jerarquía católica y otros credos identificados con los pro-vida-, el Presidente debió declararse contra la despenalización del aborto, movilizar a su partido contra esa pretensión y encabezar la "cruzada" por la vida. Más aún, existen voces salidas de ese sector conservador que ya se dicen "traicionados" por el gobierno de Calderón, porque el Presidente se refirió al tema, de manera tangencial, sólo en una ocasión durante los primeros cinco meses de gestión.

Vale recordar que el pasado 21 de marzo -durante la visita a México de la presidenta chilena Michelle Bachelet-, Felipe Calderón se dijo convencido "en defensa de la vida", pero advirtió que el Ejecutivo a su cargo "ha sido y seguirá siendo respetuoso de las instancias legislativas". Pero además expresó su deseo "de que surja una legislación responsable, que tome en cuenta las distintas posturas de la sociedad, y que no haya un avasallamiento de las mayorías en un tema tan sensible".

Hasta aquí, el Presidente fue cauteloso, respetuoso de su investidura, del mandato que le otorgaron los mandantes en julio de 2006, y del carácter laico del gobierno y el Estado que jefatura. Pero no es novedad ni secreto que desde la casa presidencial se debieron atajar intentos desbocados del panismo convertido en poder por meter las manos en el debate y la promoción de los "pro-vida" y contra los "pro-elección". Hasta ahí, se debe insistir, todo parecía dentro de los cauces del laicismo por parte del gobierno federal, de derecha, frente a una decisión de la izquierda gobernante en la capital del país.

Pero el pasado domingo, a pocas horas de que un poder del Estado como la Asamblea Legislativa apruebe la despenalización del aborto, al parecer se rompieron los controles que se habían impuesto en el gobierno federal para referirse a ese controvertido tema. Y fue precisamente la esposa del Presidente, Margarita Zavala, quien rompió lo que parecía una regla en el gobierno de Calderón. Dijo la primera dama, en referencia al aborto: "Es el imperio del más fuerte sobre el débil, es negar el futuro, es quitarle retos al Estado y a la sociedad... es una abierta negación del derecho a la vida, es contrario a principios humanos y democracia".

En tanto ciudadana con derechos plenos, practicante de un credo religioso y militante de un partido político, Margarita Zavala tiene todo el derecho de exponer de manera pública su punto de vista sobre temas como la despenalización del aborto. Pero en tanto esposa del Presidente, su opinión se convierte, a querer o no, en una opinión que lleva asociado el peso del cargo, la representación y la responsabilidad de su esposo, el presidente Calderón, como garante del Estado laico.

Existe la posibilidad de que la declaración de Margarita Zavala sea la voz y la opinión de la familia Calderón-Zavala en torno a la legalización del aborto, una opinión familiar contra el espíritu y el texto que regulará esa reforma. De ser así, Margarita Zavala se habría convertido en vocera familiar. Pero de ser cierta la hipótesis, el presidente Calderón estará obligado a dar una respuesta en su calidad de jefe del gobierno y del Estado.

Y su respuesta no podrá ser otra -en la lógica de un estadista, más que de un panista- que la de respeto a la decisión adoptada por una mayoría en la Asamblea Legislativa, congreso capitalino que es parte del Estado mexicano, reconocido como laico. Y es que desde el 1 de diciembre pasado, Felipe Calderón, más que católico, más que panista y creyente, es el jefe del Estado y del gobierno. Y en esa calidad está obligado a respetar y defender las decisiones adoptadas por las instituciones del Estado. Le gusten o no, las comparta o no.

Pero hay otro problema. También en el primer círculo del gobierno de Calderón se llegó a la conclusión de que el partido, en su estructura nacional y en la directiva del DF, se vio rebasado, desmovilizado en el tema del aborto, a causa de las disputas internas. La lucha por el poder, por la integración del Consejo Nacional, y las batallas electorales los desmovilizaron. Es decir, la pelea por el poder los hizo olvidar sus causas estandarte, parte de su ideología. Un ejemplo: si Ana Rosa Payán no estuviera ocupada peleando por Yucatán -en donde la batalla está perdida-, estaría al frente de la lucha contra el aborto. Ese, y no el poder, es su fuerte. El poder enferma. Y a veces no hay cura.

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