DESAFIO
Rafael Loret de Mola
*Crispación y Terror
*Sociedades en Crisis
*La Vida sin Escoltas
Dos son los signos más acusados de nuestro tiempo: los fundamentalismos que niegan razón a cuantos piensan de manera diferente y el terror hacia los excesos de violencia de los intolerantes dispuestos, si es necesario, a pasar por encima de la mitad de sus congéneres para alcanzar la utopía. La crispación es, por tanto, consecuencia de las políticas insensibles que negaron espacios y foros para intentar asegurar la cohabitación y convivencia entre seres exaltados por sus diferencias.
Las dictaduras de todos los tiempos han aportado las intransigencias mayores. La sentencia franquista es fuente de las intolerancias en las que abrevan los extremistas: "si para que haya paz en España es necesario eliminar a la mitad de los españoles, lo haremos". La sentencia brutal, en este caso contra la República y sus hijos, no sólo dividió a un pueblo sino prohijó acaso, pese a la posterior evolución democrática, los egoísmos actuales exaltados por una devastadora individualidad que aísla, separa y asfixia a las sociedades modernas que no pueden encontrar las vías correctas para la conciliación y, desde luego, los acuerdos necesarios.
Se vive, desde luego, con miedo frente a los fenómenos sociológicos extremos. El drama de la emigración, en todos los horizontes, deviene de la miseria y el impulso a buscar en entornos ajenos los satisfactores que no se encuentran en el propio y desemboca, sin remedio, en la disparidad extrema que prohíja la violencia. Cuando se pierde la noción del bien y el mal bajo el peso delas opresiones internas es imposible detener a quienes se plantean hacerse justicia por propia mano empezando, claro, con cuanto les impide contar con el poder adquisitivo para asegurarse una existencia cómoda. Y no es que la pobreza sea una fuente criminal per se sino, más bien, detona las ansias de escalar la pirámide social con la pólvora incesante de las promociones consumistas. No puede pretenderse, claro, que quienes menos tienen sean ajenos al bombardeo comercial con uso de los cañones de la publicidad.
El mundo no sólo esta dividido entre izquierda y derecha políticas bajo ópticas contrapuestas siempre; sobre todo lo está entre pobres y ricos separados por la franja de la capacidad de compra y, por ende, de los destinos preestablecidos que los que difícilmente se puede salir aun cuando tanto se hable de la constancia del esfuerzo para aplacar el estigma dela miseria original. En todo caso, las excepciones confirman la regla y es casi un milagro que quien nació en un entorno miserable pueda acceder a una vida mejor sin rendirse ante las tentaciones del delito y del dinero fácil.
Los jóvenes de hoy, por ejemplo, se enfrentan a la amarga coyuntura de no poder contar con un techo propio para fincar su propio derrotero existencial en pareja salvo, claro, si se desvía hacia la corrupción. Los ingresos derivados de un trabajo honesto y digno no son suficientes siquiera para pretender ahorrar como lo hacían las generaciones precedentes hasta quizá el final de la década de los sesenta, hace ya casi cuarenta años. Desde entonces todo ha sido remar a contracorriente ante la imposibilidad de formar un patrimonio sin caer en el señuelo de la productiva ilegalidad. Quizá por ello los niños de hoy ya no quieren ser presidentes sino narcotraficantes. Suena terrible pero, por desgracia, aunque discutible, el aserto se confirma cada día.
Debate
La política debiera servir para resolver coyunturas no para ensancharlas. De otra manera, claro, sólo sirve a los grupos afines y no obra a favor de los equilibrios sociales. Me temo que en este punto nos hemos extraviado al no poder resolver, de modo alguno, las diferencias ideológicas sin llegar a los extremos de la confrontación estéril. Entre la Santa Inquisición, asignación de la derecha intransigente, y las proezas de la KGB soviética, numen de la izquierda represora, no hay más diferencia que la perspectiva de cada quien y la consiguiente inducción de las jerarquías de un signo y otro.
Así, en México en donde el añejo duelo entre conservadores y liberales es la fuente omnipresente de las intransigencias actuales que van ampliándose, en lugar de ser atemperadas, por la insensibilidad de los dirigentes políticos que confunden su propia relevancia con la causa que los motiva así como igualmente se pretende la simbiosis de los conceptos de patria, nación y estado para reunirlos en el símbolo presidencial bajo los efectos del poder central.
Repasemos con cuidado los hechos recientes, así como la premura por superar las diferencias de manera por demás superficial, para explicarnos los permanentes desencuentros entre líderes incapaces de entender a quienes no piensan igual y, sobre todo de asumir que no representan, en nuestra perspectiva, a "los mexicanos", en su conjunto, sino sólo a una mínima parte de ellos. Cuando la humildad prive en ellos entonces comenzará la democracia a ser útil porque se respetarán, en serio, las diferencias. ¿Una utopía?
La crispación no es un fenómeno, por ende, pasajero ni circunstancial. Tiene raíces tan profundas como las consecuencias previsibles de los enfrentamientos estériles, permanentes. ¿Ha logrado Felipe Calderón, pese a la aparente rendición de los timoratos, la legitimidad que no obtuvo en las urnas?¿Y Andrés Manuel López Obrador ha sido capaz de superar su propia parodia para proponerse útil a la sociedad mexicana? En sendos extremos la vida política del país parece detenida mientras avanza el derrotero de la gran hegemonía universal, la de la Casa Blanca, sin el menor consenso colectivo pero con la fuerza del poderío militar y económico sin contrapesos. Ello explica, en buena medida, la parálisis que sólo resulta rendidora para los eternos especuladores sabios para invertir a río revuelto y pescar a sus anchas.
El Reto
Con el ejercicio del poder las tendencias se confunden. No hace mucho, en Guadalajara, escuché decir que los panistas vernáculos son ahora iguales a los antiguos priístas y que éstos han optado por representar el papel de los azules para fines de permanencia en los escenarios del sistema. Y lo mismo sucede en la perspectiva nacional: el presidente Calderón incluso aseveró que debía comenzar a rebasar por la izquierda para ganar con ello la jerarquía moral que no obtuvo en las urnas, situación ésta omnipresente entre sus gobernados aun cuando se pretenda disimular con la exaltación permanente de los símbolos. ¡Ya hasta camina, Felipe claro, con aire marcial, majestuoso! Todo sea por las apariencias y los maquillajes.
Y al otro lado del Atlántico –vuelvo a mi referente habitual que tanto me sirve para discernir sobre los desafíos del mañana-, la izquierda española, bajo presión permanente, se acerca a la derecha para consolidar la evolución financiera de la nación. ¿O acaso no ha sido clave, por ejemplo, la solidez de la interrelación entre el mexicano Carlos Slim, tercero entre los multimillonarios del planeta, y el ibérico Felipe González Márquez, ex presidente y una especie de icono para quienes ahora conforman gobierno? La clave, claro, está en los intereses que representan y no en las ideologías.
La fidelidad ahora no es de conciencia sino de estatus. Abundaremos.
La Anécdota
Hace unas semanas, en Madrid, sobre la calle Hermosilla en donde alquilé un pequeño departamento –piso le llaman los madrileños-, observé venir a un personaje inconfundible, sin compañía y paso acelerado. Salió de las oficinas de "El Corte Inglés", la empresa mercantil por excelencia a los que los españoles se rinden sin remedio –dicen que cuatro de cada cinco "duros", euros ahora, van a parar a las arcas de esta compañía próspera-, y ganó la rúa sin prisas, casi sin voltear a los lados. Cuando, al fin, cruzamos miradas todavía dudé:
--¿Don Pedro?
Y, claro, Pedro Almodóvar, el cineasta reconocido, asintió con un pronunciado movimiento de cabeza.
--¿Qué hace usted por estos rumbos y solo, además?
--Lo de usted: camino y tomo aire.
Nada de escoltas para reducir a los impertinentes que no faltan como una sesentona que nos salió al paso:
--¿Es Pedro Almodóvar, verdad? Fíjese que ya vi su película y tengo que darle mi opinión.
No era, por cierto, muy positiva. Pero, por esta ocasión, recojan los lectores la importancia, ya perdida en México, de caminar sin la tremenda sensación del temor. Ya me habían dicho que hasta los Reyes, símbolos que no caducan en la moderna España de la democracia parlamentaria, iban sin escoltas por la vida. Bueno, hasta que surgió el flagelo, otra vez, del terror.
*Sociedades en Crisis
*La Vida sin Escoltas
Dos son los signos más acusados de nuestro tiempo: los fundamentalismos que niegan razón a cuantos piensan de manera diferente y el terror hacia los excesos de violencia de los intolerantes dispuestos, si es necesario, a pasar por encima de la mitad de sus congéneres para alcanzar la utopía. La crispación es, por tanto, consecuencia de las políticas insensibles que negaron espacios y foros para intentar asegurar la cohabitación y convivencia entre seres exaltados por sus diferencias.
Las dictaduras de todos los tiempos han aportado las intransigencias mayores. La sentencia franquista es fuente de las intolerancias en las que abrevan los extremistas: "si para que haya paz en España es necesario eliminar a la mitad de los españoles, lo haremos". La sentencia brutal, en este caso contra la República y sus hijos, no sólo dividió a un pueblo sino prohijó acaso, pese a la posterior evolución democrática, los egoísmos actuales exaltados por una devastadora individualidad que aísla, separa y asfixia a las sociedades modernas que no pueden encontrar las vías correctas para la conciliación y, desde luego, los acuerdos necesarios.
Se vive, desde luego, con miedo frente a los fenómenos sociológicos extremos. El drama de la emigración, en todos los horizontes, deviene de la miseria y el impulso a buscar en entornos ajenos los satisfactores que no se encuentran en el propio y desemboca, sin remedio, en la disparidad extrema que prohíja la violencia. Cuando se pierde la noción del bien y el mal bajo el peso delas opresiones internas es imposible detener a quienes se plantean hacerse justicia por propia mano empezando, claro, con cuanto les impide contar con el poder adquisitivo para asegurarse una existencia cómoda. Y no es que la pobreza sea una fuente criminal per se sino, más bien, detona las ansias de escalar la pirámide social con la pólvora incesante de las promociones consumistas. No puede pretenderse, claro, que quienes menos tienen sean ajenos al bombardeo comercial con uso de los cañones de la publicidad.
El mundo no sólo esta dividido entre izquierda y derecha políticas bajo ópticas contrapuestas siempre; sobre todo lo está entre pobres y ricos separados por la franja de la capacidad de compra y, por ende, de los destinos preestablecidos que los que difícilmente se puede salir aun cuando tanto se hable de la constancia del esfuerzo para aplacar el estigma dela miseria original. En todo caso, las excepciones confirman la regla y es casi un milagro que quien nació en un entorno miserable pueda acceder a una vida mejor sin rendirse ante las tentaciones del delito y del dinero fácil.
Los jóvenes de hoy, por ejemplo, se enfrentan a la amarga coyuntura de no poder contar con un techo propio para fincar su propio derrotero existencial en pareja salvo, claro, si se desvía hacia la corrupción. Los ingresos derivados de un trabajo honesto y digno no son suficientes siquiera para pretender ahorrar como lo hacían las generaciones precedentes hasta quizá el final de la década de los sesenta, hace ya casi cuarenta años. Desde entonces todo ha sido remar a contracorriente ante la imposibilidad de formar un patrimonio sin caer en el señuelo de la productiva ilegalidad. Quizá por ello los niños de hoy ya no quieren ser presidentes sino narcotraficantes. Suena terrible pero, por desgracia, aunque discutible, el aserto se confirma cada día.
Debate
La política debiera servir para resolver coyunturas no para ensancharlas. De otra manera, claro, sólo sirve a los grupos afines y no obra a favor de los equilibrios sociales. Me temo que en este punto nos hemos extraviado al no poder resolver, de modo alguno, las diferencias ideológicas sin llegar a los extremos de la confrontación estéril. Entre la Santa Inquisición, asignación de la derecha intransigente, y las proezas de la KGB soviética, numen de la izquierda represora, no hay más diferencia que la perspectiva de cada quien y la consiguiente inducción de las jerarquías de un signo y otro.
Así, en México en donde el añejo duelo entre conservadores y liberales es la fuente omnipresente de las intransigencias actuales que van ampliándose, en lugar de ser atemperadas, por la insensibilidad de los dirigentes políticos que confunden su propia relevancia con la causa que los motiva así como igualmente se pretende la simbiosis de los conceptos de patria, nación y estado para reunirlos en el símbolo presidencial bajo los efectos del poder central.
Repasemos con cuidado los hechos recientes, así como la premura por superar las diferencias de manera por demás superficial, para explicarnos los permanentes desencuentros entre líderes incapaces de entender a quienes no piensan igual y, sobre todo de asumir que no representan, en nuestra perspectiva, a "los mexicanos", en su conjunto, sino sólo a una mínima parte de ellos. Cuando la humildad prive en ellos entonces comenzará la democracia a ser útil porque se respetarán, en serio, las diferencias. ¿Una utopía?
La crispación no es un fenómeno, por ende, pasajero ni circunstancial. Tiene raíces tan profundas como las consecuencias previsibles de los enfrentamientos estériles, permanentes. ¿Ha logrado Felipe Calderón, pese a la aparente rendición de los timoratos, la legitimidad que no obtuvo en las urnas?¿Y Andrés Manuel López Obrador ha sido capaz de superar su propia parodia para proponerse útil a la sociedad mexicana? En sendos extremos la vida política del país parece detenida mientras avanza el derrotero de la gran hegemonía universal, la de la Casa Blanca, sin el menor consenso colectivo pero con la fuerza del poderío militar y económico sin contrapesos. Ello explica, en buena medida, la parálisis que sólo resulta rendidora para los eternos especuladores sabios para invertir a río revuelto y pescar a sus anchas.
El Reto
Con el ejercicio del poder las tendencias se confunden. No hace mucho, en Guadalajara, escuché decir que los panistas vernáculos son ahora iguales a los antiguos priístas y que éstos han optado por representar el papel de los azules para fines de permanencia en los escenarios del sistema. Y lo mismo sucede en la perspectiva nacional: el presidente Calderón incluso aseveró que debía comenzar a rebasar por la izquierda para ganar con ello la jerarquía moral que no obtuvo en las urnas, situación ésta omnipresente entre sus gobernados aun cuando se pretenda disimular con la exaltación permanente de los símbolos. ¡Ya hasta camina, Felipe claro, con aire marcial, majestuoso! Todo sea por las apariencias y los maquillajes.
Y al otro lado del Atlántico –vuelvo a mi referente habitual que tanto me sirve para discernir sobre los desafíos del mañana-, la izquierda española, bajo presión permanente, se acerca a la derecha para consolidar la evolución financiera de la nación. ¿O acaso no ha sido clave, por ejemplo, la solidez de la interrelación entre el mexicano Carlos Slim, tercero entre los multimillonarios del planeta, y el ibérico Felipe González Márquez, ex presidente y una especie de icono para quienes ahora conforman gobierno? La clave, claro, está en los intereses que representan y no en las ideologías.
La fidelidad ahora no es de conciencia sino de estatus. Abundaremos.
La Anécdota
Hace unas semanas, en Madrid, sobre la calle Hermosilla en donde alquilé un pequeño departamento –piso le llaman los madrileños-, observé venir a un personaje inconfundible, sin compañía y paso acelerado. Salió de las oficinas de "El Corte Inglés", la empresa mercantil por excelencia a los que los españoles se rinden sin remedio –dicen que cuatro de cada cinco "duros", euros ahora, van a parar a las arcas de esta compañía próspera-, y ganó la rúa sin prisas, casi sin voltear a los lados. Cuando, al fin, cruzamos miradas todavía dudé:
--¿Don Pedro?
Y, claro, Pedro Almodóvar, el cineasta reconocido, asintió con un pronunciado movimiento de cabeza.
--¿Qué hace usted por estos rumbos y solo, además?
--Lo de usted: camino y tomo aire.
Nada de escoltas para reducir a los impertinentes que no faltan como una sesentona que nos salió al paso:
--¿Es Pedro Almodóvar, verdad? Fíjese que ya vi su película y tengo que darle mi opinión.
No era, por cierto, muy positiva. Pero, por esta ocasión, recojan los lectores la importancia, ya perdida en México, de caminar sin la tremenda sensación del temor. Ya me habían dicho que hasta los Reyes, símbolos que no caducan en la moderna España de la democracia parlamentaria, iban sin escoltas por la vida. Bueno, hasta que surgió el flagelo, otra vez, del terror.