DESAFIO
Diario Libertad: Rafael Loret de Mola
*El Limbo Diplomático
*Embajada sin Cabezas
*¡Buenas Comisiones!
La diplomacia mexicana, en otros tiempos bien acreditada y solvente en cuanto a la defensa de los principios jurídicos que exaltan la autodeterminación de los pueblos, no sabe hacia done mirar, si al norte o al sur. Dijéramos que esta situada en el limbo en ausencia de presupuestos serios y claridad en el destino nacional y global. Esto es como si la crisis política interior cancelara o, cuando menos, limitara las voces y las ponencias de nuestros representantes en el exterior quienes sólo repiten la cantaleta sobre una estabilidad financiera a prueba de las fricciones partidistas y la crispación social.
Nadie cree en el discurso si bien no faltan quienes se aprovechan del mismo. Ya hemos dicho que a río revuelto son mayores las condiciones para pescar fortunas y ampliar dividendos siempre y cuando se goce del respaldo oficial. Por supuesto ello propicia que los inversionistas fuertes y sus respectivos gobiernos se animen a extender reconocimientos que en otros casos sería oficiosos. ¿Es necesario “reconocer” al gobierno de Francia aun cuando la disputa por el poder sea cerrada entre la derecha bifurcada y la izquierda moderada? Sería, obviamente, muy torpe dada la solidez de la emblemática nación europea. En cambio, cada que se muestra Felipe Calderón en los foros internacionales debe comenzar convenciendo a sus contertulios sobre la legitimidad de su mandato y la relevante noticia de que la crispación política “ha cesado” apenas cuatro meses después del inicio de su gestión. Casi automáticamente.
Durante su primer periplo por Centroamérica, con motivo de la toma de posesión del repetidor Daniel Ortega como mandatario de Nicaragua, el presidente mexicano fue, de hecho, relegado al punto de que al final de la ceremonia fue el único al que, por olvido se dijo, no se le entregó la medalla conmemorativa y una edecán, fuera de cámaras, debió alcanzarlo para dársela... a petición expresa de uno de los acompañantes de Calderón. Además, no debió ser muy agradable observar la manera como el antiguo guerrillero Ortega alzaba las manos de sus pares de Venezuela y Bolivia, dándoles todo el protagonismo, mientras el jefe del Estado mexicano se mantenía relegado y con cara de monaguillo regañado.
Semanas después, ya en enero, durante su paso por Madrid después de su presentación en Davós –en donde sólo cubrió el espacio sin la menor relevancia-, el encuentro con los Reyes Juan Carlos y Sofía sirvió para darle marco... a la princesa de Asturias, Letizia Ortiz, quien pudo exhibir su embarazo ante los representantes del país en el cual cursó como periodista años atrás. Todos los comentarios, todas las cámaras, fueron para ella al tiempo de que algunos medios, despistados claro, apenas mencionaban que la familia real había sido anfitriona del mandatario mexicano, “Fernando” (sic) Calderón. Bastante más que un simple error de dedo.
Comenzar desde cero no es agradable, mucho menos con los saldos legados por un antecesor impertinente y descuidado a quien se toleró en la medida que beneficiaba con privilegios sin cuento a los inversionistas potenciales del exterior con su consabido optimismo sobre los equilibrios y las garantías. Esto es como si, de verdad, México fuese un ejemplo de pluralidad eficiente y de desarrollo compartido. Más bien, como se ha podido constatar, las distancias se ahondaron dramáticamente: los ricos lo son más aunque, de acuerdo a la relación de los mayores multimillonarios del planeta, sean menos; y los depauperados aumentan. ¿Miramos hacia el norte?
Debate
Yo no sé si aún México puede mirar hacia el sur. El deterioro del arraigado liderazgo latinoamericano comenzó, como ya hemos referido, en el deplorable sexenio de Miguel de la Madrid, el mayor de los entreguistas, cuando el entonces mandatario voló hacia Argentina, con instrucciones dictadas desde el buró del FMI, para desbaratar el proyecto de Raúl Alfonsín, en funciones de presidente, en pro de crear un club de deudores con las naciones tercermundistas acosadas por los acreedores inmorales, insensibles, agiotistas. De la Madrid, en funciones de títere, abogó por la renegociación “unilateral” de las deudas y rompió cualquier intento de bloque. ¿Su premio? La impunidad, claro, y una sucesión acordada, a favor de su favorito Carlos Salinas y en contra de la marea neocardenista. No hay casualidades en el mundo de las negociaciones.
Seis años más tarde, en 1994, el llamado de la barbarie proveyó los votos del miedo en pro de la continuidad. El drama de Colosio resultó, a la larga, el mitin más efectivo para esta causa sobre todo porque otorgó a los grupos influyentes y socios de los detentadores del poder político pasajero el tiempo necesario para el reacomodo ante el imperativo de la alternancia: fueron seis años, lo que duró el régimen del doctor Ernesto Zedillo, para darle la vuelta a las presiones del norte y la bienvenida a la cruzada por el cambio que no alteró, ni siquiera en lo mínimo, las correlaciones entre la estructura gubernamental y los detentadores del verdadero poder, “capos” incluidos.
Si en 1986, el dúctil y calculador De la Madrid aceptó el papel de cabildero a favor de los intereses de la Casa Blanca, en el 2000, la intervención del gobierno de Washington a favor de la alternancia fue determinante ante los vaivenes de un priísmo acotado y acaso también traicionado desde la residencia oficial de Los Pinos. En semejante línea, la sucesión presidencial en 2006 pareció seguir el mismo libreto: un mandatario señalado como ilegítimo, ante una oposición fuerte e intransigente, tan vulnerable como dependiente de cuantos proveyeron de recursos, pecuniarios y humanos, a la controvertida campaña “del rebase”.
Sí, en el limbo estamos desde la visión de un gobierno bajo sospecha y cuya debilidad no se compensa con el número de veces que se exalten los símbolos y se repita el discurso sobre el fin de la emergencia política. El problema de fondo, naturalmente, es de liderazgo.
El Reto
La diplomacia da tumbos. Basta con observar el desempeño de las representaciones mexicanas en el exterior. En España, por ejemplo, cesó el embajador Gabriel Jiménez Remus, casi como las sirvientas y con el menor ruido posible, y se dejó la responsabilidad en manos de un mero encargado de despacho, Gabriel Rosenzweig, de larga estirpe vinculada con el servicio exterior. Fue evidente, claro, que Jiménez Remus, jalisciense y panista de prosapia, decidió abandonar la nave sin el menor decoro, esto es como si tuviera prisa en alejarse, tanta que no dio tiempo a las jerarquías, la Canciller Patricia Espinosa y el presidente Calderón, para dar cauce al relevo.
El hecho es que nuestras embajadas parecen ser refugio de intolerancias y de burócratas privilegiados. No sirven para bendita la cosa, mucho menos para servir a los conacionales que requieren de algún servicio consular o de la mínima orientación. Tengo reportes de no pocos lectores –incluso de un grupo de tamaulipecos que se sintió afrentado por los malos tratos-, en el sentido de que la delegación en Madrid, sita enfrente de la sede del Congreso de los Diputados, sobre la Carrera de San Jerónimo, se caracteriza por no arreglar nada a diferencia de lo que sucede con las de otras naciones latinoamericanas. Vamos a la cola en eficacia y a la vanguardia en suficiencia, entre otras cosas porque quienes se quedan mucho tiempo en sus funciones se sienten protegidos por el síndrome del inventario, esto es se creen partes insustituibles de la estructura misma. Abundaremos.
La Anécdota
Corría 1971, el primer año del echeverriato. Y de visita por Yucatán, una sede que se ha vuelto a poner de moda a la hora de programar encuentros binacionales para evitar los “apuros” urbanos de la ciudad de México, el presidente de Costa Rica, José Figueres, quiso detenerse ante el amplio vestíbulo de Cordemex, la empresa henequenera que debió centralizarse para suprimir a la local Henequeneros de Yucatán que se dio el lujo de ser eficaz sin aliento “federal”.
Figueres se detuvo en el recibidor y exclamó golpeando las sólidas columnas con aires románicos:
--¡Qué buenas!¡Pero qué buenas, señor presidente!
Echeverría, sorprendido, trató de secundar la expresión jovial de su huésped:
--Sí, señor. Se hicieron a conciencia...
Figueres, entonces, ironizó:
--No, señor presidente. ¡Qué buenas, sí, pero qué buenas comisiones! ¿Para qué tanta cimentación de lujo cuando no se necesita?
Echeverría enmudeció, tomó del brazo al visitante y pidió que la prensa no recogiera la anécdota. Pura diplomacia.
*El Limbo Diplomático
*Embajada sin Cabezas
*¡Buenas Comisiones!
La diplomacia mexicana, en otros tiempos bien acreditada y solvente en cuanto a la defensa de los principios jurídicos que exaltan la autodeterminación de los pueblos, no sabe hacia done mirar, si al norte o al sur. Dijéramos que esta situada en el limbo en ausencia de presupuestos serios y claridad en el destino nacional y global. Esto es como si la crisis política interior cancelara o, cuando menos, limitara las voces y las ponencias de nuestros representantes en el exterior quienes sólo repiten la cantaleta sobre una estabilidad financiera a prueba de las fricciones partidistas y la crispación social.
Nadie cree en el discurso si bien no faltan quienes se aprovechan del mismo. Ya hemos dicho que a río revuelto son mayores las condiciones para pescar fortunas y ampliar dividendos siempre y cuando se goce del respaldo oficial. Por supuesto ello propicia que los inversionistas fuertes y sus respectivos gobiernos se animen a extender reconocimientos que en otros casos sería oficiosos. ¿Es necesario “reconocer” al gobierno de Francia aun cuando la disputa por el poder sea cerrada entre la derecha bifurcada y la izquierda moderada? Sería, obviamente, muy torpe dada la solidez de la emblemática nación europea. En cambio, cada que se muestra Felipe Calderón en los foros internacionales debe comenzar convenciendo a sus contertulios sobre la legitimidad de su mandato y la relevante noticia de que la crispación política “ha cesado” apenas cuatro meses después del inicio de su gestión. Casi automáticamente.
Durante su primer periplo por Centroamérica, con motivo de la toma de posesión del repetidor Daniel Ortega como mandatario de Nicaragua, el presidente mexicano fue, de hecho, relegado al punto de que al final de la ceremonia fue el único al que, por olvido se dijo, no se le entregó la medalla conmemorativa y una edecán, fuera de cámaras, debió alcanzarlo para dársela... a petición expresa de uno de los acompañantes de Calderón. Además, no debió ser muy agradable observar la manera como el antiguo guerrillero Ortega alzaba las manos de sus pares de Venezuela y Bolivia, dándoles todo el protagonismo, mientras el jefe del Estado mexicano se mantenía relegado y con cara de monaguillo regañado.
Semanas después, ya en enero, durante su paso por Madrid después de su presentación en Davós –en donde sólo cubrió el espacio sin la menor relevancia-, el encuentro con los Reyes Juan Carlos y Sofía sirvió para darle marco... a la princesa de Asturias, Letizia Ortiz, quien pudo exhibir su embarazo ante los representantes del país en el cual cursó como periodista años atrás. Todos los comentarios, todas las cámaras, fueron para ella al tiempo de que algunos medios, despistados claro, apenas mencionaban que la familia real había sido anfitriona del mandatario mexicano, “Fernando” (sic) Calderón. Bastante más que un simple error de dedo.
Comenzar desde cero no es agradable, mucho menos con los saldos legados por un antecesor impertinente y descuidado a quien se toleró en la medida que beneficiaba con privilegios sin cuento a los inversionistas potenciales del exterior con su consabido optimismo sobre los equilibrios y las garantías. Esto es como si, de verdad, México fuese un ejemplo de pluralidad eficiente y de desarrollo compartido. Más bien, como se ha podido constatar, las distancias se ahondaron dramáticamente: los ricos lo son más aunque, de acuerdo a la relación de los mayores multimillonarios del planeta, sean menos; y los depauperados aumentan. ¿Miramos hacia el norte?
Debate
Yo no sé si aún México puede mirar hacia el sur. El deterioro del arraigado liderazgo latinoamericano comenzó, como ya hemos referido, en el deplorable sexenio de Miguel de la Madrid, el mayor de los entreguistas, cuando el entonces mandatario voló hacia Argentina, con instrucciones dictadas desde el buró del FMI, para desbaratar el proyecto de Raúl Alfonsín, en funciones de presidente, en pro de crear un club de deudores con las naciones tercermundistas acosadas por los acreedores inmorales, insensibles, agiotistas. De la Madrid, en funciones de títere, abogó por la renegociación “unilateral” de las deudas y rompió cualquier intento de bloque. ¿Su premio? La impunidad, claro, y una sucesión acordada, a favor de su favorito Carlos Salinas y en contra de la marea neocardenista. No hay casualidades en el mundo de las negociaciones.
Seis años más tarde, en 1994, el llamado de la barbarie proveyó los votos del miedo en pro de la continuidad. El drama de Colosio resultó, a la larga, el mitin más efectivo para esta causa sobre todo porque otorgó a los grupos influyentes y socios de los detentadores del poder político pasajero el tiempo necesario para el reacomodo ante el imperativo de la alternancia: fueron seis años, lo que duró el régimen del doctor Ernesto Zedillo, para darle la vuelta a las presiones del norte y la bienvenida a la cruzada por el cambio que no alteró, ni siquiera en lo mínimo, las correlaciones entre la estructura gubernamental y los detentadores del verdadero poder, “capos” incluidos.
Si en 1986, el dúctil y calculador De la Madrid aceptó el papel de cabildero a favor de los intereses de la Casa Blanca, en el 2000, la intervención del gobierno de Washington a favor de la alternancia fue determinante ante los vaivenes de un priísmo acotado y acaso también traicionado desde la residencia oficial de Los Pinos. En semejante línea, la sucesión presidencial en 2006 pareció seguir el mismo libreto: un mandatario señalado como ilegítimo, ante una oposición fuerte e intransigente, tan vulnerable como dependiente de cuantos proveyeron de recursos, pecuniarios y humanos, a la controvertida campaña “del rebase”.
Sí, en el limbo estamos desde la visión de un gobierno bajo sospecha y cuya debilidad no se compensa con el número de veces que se exalten los símbolos y se repita el discurso sobre el fin de la emergencia política. El problema de fondo, naturalmente, es de liderazgo.
El Reto
La diplomacia da tumbos. Basta con observar el desempeño de las representaciones mexicanas en el exterior. En España, por ejemplo, cesó el embajador Gabriel Jiménez Remus, casi como las sirvientas y con el menor ruido posible, y se dejó la responsabilidad en manos de un mero encargado de despacho, Gabriel Rosenzweig, de larga estirpe vinculada con el servicio exterior. Fue evidente, claro, que Jiménez Remus, jalisciense y panista de prosapia, decidió abandonar la nave sin el menor decoro, esto es como si tuviera prisa en alejarse, tanta que no dio tiempo a las jerarquías, la Canciller Patricia Espinosa y el presidente Calderón, para dar cauce al relevo.
El hecho es que nuestras embajadas parecen ser refugio de intolerancias y de burócratas privilegiados. No sirven para bendita la cosa, mucho menos para servir a los conacionales que requieren de algún servicio consular o de la mínima orientación. Tengo reportes de no pocos lectores –incluso de un grupo de tamaulipecos que se sintió afrentado por los malos tratos-, en el sentido de que la delegación en Madrid, sita enfrente de la sede del Congreso de los Diputados, sobre la Carrera de San Jerónimo, se caracteriza por no arreglar nada a diferencia de lo que sucede con las de otras naciones latinoamericanas. Vamos a la cola en eficacia y a la vanguardia en suficiencia, entre otras cosas porque quienes se quedan mucho tiempo en sus funciones se sienten protegidos por el síndrome del inventario, esto es se creen partes insustituibles de la estructura misma. Abundaremos.
La Anécdota
Corría 1971, el primer año del echeverriato. Y de visita por Yucatán, una sede que se ha vuelto a poner de moda a la hora de programar encuentros binacionales para evitar los “apuros” urbanos de la ciudad de México, el presidente de Costa Rica, José Figueres, quiso detenerse ante el amplio vestíbulo de Cordemex, la empresa henequenera que debió centralizarse para suprimir a la local Henequeneros de Yucatán que se dio el lujo de ser eficaz sin aliento “federal”.
Figueres se detuvo en el recibidor y exclamó golpeando las sólidas columnas con aires románicos:
--¡Qué buenas!¡Pero qué buenas, señor presidente!
Echeverría, sorprendido, trató de secundar la expresión jovial de su huésped:
--Sí, señor. Se hicieron a conciencia...
Figueres, entonces, ironizó:
--No, señor presidente. ¡Qué buenas, sí, pero qué buenas comisiones! ¿Para qué tanta cimentación de lujo cuando no se necesita?
Echeverría enmudeció, tomó del brazo al visitante y pidió que la prensa no recogiera la anécdota. Pura diplomacia.