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domingo, 11 de febrero de 2007

DESAFIO

Rafael Loret de Mola

* Confesiones, Penitencias
* Ruta hacia la Maduración
* El Peso de la Objetividad

Los vicios del sistema no se extinguieron con la alternancia; por el contrario, fueron corregidos y aumentados como se dice cuando una versión literaria merece el aval de la reimpresión.

El nepotismo, por ejemplo, tan duramente cuestionado por al panismo opositor durante la época del priísmo hegemónico –recuérdese el sexenio de López Portillo y los supuestos correctivos morales impuestos por la administración sucesora-, creció como nunca –no sólo en la residencia oficial de Los Pinos en donde los vástagos de la pareja presidencial instalaron una monumental exhibición de privilegios y complicidades, sino también a la vera del poderoso señor de Hacienda, el fiscal de hierro Francisco Gil Díaz-, lo mismo que la propensión por la riqueza y la avidez por perseguir a las voces disidentes.

Se habló, tantas veces, del fin del autoritarismo presidencial y se exaltó a éste como numen del poder que no rectifica ante sus contrapesos –la infecunda batalla con el Legislativo lo comprueba-, y publicita su imagen en proporciones escandalosas para contrarrestar, con el erario como garantía, la ausencia notoria de resultados en cuanto al imperativo de crecimiento y la justicia social, entendida ésta como modelo distributivo de satisfactores colectivos.

Todo ello mediando encuestas, sondeos y estadísticas elaboradas al gusto de la casa presidencial, antes, durante y después del penoso, accidentado proceso electoral que nos condujo hacia los escenarios más lamentables de aquel pasado que algunos creyeron muerto.

Tal es la razón y el imperativo de colectar “Confesiones” a través de las voces y testimonios de los protagonistas mayores quienes cayeron, todos desde distintos planos, en el absurdo de considerarse impolutos trasladando el peso de las perversidades a sus contrarios en una maniquea recreación de las cortes victorianas.

Cada quien, claro, en posesión de su propia capillita en donde los adoradores incondicionales los exaltaron devotamente. De allí el sectarismo, primero, y la polarización, después, los males que ahora cubren el rostro de la pretendida democracia mexicana dependiente de una apretada minoría “vencedora”, integrada apenas por uno de cada cinco empadronados, esto es el veinte por ciento de una ciudadanía todavía dúctil, voluble y como tal manipulable.

Las “Penitencias” ya están aquí a modo de gobierno. Son las consecuencias por la negligencia y los abusos, también por el reacomodo incesante de tantos predadores.

Es obvio que los hombres “buenos”, con apegos religiosos desde sus infancias y una clara inclinación por los permanentes actos de contrición necesarios para solicitar el perdón divino, se desvían en cuanto privilegian los intereses de grupo analizando los vicios como “males necesarios”, incluyendo claro las manipulaciones electorales, con tal de salvaguardar el curso principal: al mantenimiento del estado de cosas, esto es a la derecha al mando del timón de la República. Otra posibilidad, lo repitieron hasta el cansancio, significa colocarse en los predicamentos del “peligro”.

Las “Confesiones” llevan, sin remedio, a las “Penitencias” para intentar rescatar del agobio, sembrando esperanzas, a las almas atormentadas.

Es necesaria la expiación si se quiere seguir con vida, ubicando a ésta no como postración adelantada, claudicante, sino como impulso para construir, en serio, los nuevos escenarios en donde, aunque por hoy suene a utopía, sea factible derrotar a los arraigados vicios del establishment por el momento invencibles.

Mirador

“Confesiones” y “Penitencias”, dos ensayos paralelos que intentan explicar los porqué y los cómo de la polarización de la sociedad mexicana, habrán de aparecer en los próximos días, bajo los auspicios de Océano, con la autoría de quien esto escribe. No hay sitio para la especulación ni la reconvención malsana estimulada por la subjetividad y las apuestas y objetivos personales. Como, a diferencia de no sé cuantos colegas, no voté antes de tiempo para inducir a mis lectores a seguir la misma senda, conservé la necesaria imparcialidad para acercarme a los escenarios actuales en busca de esas respuestas que tanto exigen, sin ser escuchados, los miles y miles de mexicanos reacios a caer en las redes de la manipulación como efecto de la desinformación galopante.

No es tampoco una apuesta del autor para medir el talante de la nueva clase política; ni siquiera un desafío provocador destinado a exhibir, por sus reacciones, a cuantos mantienen nichos, en las oficinas públicas o las calles, en donde son, como se proponen, “invulnerables” sólo en apariencia. Se trata de una exposición, que creo puntual, sobre hechos incontrovertibles que exhiben, por sí, pecadores de los mismos pecados, a cada uno de los grandes protagonistas y grupos de la vida nacional. Porque, desde luego, sólo así podremos saber en donde y sobre que estamos parados.

En fin, insisto en la fuerza de la crítica como contrapeso real para frenar los excesos del poder y los usos represivos, tantas veces camuflados retóricamente. ¿Cómo entender la apertura política, decantada por los voceros de los gobiernos recientes –desde el último tramo del priísmo hegemónico- cuando las muertes violentas de informadores alcanzaron, en número, el mismo nivel de la era salinista y acabaron por desbordarse escandalosamente hasta terrenos insondables? Y, midiendo con la misma vara, ¿es factible señalar alguna diferencia cuando desde la intransigencia opositora se anima a la colectividad a acercarse sólo a aquellos informadores que exaltan, de manera incondicional, los valores de la resistencia?¿No estamos hablando, acaso, de una idéntica, tremenda falla conceptual?.

De eso se trata el texto que pronto estará, esta misma semana si no se producen “incidentes” circunstanciales, a disposición de ustedes, amables lectores.

Dos ensayos en un mismo volumen porque son dos las situaciones que se plantean: la confesión de los pecados; y las penitencias a pagar por todos los mexicanos que pretenden la redención de sus atormentadas conciencias.

En medio, claro, el juicio parece inapelable para la clase política en el poder.

Polémica

El gran desafío es, desde luego, para la sociedad mexicana, sobre todo porque no puede eludir su responsabilidad en los acontecimientos recientes y en los desenlaces que para algunos han sido funestos y para otros resultan esperanzadores, siempre de acuerdo a la infaltable dicotomía, situados entre el bien y el mal absolutos, desde la perspectiva particular de cada quien. Basta saber qué es lo que defiende cada quien para conocer el perfil y las tendencias de éste. Cuando menos, eso suponemos.

Tal es la razón que alienta a la publicación de este texto novedoso, desde su dual presentación –con doble carátula y relatos contrapuestos-, como reflejo, precisamente, de la polarización de los mexicanos por causa de las políticas sectarias, atizadas por la soberbia extrema de los protagonistas –incapaces del menor ejercicio autocrítico-, y de los cínicos pretextos para que cada uno se pretenda intocable: “si me atacas –sostienen quienes sienten la crítica como lanzas incendiarias sin el menor apego por el debate democrático- estás socavando un proyecto de nación, incluso la preeminencia de la razón”. Contra este lugar común, blandimos la espada de la libre expresión.

Como siempre, en manos de los lectores estará, siempre, el veredicto.

Por las Alcobas

A lo largo de la contienda política que nos cimbró en 2006, periodistas e informadores, que no son lo mismo, también fueron puestos en el banquillo ante la mirada escrutadora de cuantos exigían definiciones de tipo partidista como si se tratara de un deber ineludible. No pocos colegas se acercaron para hacerme este planteamiento:

--Cuando es tanta la confusión social, el comunicador debe definirse políticamente?.

Sólo así podrá cumplir con su deber de conductor. No hacerlo, en cambio, parece una salida fácil, cómoda, para evadirse de la polémica y no entrar en ella.

Lo difícil fue, en un ambiente crispado, conservar la objetividad como deber primigenio del periodista que debe plantear hechos, no sólo exaltar los defectos de la causa contraria y las virtudes de la propia. Las descalificaciones fueron constantes; todavía hoy nos llegan algunas voces que se rebelan contra la crítica cuando no les acomoda y, en cambio, la acogen con beneplácito cuando se trata de incordiar a los adversarios.

Mantenerme sin inducciones partidistas de por medio, aunque no soslayemos la pasión –una subjetividad de la que no puedo enajenarme-, es la garantía que puedo ofrecer hoy a quienes me honran con su lectura.