INDICE POLITICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
POLÍTICOS Y VIDA PRIVADA
QUISQUILLOSO, EL PRESIDENTE de la Cámara de Diputados, Jorge Zermeño (Coahuila-PAN), ha mostrado su enfado con los medios por divulgar detalles de su boda –celebrada anteanoche, en Torreón—con una conductora de la televisión de esa localidad, cuando fue él quien abrió a una revista "del corazón" las puertas de su alcoba nupcial.
Al parecer, los políticos creen que transmiten autenticidad si informan a la opinión pública de episodios cruciales de su vida privada, pero sólo en los medios que ellos escogen. Cuando los abordan otros espacios, no controlados por ellos, se vuelven susceptibles.
Ha hablado el panista coahuilense de su derecho a una vida privada, cuando el asunto es público, habida cuenta que los contribuyentes sufragamos con recursos públicos –subrayo, públicos-- el traslado y estancia de uno de sus testigos, el señor Felipe Calderón, y un largo etcétera que comprende acompañantes y nutridos cuerpos de seguridad.
¿Debemos pagar los ciudadanos por la parafernalia que supone mover al inquilino de Los Pinos a eventos sociales personales, familiares? ¿O el asunto fue político?
Si el evento nos costó, debemos saber qué pasó en él. Rendición de cuentas, nada más.
Porque si aceptáramos esa tesis de que hay que dividir la vida pública de la privada, entonces tendríamos que admitir que los políticos pueden utilizar su vida privada para asuntos inconfesables que, tarde o temprano, influirán negativamente en las decisiones que tomen desde el poder.
Por eso, la vida privada no puede ni debe ser una vida encubierta.
Si tomamos en cuenta que, en aras de la imagen, en todos los casos el comportamiento público de un político es falsario; debemos aceptar lo importante que es conocer su modo de actuar en la vida privada para saber si será tolerante, corrupto o democrático cuando ejerza el poder.
Y Zermeño quiere repetir el intento de gobernar Coahuila. Intento fallido, hasta el momento.
El debate sobre vida pública y privada es nuevo, pero constante. Es hasta hace poco que los medios comenzaron a hurgar en terrenos antes vedados. Y a partir de ahí ha habido quienes sostienen que la segunda es intocable, tabú. Otros, en cambio, sostienen –como yo— que este asunto es parte del precio a pagar por el poder.
La tesis que impera, no obstante, es que asomarse a la vida privada de los políticos es posible sí éste acepta la invasión o intromisión.
Y en el caso referido, Zermeño –insisto— fue quien abrió la puerta de su alcoba nupcial, en un colorido reportaje para una revista "del corazón".
Lo hizo público, además, por invitar como testigo a un personaje cuyos gastos son sufragados por el erario de la Nación.
Si no quería reflectores sobre el tálamo nupcial, hubiese realizado una discreta ceremonia privada, ¿o no?
QUISQUILLOSO, EL PRESIDENTE de la Cámara de Diputados, Jorge Zermeño (Coahuila-PAN), ha mostrado su enfado con los medios por divulgar detalles de su boda –celebrada anteanoche, en Torreón—con una conductora de la televisión de esa localidad, cuando fue él quien abrió a una revista "del corazón" las puertas de su alcoba nupcial.
Al parecer, los políticos creen que transmiten autenticidad si informan a la opinión pública de episodios cruciales de su vida privada, pero sólo en los medios que ellos escogen. Cuando los abordan otros espacios, no controlados por ellos, se vuelven susceptibles.
Ha hablado el panista coahuilense de su derecho a una vida privada, cuando el asunto es público, habida cuenta que los contribuyentes sufragamos con recursos públicos –subrayo, públicos-- el traslado y estancia de uno de sus testigos, el señor Felipe Calderón, y un largo etcétera que comprende acompañantes y nutridos cuerpos de seguridad.
¿Debemos pagar los ciudadanos por la parafernalia que supone mover al inquilino de Los Pinos a eventos sociales personales, familiares? ¿O el asunto fue político?
Si el evento nos costó, debemos saber qué pasó en él. Rendición de cuentas, nada más.
Porque si aceptáramos esa tesis de que hay que dividir la vida pública de la privada, entonces tendríamos que admitir que los políticos pueden utilizar su vida privada para asuntos inconfesables que, tarde o temprano, influirán negativamente en las decisiones que tomen desde el poder.
Por eso, la vida privada no puede ni debe ser una vida encubierta.
Si tomamos en cuenta que, en aras de la imagen, en todos los casos el comportamiento público de un político es falsario; debemos aceptar lo importante que es conocer su modo de actuar en la vida privada para saber si será tolerante, corrupto o democrático cuando ejerza el poder.
Y Zermeño quiere repetir el intento de gobernar Coahuila. Intento fallido, hasta el momento.
El debate sobre vida pública y privada es nuevo, pero constante. Es hasta hace poco que los medios comenzaron a hurgar en terrenos antes vedados. Y a partir de ahí ha habido quienes sostienen que la segunda es intocable, tabú. Otros, en cambio, sostienen –como yo— que este asunto es parte del precio a pagar por el poder.
La tesis que impera, no obstante, es que asomarse a la vida privada de los políticos es posible sí éste acepta la invasión o intromisión.
Y en el caso referido, Zermeño –insisto— fue quien abrió la puerta de su alcoba nupcial, en un colorido reportaje para una revista "del corazón".
Lo hizo público, además, por invitar como testigo a un personaje cuyos gastos son sufragados por el erario de la Nación.
Si no quería reflectores sobre el tálamo nupcial, hubiese realizado una discreta ceremonia privada, ¿o no?