EN 6 AÑOS MEXICO SE CONVIRTIO EN EL PARAISO PARA LOS EMPRESARIOS CORRUPTOS
Víctor M. Toledo
México: el laberinto de la actualidad
La nación duele y el dolor es profundo. Especialmente para aquellos ciudadanos que, sin pertenecer a ninguna agrupación política, somos conscientes del embrollo cada vez más complicado en el que se encuentra la República. A la degradación de valores, la despiadada inequidad social, la dilapidación de enormes riquezas naturales, la prepotencia de mercaderes y políticos, el desmantelamiento de numerosas instituciones sociales, el insaciable deseo de lucro, la venalidad del Poder Judicial desde agentes de Ministerio Público hasta ministros, se suman corrupción generalizada, continua transgresión de la ley y concentración obscena de la riqueza económica.
El "sexenio del cambio" superó, y con creces, los nefastos periodos de los tlatoanis priístas: en los últimos seis años un grupo de 20 compañías alcanzaron a controlar 70 por ciento de la riqueza generada, con ganancias anuales hasta de 500 por ciento. Diez de los principales barones del país lograron utilidades netas por casi 30 mil millones de dólares en 2005 (los mismos que apoyaron lícita e ilícitamente a Felipe Calderón), y el país se convirtió en uno de los principales paraísos del monopolio en el mundo: telecomunicaciones, minería, cemento, bancos, papel, industria cervecera y refresquera, radio y televisión, pan industrial y tortillas son hoy ámbitos dominados por unas muy pocas empresas.
Mientras los mexicanos observamos estas "orgías del capital", la mitad de los jóvenes de entre 12 y 30 años no estudian, los salarios mínimos se "incrementaron" 1.89 pesos al año, 30 millones de trabajadores perciben menos de un salario mínimo, y el poder adquisitivo se cayó durante el último sexenio en 22 por ciento. Esta "catástrofe nacional" (si alguien le pregunta al lector lo que significa la palabra "neoliberalismo" sugerimos lo remita a estos últimos párrafos) viene todavía acompañada por tres tipos de aderezos:
Uno, si no se adopta de inmediato una renovada estrategia para recuperar seriamente reservas y producción, el petróleo en México dejará de manar en ¡10 años! (véanse los esclarecedores artículos de José Antonio Rojas Nieto en La Jornada). Dos, si no se modifica la tendencia a importar alimentos, se disuelve el monopolio en que se ha convertido la industria del maíz y se cancela el proyecto de las corporaciones que insisten en introducir las variedades transgénicas de ese cereal básico, el país entrará en una fase de completa dependencia alimentaria. Y tres, urge una política que descentralice, racionalice la distribución y confirme el carácter público del agua. En los tres casos energía, alimentos y agua el país necesita una política de emergencia para garantizar la autosuficiencia en estos sectores estratégicos, y ello implica sendas políticas de reconversión hacia las energías alternativas, la agricultura ecológica y el manejo democrático, local y eficiente del agua.
La realidad del país es, pues, un laberinto, un nudo de nudos, un angustiante armazón de problemas que se retroalimentan y se potencian a velocidades cada vez mayores, y que incrementan, día con día, el riesgo de la explosión, la posibilidad del colapso. El solo hecho de que el presupuesto del año haya sido dirigido con toda intención a golpear, no a estimular, las válvulas de escape de este "coctel explosivo" (educación, ciencia, tecnología, arte, grupos indígenas, recursos naturales, petróleo, maíz) es un indicador de que la torpeza, la ceguera o la demencia continúan conduciendo el devenir del país.
Frente a este panorama dramático, ¿qué hacer?, ¿cómo retomar la sensatez?, ¿por dónde comenzar? El primer hecho a reconocer es que los sectores conscientes del país, políticos y ciudadanos, carecen de un proyecto alternativo de nación al neoliberalismo, lo que impide disponer de una plataforma básica de objetivos (un programa mínimo) y dificulta la construcción de un gran frente transformador. Lo anterior surge en parte como consecuencia de la crisis universal del pensamiento crítico o de "izquierda", y en parte en razón de la propia confusión, anacronismo y dogmatismo de los principales dirigentes e instituciones políticas de la oposición, a lo largo de todo su espectro.
Salir de la tremenda crisis que hoy afecta a México requiere obligatoriamente de una profunda y cuidadosa reflexión en torno a la idea de desarrollo, a la visión de modernidad.
Extraña que el ejercicio ineludible no se haya hecho a pesar de las recientes e inmensas movilizaciones ciudadanas, de la lucha poselectoral contra la elección fraudulenta, y de la rebelión oaxaqueña. Nadie, ninguna agrupación, institución o colectivo ha convocado, en estos tiempos tan difíciles, a realizar una reflexión crítica sobre el presente y el futuro del país. Ningún foro ha sido organizado para explorar con seriedad las posibles salidas.
La tarea debe abordar el laberinto al menos en dos planos: la del país con todas sus peculiaridades, historias, matices y especificidades, y la del país inscrito en la gran crisis del mundo contemporáneo, que es una crisis de la modernidad, de la civilización industrial y, cada vez más, de la especie humana. El reto es entonces entender la naturaleza de la crisis mexicana como un fenómeno particular de un proceso más general de escala global o planetario, sin olvidar que también existen especificidades que le son únicas.
Ello obliga a comenzar recurriendo a pensadores claves, a autores de vanguardia (hoy escasísimos), a obras esclarecedoras (anteriores o actuales), tanto nacionales como de índole mundial: Alfonso Reyes, Octavio Paz, Guillermo Bonfil, Carlos Fuentes, Luis Villoro, pero también Ulrich Beck, Joseph Stiglitz, Immanuel Wallerstein, Edgar Morin, James Lovelock, Francisco Garrido-Peña. Estos, y otros autores más, nos trazan las líneas a explorar, y nos ofrecen los mínimos basamentos para construir una visión de futuro. A avanzar en esta reflexión crítica dedicaremos las próximas entregas. Entonces veremos si es posible dar el primer paso: descifrar el laberinto.
La nación duele y el dolor es profundo. Especialmente para aquellos ciudadanos que, sin pertenecer a ninguna agrupación política, somos conscientes del embrollo cada vez más complicado en el que se encuentra la República. A la degradación de valores, la despiadada inequidad social, la dilapidación de enormes riquezas naturales, la prepotencia de mercaderes y políticos, el desmantelamiento de numerosas instituciones sociales, el insaciable deseo de lucro, la venalidad del Poder Judicial desde agentes de Ministerio Público hasta ministros, se suman corrupción generalizada, continua transgresión de la ley y concentración obscena de la riqueza económica.
El "sexenio del cambio" superó, y con creces, los nefastos periodos de los tlatoanis priístas: en los últimos seis años un grupo de 20 compañías alcanzaron a controlar 70 por ciento de la riqueza generada, con ganancias anuales hasta de 500 por ciento. Diez de los principales barones del país lograron utilidades netas por casi 30 mil millones de dólares en 2005 (los mismos que apoyaron lícita e ilícitamente a Felipe Calderón), y el país se convirtió en uno de los principales paraísos del monopolio en el mundo: telecomunicaciones, minería, cemento, bancos, papel, industria cervecera y refresquera, radio y televisión, pan industrial y tortillas son hoy ámbitos dominados por unas muy pocas empresas.
Mientras los mexicanos observamos estas "orgías del capital", la mitad de los jóvenes de entre 12 y 30 años no estudian, los salarios mínimos se "incrementaron" 1.89 pesos al año, 30 millones de trabajadores perciben menos de un salario mínimo, y el poder adquisitivo se cayó durante el último sexenio en 22 por ciento. Esta "catástrofe nacional" (si alguien le pregunta al lector lo que significa la palabra "neoliberalismo" sugerimos lo remita a estos últimos párrafos) viene todavía acompañada por tres tipos de aderezos:
Uno, si no se adopta de inmediato una renovada estrategia para recuperar seriamente reservas y producción, el petróleo en México dejará de manar en ¡10 años! (véanse los esclarecedores artículos de José Antonio Rojas Nieto en La Jornada). Dos, si no se modifica la tendencia a importar alimentos, se disuelve el monopolio en que se ha convertido la industria del maíz y se cancela el proyecto de las corporaciones que insisten en introducir las variedades transgénicas de ese cereal básico, el país entrará en una fase de completa dependencia alimentaria. Y tres, urge una política que descentralice, racionalice la distribución y confirme el carácter público del agua. En los tres casos energía, alimentos y agua el país necesita una política de emergencia para garantizar la autosuficiencia en estos sectores estratégicos, y ello implica sendas políticas de reconversión hacia las energías alternativas, la agricultura ecológica y el manejo democrático, local y eficiente del agua.
La realidad del país es, pues, un laberinto, un nudo de nudos, un angustiante armazón de problemas que se retroalimentan y se potencian a velocidades cada vez mayores, y que incrementan, día con día, el riesgo de la explosión, la posibilidad del colapso. El solo hecho de que el presupuesto del año haya sido dirigido con toda intención a golpear, no a estimular, las válvulas de escape de este "coctel explosivo" (educación, ciencia, tecnología, arte, grupos indígenas, recursos naturales, petróleo, maíz) es un indicador de que la torpeza, la ceguera o la demencia continúan conduciendo el devenir del país.
Frente a este panorama dramático, ¿qué hacer?, ¿cómo retomar la sensatez?, ¿por dónde comenzar? El primer hecho a reconocer es que los sectores conscientes del país, políticos y ciudadanos, carecen de un proyecto alternativo de nación al neoliberalismo, lo que impide disponer de una plataforma básica de objetivos (un programa mínimo) y dificulta la construcción de un gran frente transformador. Lo anterior surge en parte como consecuencia de la crisis universal del pensamiento crítico o de "izquierda", y en parte en razón de la propia confusión, anacronismo y dogmatismo de los principales dirigentes e instituciones políticas de la oposición, a lo largo de todo su espectro.
Salir de la tremenda crisis que hoy afecta a México requiere obligatoriamente de una profunda y cuidadosa reflexión en torno a la idea de desarrollo, a la visión de modernidad.
Extraña que el ejercicio ineludible no se haya hecho a pesar de las recientes e inmensas movilizaciones ciudadanas, de la lucha poselectoral contra la elección fraudulenta, y de la rebelión oaxaqueña. Nadie, ninguna agrupación, institución o colectivo ha convocado, en estos tiempos tan difíciles, a realizar una reflexión crítica sobre el presente y el futuro del país. Ningún foro ha sido organizado para explorar con seriedad las posibles salidas.
La tarea debe abordar el laberinto al menos en dos planos: la del país con todas sus peculiaridades, historias, matices y especificidades, y la del país inscrito en la gran crisis del mundo contemporáneo, que es una crisis de la modernidad, de la civilización industrial y, cada vez más, de la especie humana. El reto es entonces entender la naturaleza de la crisis mexicana como un fenómeno particular de un proceso más general de escala global o planetario, sin olvidar que también existen especificidades que le son únicas.
Ello obliga a comenzar recurriendo a pensadores claves, a autores de vanguardia (hoy escasísimos), a obras esclarecedoras (anteriores o actuales), tanto nacionales como de índole mundial: Alfonso Reyes, Octavio Paz, Guillermo Bonfil, Carlos Fuentes, Luis Villoro, pero también Ulrich Beck, Joseph Stiglitz, Immanuel Wallerstein, Edgar Morin, James Lovelock, Francisco Garrido-Peña. Estos, y otros autores más, nos trazan las líneas a explorar, y nos ofrecen los mínimos basamentos para construir una visión de futuro. A avanzar en esta reflexión crítica dedicaremos las próximas entregas. Entonces veremos si es posible dar el primer paso: descifrar el laberinto.