TODA LA FUERZA DEL PODER EN CONTRA DE "AMLO"

ERROR HISTÓRICO… ¿DE QUIÉN?

Ciertamente, desprestigiar, desautorizar, hacer que pierdan toda credibilidad ante los ciudadanos las instituciones del Estado, es un asunto grave que puede acarrear fatales consecuencias para la estabilidad social en el mediano o largo plazos. Por eso es una necesidad que todos los ciudadanos, en primer lugar aquellos que ostentan algún cargo o responsabilidad pública, cuiden celosamente la integridad moral, ética y jurídica de dichas instituciones, so pena de que, de no hacerlo, serán los directamente culpables de socavar los cimientos de la paz y de la tranquila convivencia de la población. Pero hay que tener claro que quienes erosionan el prestigio y la autoridad de una institución no son quienes, en uso de sus legítimos derechos, exigen que la misma transparente y legitime su actuación, sus decisiones y sus resultados, de modo tal que no quede resquicio alguno para la sospecha; por el contrario, bien miradas las cosas, quienes así actúan refuerzan y consolidan las estructuras del poder, pues de ese modo las obligan a desempeñarse con entera rectitud y con estricto apego a la normatividad respectiva. Los verdaderos enemigos de las instituciones, los que realmente contribuyen a su demolición, son quienes las prostituyen, quienes las sacan de sus términos y las obligan a cumplir tareas y cometidos no sólo ajenos, sino incluso opuestos, a su rol legalmente establecido. Nada desprestigia más a un organismo estatal, nada lo devalúa más ante la opinión pública, que el hecho de prestarse a servir no a la causa, no a la función para la cual fue creado, sino a intereses ajenos al bienestar nacional.

Igualmente grave, o aun más si se quiere, es atacar a la democracia, desobedecerla, poner en duda su eficacia histórica para resolver, en paz y mediante el acatamiento generalizado de sus reglas básicas, las cuestiones relativas al poder político, las disputas que en torno a este tema central tienen que surgir, necesariamente, en el seno de una sociedad viva y con auténtica libertad individual. Pero también aquí es necesario tener claro que quienes atacan y debilitan a la democracia no son los que, acogiéndose a sus garantías individuales y sociales, salen a las calles a defender lo que de buena fe creen que les pertenece, por haberlo ganado de acuerdo con las propias reglas democráticas. Sus verdaderos enemigos son los que la quieren convertir en patrimonio propio, en instrumento exclusivo de sus intereses de grupo. Sus zapadores son los que la mutilan, los que excluyen de antemano la posibilidad de que, con ella como herramienta de lucha legal, llegue al poder un gobierno popular, es decir, uno cuyo proyecto ponga en el centro de sus acciones y preocupaciones el interés de las mayorías hasta hoy olvidadas y marginadas, que se proponga corregir en serio los excesos de un capitalismo deshumanizado que sólo se ocupa de generar riqueza, pero no de su distribución justa y equitativa. Para ese tipo de gente, la democracia sólo es buena, sólo es verdadera democracia, si le garantiza que el poder permanecerá siempre en sus manos, y que el pueblo y sus representantes no lo alcanzarán jamás, ni siquiera por equivocación.

La actual campaña mediática en contra de López Obrador y seguidores, nos dice a todas horas que lo que están haciendo debilita a las instituciones y pone en riesgo nuestro sagrado régimen democrático; que están cometiendo un “error histórico” de imprevisibles consecuencias. Pero yo (y me consta que muchos mexicanos más) me pregunto: ¿Por qué debilitan a las instituciones electorales sólo porque exigen el recuento de todos los votos emitidos el 2 de julio? ¿Qué pasaría realmente si el TRIFE, en un gesto de verdadera sensatez y patriotismo, acordara el voto por voto y casilla por casilla? Siguiendo la lógica de los seguidores del Lic. Felipe Calderón, es decir, aceptando que éste haya ganado real y legítimamente la elección, es obvio que el recuento sólo traería beneficios para todos los actores: el candidato ganador legitimaría su victoria, las instituciones electorales elevarían su autoridad a niveles insospechados y los perredistas quedarían sin un solo argumento válido para seguir su lucha. En cambio, la medida contraria, es decir, el no conceder el recuento, sólo traerá, como lo está haciendo ya, efectos directamente opuestos: aumento de la suspicacia de fraude, pérdida de confianza en las instituciones electorales y creciente apoyo (no importa si callado y pasivo) a la causa de López Obrador. Así pues, ¿quién desprestigia y debilita a las instituciones electorales?

Finalmente, la intensa campaña de epítetos y sinrazones en contra de López Obrador, claramente orquestada desde las altas esferas del poder político y económico, que comenzó como todos sabemos desde antes de las elecciones, no se recata a últimas fechas para confesar que el problema no es el recuento de los votos, sino impedir que el perredista llegue al poder, cueste lo que cueste. O sea, el obstáculo no es la cantidad de votos obtenida en las urnas sino el carácter del candidato, su programa tentativo de gobierno que choca frontalmente con los intereses y propósitos de las élites. Estamos, pues, ante una democracia acotada, mutilada, que puede servir para todo, menos para que llegue al poder una corriente popular, así sea la más racional y moderada, como es el caso de López Obrador y el PRD. Por tanto ¿quién atenta contra nuestra incipiente democracia?

Y ciertamente, devaluar las instituciones, hacer que la gente pierda confianza en la democracia como medio seguro para dirimir la cuestión del poder político, es sumamente peligroso porque refuerza el radicalismo ciego, porque da argumentos inmejorables a quienes postulan la vía armada como único recurso para la liberación del pueblo. Hacer ambas cosas es un error histórico, pero un error histórico… ¿De quién?

México, D. F., a 30 de agosto de 2006.

*Líder nacional de Antorcha Campesina

AE