SOBRE LA VISITA DEL ESPURIO A USA
León Bendesky
El reino del error
Hay dos declaraciones recientes que conviene no dejar pasar de largo. Una la hizo el presidente electo, otra el secretario de Hacienda. El primero dijo en su visita a Washington de hace unos días que habrá de enfrentar sus propias circunstancias en el poder (La Jornada, 10/11/06), como si no fuera suficientemente obvio, y remató con el argumento de que él no era Salinas ni Zedillo ni Fox, asunto que habrá de demostrar con los hechos y sobre lo que hay muchas dudas.
Esa visita protocolaria, que no política, fue arreglada en una fecha poco efectiva en materia diplomática, sólo un día después de unas complicadas elecciones legislativas. Cualquiera que hubiera sido el resultado, es claro que el caso mexicano no era en ese momento de relevancia para Bush (no parece serlo en ningún momento). Tampoco era la ocasión para una visita de cortesía, que más bien puede haber sido un cartucho quemado en balde. Todo ese acto fue más inoportuno, toda vez que Bush perdió el control del Congreso y cambiaron radicalmente las condiciones de su presidencia.
No es buena señal con respecto a la organización del equipo de trabajo calderonista y menos de quien dirige para él los asuntos internacionales. No vaya a ser que acabemos extrañando al canciller Derbez.
Con Estados Unidos la relación no se limita al problema migratorio, a pesar de la relevancia que tiene para la sociedad mexicana. La forzada migración de cientos de miles de personas cada año por falta de oportunidades es una gran mancha en la política nacional, que ni el optimismo que afecta al presidente Fox puede ocultar.
La política exterior mexicana no tiene rumbo, está sometida a una dinámica sobre la que ha perdido control; para un país con la ubicación geográfica y la gran dependencia económica con Estados Unidos, la relación con este país debe ser replanteada para obtener beneficios que van mucho más allá de las exportaciones. Para eso, el presidente electo necesitará toda la experiencia de la que pueda disponer y no hacer nombramientos a la ligera en ese campo.
La segunda declaración fue del secretario de Hacienda, en un acto académico en el que inauguró el congreso de la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe (www.shcp.gob.mx, 02/11/06). El asunto que planteó es, sin duda, de relevancia: ¿aprovechamos en México las favorables condiciones internacionales de los cuatro últimos años para modificar el funcionamiento de la economía? La pregunta es oportuna, pues las tendencias establecidas por esas condiciones están ya cambiando y las perspectivas son muy inciertas.
El aspecto al que el funcionario pudo referirse de modo positivo es, en sus propias palabras, el tránsito "hacia la consolidación de las finanzas públicas y para alcanzar la anhelada estabilidad macroeconómica". Nadie puede estar satisfecho con la actual estabilidad financiera; tal vez haya, en cambio, muchos complacidos.
No hay un análisis profundo de los responsables de la hacienda pública sobre las bases técnicas de esa estabilidad. La experiencia indica que no se les puede emitir ningún cheque en blanco. El secretario señaló solamente el problema de las pensiones y de la enorme desarticulación del sistema impositivo, asuntos que durante su gestión fueron largamente pospuestos, mientras que otras asignaciones del gasto no han sido cuestionadas.
También destacó en su presentación lo poco que se avanzó en remover los obstáculos a la productividad, lo que constituye un freno para el crecimiento de la producción y del empleo. El tema se repite de modo constante sin que se acierte, a pesar de las incontables ajustes económicos y legales emprendidos durante 25 años, a modificar el entorno. Esa es una discusión muy amplia que no se resuelve con las reformas estructurales a las que siempre recurre este gobierno. Es un asunto sobre el cual Hacienda nunca ha probado los efectos favorables que se supone que provocará en el funcionamiento de las empresas. Ese no puede seguir siendo un acto de fe (como tampoco negar a priori los efectos que ellas puedan tener).
La productividad se asocia con muchos factores que no tienen que ver necesariamente con las reformas y sobre las cuales seguramente habrá un nuevo embate en el próximo gobierno. Ahora, por ejemplo, no se discute ya el papel que en este terreno tiene la política cambiaria. Amparados en el régimen flexible de fijar la paridad del peso frente al dólar, no se advierte que el peso puede estar otra vez sobrevaluado por la enorme entrada de divisas por remesas y la exportación de petróleo. Las divisas provienen ahora de una renta y no de mayor competitividad en los mercados externos.
La gestión hacendaria está basada en los mismos principios impuestos desde el gobierno de De la Madrid y seguidos a pie juntillas desde entonces. Para diferenciarse realmente de sus antecesores, el gobierno que quiere encabezar el presidente electo tendría que replantear de modo significativo su perspectiva. Sobre esto no hay muestra alguna de su parte. Sólo así podría ser posible que el próximo secretario de Hacienda, seguidor de las mismas doctrinas, no acabe su gestión valorando de la misma manera las condiciones de la economía.
El reino del error
Hay dos declaraciones recientes que conviene no dejar pasar de largo. Una la hizo el presidente electo, otra el secretario de Hacienda. El primero dijo en su visita a Washington de hace unos días que habrá de enfrentar sus propias circunstancias en el poder (La Jornada, 10/11/06), como si no fuera suficientemente obvio, y remató con el argumento de que él no era Salinas ni Zedillo ni Fox, asunto que habrá de demostrar con los hechos y sobre lo que hay muchas dudas.
Esa visita protocolaria, que no política, fue arreglada en una fecha poco efectiva en materia diplomática, sólo un día después de unas complicadas elecciones legislativas. Cualquiera que hubiera sido el resultado, es claro que el caso mexicano no era en ese momento de relevancia para Bush (no parece serlo en ningún momento). Tampoco era la ocasión para una visita de cortesía, que más bien puede haber sido un cartucho quemado en balde. Todo ese acto fue más inoportuno, toda vez que Bush perdió el control del Congreso y cambiaron radicalmente las condiciones de su presidencia.
No es buena señal con respecto a la organización del equipo de trabajo calderonista y menos de quien dirige para él los asuntos internacionales. No vaya a ser que acabemos extrañando al canciller Derbez.
Con Estados Unidos la relación no se limita al problema migratorio, a pesar de la relevancia que tiene para la sociedad mexicana. La forzada migración de cientos de miles de personas cada año por falta de oportunidades es una gran mancha en la política nacional, que ni el optimismo que afecta al presidente Fox puede ocultar.
La política exterior mexicana no tiene rumbo, está sometida a una dinámica sobre la que ha perdido control; para un país con la ubicación geográfica y la gran dependencia económica con Estados Unidos, la relación con este país debe ser replanteada para obtener beneficios que van mucho más allá de las exportaciones. Para eso, el presidente electo necesitará toda la experiencia de la que pueda disponer y no hacer nombramientos a la ligera en ese campo.
La segunda declaración fue del secretario de Hacienda, en un acto académico en el que inauguró el congreso de la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe (www.shcp.gob.mx, 02/11/06). El asunto que planteó es, sin duda, de relevancia: ¿aprovechamos en México las favorables condiciones internacionales de los cuatro últimos años para modificar el funcionamiento de la economía? La pregunta es oportuna, pues las tendencias establecidas por esas condiciones están ya cambiando y las perspectivas son muy inciertas.
El aspecto al que el funcionario pudo referirse de modo positivo es, en sus propias palabras, el tránsito "hacia la consolidación de las finanzas públicas y para alcanzar la anhelada estabilidad macroeconómica". Nadie puede estar satisfecho con la actual estabilidad financiera; tal vez haya, en cambio, muchos complacidos.
No hay un análisis profundo de los responsables de la hacienda pública sobre las bases técnicas de esa estabilidad. La experiencia indica que no se les puede emitir ningún cheque en blanco. El secretario señaló solamente el problema de las pensiones y de la enorme desarticulación del sistema impositivo, asuntos que durante su gestión fueron largamente pospuestos, mientras que otras asignaciones del gasto no han sido cuestionadas.
También destacó en su presentación lo poco que se avanzó en remover los obstáculos a la productividad, lo que constituye un freno para el crecimiento de la producción y del empleo. El tema se repite de modo constante sin que se acierte, a pesar de las incontables ajustes económicos y legales emprendidos durante 25 años, a modificar el entorno. Esa es una discusión muy amplia que no se resuelve con las reformas estructurales a las que siempre recurre este gobierno. Es un asunto sobre el cual Hacienda nunca ha probado los efectos favorables que se supone que provocará en el funcionamiento de las empresas. Ese no puede seguir siendo un acto de fe (como tampoco negar a priori los efectos que ellas puedan tener).
La productividad se asocia con muchos factores que no tienen que ver necesariamente con las reformas y sobre las cuales seguramente habrá un nuevo embate en el próximo gobierno. Ahora, por ejemplo, no se discute ya el papel que en este terreno tiene la política cambiaria. Amparados en el régimen flexible de fijar la paridad del peso frente al dólar, no se advierte que el peso puede estar otra vez sobrevaluado por la enorme entrada de divisas por remesas y la exportación de petróleo. Las divisas provienen ahora de una renta y no de mayor competitividad en los mercados externos.
La gestión hacendaria está basada en los mismos principios impuestos desde el gobierno de De la Madrid y seguidos a pie juntillas desde entonces. Para diferenciarse realmente de sus antecesores, el gobierno que quiere encabezar el presidente electo tendría que replantear de modo significativo su perspectiva. Sobre esto no hay muestra alguna de su parte. Sólo así podría ser posible que el próximo secretario de Hacienda, seguidor de las mismas doctrinas, no acabe su gestión valorando de la misma manera las condiciones de la economía.