LOS YUNQUISTAS Y SU DOBLE DISCURSO
Contradicciones y mentiras
carlos acosta córdova
México, D.F., 17 de noviembre (apro).- Más allá del ruido que suscitó el alza en los precios de la leche Liconsa, del diesel y la gasolina Premium, son muchas otras cosas las que sorprenden y preocupan. En realidad, sobre todo en el caso de los combustibles, las alzas son de poca monta. Por supuesto, impactarán a la larga el índice general de precios, pero no puede esperarse que desaten una espiral inflacionaria incontrolable. Eso no es lo relevante.
Importan más la forma y el momento en que se decretaron las alzas, las contradicciones del discurso oficial, el engaño y lo que el hecho anticipa en relación con las maneras en que el próximo gobierno resolverá algunos problemas económicos.
Un paréntesis obligado lo merece el tono en que el vocero presidencial, Rubén Aguilar, se refirió a los aumentos. Primero, fue una barbaridad de su parte decir que dichos aumentos no van a repercutir en la inflación. Por mínimo que sea, el impacto inflacionario será un hecho, pues no todas las empresas –en primer lugar, las del transporte-- tienen capacidad para asumir un aumento en sus costos por la vía de la productividad. La mayoría, tarde que temprano, empezarán a reflejar dicho aumento en sus precios. Luego, la irritante sorna con que minimizó el aumento a la gasolina Premium. “Entiendo que los más pobres no usan gasolina Premium”, respondió, de manera más que peregrina, a la pregunta de un reportero que le inquiría qué le va a decir el gobierno a la gente que gana el salario mínimo, que apenas sobrevive, y que de repente se enfrenta a una escalada de precios.
Sorprende, pues, el tono discriminatorio y ofensivo de un tipo instruido –Aguilar es licenciado en Filosofía, maestro en Sociología y doctor en Ciencias Sociales—y, sobre todo, que en una buena parte de su vida –no ahora, claro-- fue aliado de los más pobres, que fue sacerdote jesuita y que, además, participó abiertamente en movimientos guerrilleros en varias partes de América Latina. No se puede ser tan incongruente en la vida. Pueden ser explicables los bandazos, el trapecismo político, en función de objetivos materialistas; pero la conciencia no puede traicionarse de manera tan impune.
Quisiera creer que fue un lapsus brutus el de Rubén Aguilar, que incluso –por la lógica de sus palabras-- pudo llevarlo a decir “pinches pobres, de qué se quejan”, pero es tal la simbiosis, el contagio, con la mentalidad de Vicente Fox, que al igual que él, como ya va de salida, cree que puede decir cualquier pendejada, como la que dijo, también, en relación al aumento en el precio de la leche de Liconsa.
Pese al aumento de casi 30% --equivalente a un peso más por litro--, Aguilar minimizó: cuál es el problema, la leche de Liconsa sigue siendo “la más barata del mundo”. Otra vez, la misma lógica: Jódanse los más de 5 millones de consumidores de esa leche, que tendrán que pagar ahora ocho pesos por su bolsita de dos litros cada vez que vayan al local de distribución de Liconsa. Y en la renovada mentalidad de Aguilar, otra vez: de qué se quejan estos pobres, si todo les sale regalado.
Fuera de las impertinencias del vocero presidencial, importa destacar los aumentos en los combustibles no, como decía, por el impacto inmediato en los precios, sino por la forma y el momento en que se definen. Primero se vendió la idea en razón de una demanda de tipo ambiental –curiosamente el titular de la Semarnat, José Luis Luege, se mostró sorprendido por la decisión de Hacienda y de Pemex, pues no le avisaron y mucho menos lo consultaron--, pero al poco rato se priorizaron fundamentos económicos: como es cuantiosa la importación de gasolinas con bajo contenido de azufre, y la paraestatal no tiene capacidad para producirlas de manera suficiente para cubrir la demanda, había que allegarse de recursos para hacerle frente a esas importaciones.
Aquí el asunto es de cómo se quiere resolver los problemas económicos. La vía más fácil es trasladarles a los consumidores los costos de muchas insuficiencias e ineficiencias de la paraestatal y del gobierno mismo. El problema de fondo es, en el caso de Pemex, que ya se acabó el tiempo en que la extracción y explotación de crudo era fácil, rápida y relativamente barata. La declinación de pozos y cuencas tan importantes como Cantarell obliga necesariamente a inversiones extraordinarias para aprovechar las reservas probadas en aguas profundas. Y no se tiene el dinero suficiente, lo mismo porque se exprime brutalmente a Pemex que porque el gobierno ha sido incapaz de remontar la raquítica recaudación, de pena ajena frente a países no sólo de la OCDE, a la que México pertenece, sino a otros de similar desempeño.
Si ya Felipe Calderón y su virtual secretario de Hacienda, Agustín Carstens, han dicho que no habrá reforma fiscal en el corto plazo, además de que los precios internacionales del petróleo siguen cayendo, hay razones para pensar que las baterías seguirán enfocándose sobre los consumidores. Entonces, no es difícil pensar que en la agenda del próximo gobierno pueda haber otras sorpresas en materia de precios y tarifas de bienes y servicios públicos.
Obviamente, Calderón no podía empezar su gobierno con un golpe como este, mermada que está su credibilidad y legitimidad. Era preferible que Fox cargara con el costo político de medidas impopulares, mañosamente decididas, al más puro y viejo estilo priista de hacerlas después de las elecciones.
Pero como en este país todo puede pasar, no falta quien piense que precisamente por el poco crédito y aceptación pública con que Calderón asumirá la Presidencia, un golpe espectacular que lo acercaría a la gente sería revertir las alzas que se dieron esta semana y, para corresponder a sus promesas de campaña, hasta anunciaría reducciones en las tarifas eléctricas.
Si fuera el caso, Calderón empezaría aun peor su gobierno, pues no es posible iniciarlo armando todo un circo y tratar como menores de edad a los mexicanos.
Pero no adelantemos vísperas.
Fuente
México, D.F., 17 de noviembre (apro).- Más allá del ruido que suscitó el alza en los precios de la leche Liconsa, del diesel y la gasolina Premium, son muchas otras cosas las que sorprenden y preocupan. En realidad, sobre todo en el caso de los combustibles, las alzas son de poca monta. Por supuesto, impactarán a la larga el índice general de precios, pero no puede esperarse que desaten una espiral inflacionaria incontrolable. Eso no es lo relevante.
Importan más la forma y el momento en que se decretaron las alzas, las contradicciones del discurso oficial, el engaño y lo que el hecho anticipa en relación con las maneras en que el próximo gobierno resolverá algunos problemas económicos.
Un paréntesis obligado lo merece el tono en que el vocero presidencial, Rubén Aguilar, se refirió a los aumentos. Primero, fue una barbaridad de su parte decir que dichos aumentos no van a repercutir en la inflación. Por mínimo que sea, el impacto inflacionario será un hecho, pues no todas las empresas –en primer lugar, las del transporte-- tienen capacidad para asumir un aumento en sus costos por la vía de la productividad. La mayoría, tarde que temprano, empezarán a reflejar dicho aumento en sus precios. Luego, la irritante sorna con que minimizó el aumento a la gasolina Premium. “Entiendo que los más pobres no usan gasolina Premium”, respondió, de manera más que peregrina, a la pregunta de un reportero que le inquiría qué le va a decir el gobierno a la gente que gana el salario mínimo, que apenas sobrevive, y que de repente se enfrenta a una escalada de precios.
Sorprende, pues, el tono discriminatorio y ofensivo de un tipo instruido –Aguilar es licenciado en Filosofía, maestro en Sociología y doctor en Ciencias Sociales—y, sobre todo, que en una buena parte de su vida –no ahora, claro-- fue aliado de los más pobres, que fue sacerdote jesuita y que, además, participó abiertamente en movimientos guerrilleros en varias partes de América Latina. No se puede ser tan incongruente en la vida. Pueden ser explicables los bandazos, el trapecismo político, en función de objetivos materialistas; pero la conciencia no puede traicionarse de manera tan impune.
Quisiera creer que fue un lapsus brutus el de Rubén Aguilar, que incluso –por la lógica de sus palabras-- pudo llevarlo a decir “pinches pobres, de qué se quejan”, pero es tal la simbiosis, el contagio, con la mentalidad de Vicente Fox, que al igual que él, como ya va de salida, cree que puede decir cualquier pendejada, como la que dijo, también, en relación al aumento en el precio de la leche de Liconsa.
Pese al aumento de casi 30% --equivalente a un peso más por litro--, Aguilar minimizó: cuál es el problema, la leche de Liconsa sigue siendo “la más barata del mundo”. Otra vez, la misma lógica: Jódanse los más de 5 millones de consumidores de esa leche, que tendrán que pagar ahora ocho pesos por su bolsita de dos litros cada vez que vayan al local de distribución de Liconsa. Y en la renovada mentalidad de Aguilar, otra vez: de qué se quejan estos pobres, si todo les sale regalado.
Fuera de las impertinencias del vocero presidencial, importa destacar los aumentos en los combustibles no, como decía, por el impacto inmediato en los precios, sino por la forma y el momento en que se definen. Primero se vendió la idea en razón de una demanda de tipo ambiental –curiosamente el titular de la Semarnat, José Luis Luege, se mostró sorprendido por la decisión de Hacienda y de Pemex, pues no le avisaron y mucho menos lo consultaron--, pero al poco rato se priorizaron fundamentos económicos: como es cuantiosa la importación de gasolinas con bajo contenido de azufre, y la paraestatal no tiene capacidad para producirlas de manera suficiente para cubrir la demanda, había que allegarse de recursos para hacerle frente a esas importaciones.
Aquí el asunto es de cómo se quiere resolver los problemas económicos. La vía más fácil es trasladarles a los consumidores los costos de muchas insuficiencias e ineficiencias de la paraestatal y del gobierno mismo. El problema de fondo es, en el caso de Pemex, que ya se acabó el tiempo en que la extracción y explotación de crudo era fácil, rápida y relativamente barata. La declinación de pozos y cuencas tan importantes como Cantarell obliga necesariamente a inversiones extraordinarias para aprovechar las reservas probadas en aguas profundas. Y no se tiene el dinero suficiente, lo mismo porque se exprime brutalmente a Pemex que porque el gobierno ha sido incapaz de remontar la raquítica recaudación, de pena ajena frente a países no sólo de la OCDE, a la que México pertenece, sino a otros de similar desempeño.
Si ya Felipe Calderón y su virtual secretario de Hacienda, Agustín Carstens, han dicho que no habrá reforma fiscal en el corto plazo, además de que los precios internacionales del petróleo siguen cayendo, hay razones para pensar que las baterías seguirán enfocándose sobre los consumidores. Entonces, no es difícil pensar que en la agenda del próximo gobierno pueda haber otras sorpresas en materia de precios y tarifas de bienes y servicios públicos.
Obviamente, Calderón no podía empezar su gobierno con un golpe como este, mermada que está su credibilidad y legitimidad. Era preferible que Fox cargara con el costo político de medidas impopulares, mañosamente decididas, al más puro y viejo estilo priista de hacerlas después de las elecciones.
Pero como en este país todo puede pasar, no falta quien piense que precisamente por el poco crédito y aceptación pública con que Calderón asumirá la Presidencia, un golpe espectacular que lo acercaría a la gente sería revertir las alzas que se dieron esta semana y, para corresponder a sus promesas de campaña, hasta anunciaría reducciones en las tarifas eléctricas.
Si fuera el caso, Calderón empezaría aun peor su gobierno, pues no es posible iniciarlo armando todo un circo y tratar como menores de edad a los mexicanos.
Pero no adelantemos vísperas.
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