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martes, 3 de octubre de 2006

TEHUACAN: LA SEMILLA DEL DIABLO

MARIO ESPINOSA: EL OTRO OBISPO QUE SUPO DE ABUSOS SEXUALES

Era la víspera del día de muertos, hace casi nueve años en Tehuacán, Puebla. El sacerdote Nicolás Aguilar se aseguró de que la puerta de su casa quedara bien cerrada y apretó el candado. El hombre de 56 años, con más de 80 kilos de peso, avanzó hacia Sergio S., entonces un joven de 14 años.No había alarma en el joven, tenía dos meses de ir al domicilio del padre, en la colonia Aeropuerto.El estudiante era puntual, iba todos los sábados y ese en particular, Nicolás le advirtió que se habría de quedar después de la clase para platicar sobre un retiro espiritual previsto para diciembre de ese año.Hasta el momento, todo era parte de la preparación que recibía para hacer su primera comunión. Respetaba profundamente al clérigo y su madre lo conocía, era una devota que participaba en la colecta de recursos en comunidades aledañas a la parroquia de San Vicente Ferrer, sede del padre Nicolás.Cuando se fue el último de los niños, menos Sergio, el cura metió su automóvil último modelo, plegó el portón y echó el candado.Y la suerte del muchacho.Caminó hacia él.El sacerdote le explicó qué necesitaba llevar al retiro espiritual cuando empezó a tocarle el brazo. El movimiento alertó al joven y quiso poner distancia hacia uno de los cuartos. Nicolás lo siguió, Sergio no le daba la espalda hasta que se topó con una mesa. El cura lo abrazó y le pasó la mano por la espalda. El cura no dejaba de hablar del encuentro religioso. La otra mano del sacerdote católico se hundió debajo del pantalón y de la trusa del niño a quien le agarró la mano para llevarla al pene del sacerdote. Sergio se resistió, lo empujó, pero el hombre lo apretó contra su cuerpo y lo intentó besar una y otra vez.Nicolás meció la cintura con fuerza, Sergio oponía las manos al pecho de su atacante, lo separaba, pero el religioso insistía y regresaba a comprimirlo contra la mesa hasta que se aflojó el cinturón del pantalón.Sergio ya estaba en el límite de su capacidad para resistir. Reclamó con fuerza que lo dejara y esto, según su declaración, llevó a que el sacerdote desistiera del uso de la fuerza.–¡Me voy a mi casa! –gritó.–Luego nos vamos, yo te voy a dejar en tu casa –intentó convencer el cura.–En verdad que ya me voy –insistió Sergio.Y el cura, con gesto molesto, se compuso el pantalón, apretó el cinturón y le advirtió con severidad que habría de guardar el secreto. Aún le advirtió que el siguiente sábado habría de pedir permiso para pasar la noche con él.


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