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miércoles, 19 de julio de 2006

Democracia si Dios quiere

Durante los comicios presidenciales de Estados Unidos en 2000, la empresa privada Choice Point fue acusada de haber manipulado el listado de votantes del estado de Florida para eliminar del padrón electoral a personas de origen hispano y afroestadunidense.

Investigaciones posteriores revelaron que bajo el lema "un mundo más seguro" Choice Point había vendido a distintas agencias del gobierno estadunidense datos personales sobre millones de ciudadanos del mundo. En América Latina, sin el consentimiento de sus gobiernos, y mucho menos de los ciudadanos, la empresa compró a precio de ganga registros de votantes, registros nacionales, licencias de conducir y otros listados de México, Colombia, Venezuela, Argentina, Brasil, Costa Rica, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua.

La manipulación fraudulenta de los datos privados es un acto ilegal. En principio, nos asiste el derecho de averiguar quién (o quiénes) pasaron a fulano y mengana nuestro número de teléfono para ofrecernos una y otra vez tarjetas de crédito de distintos colores, o vacaciones en Disneyworld y Cancún. La ley es clara. ¿Quién le entra?

Igualmente, las conjeturas acerca de un escrutinio electoral pueden conducir a una demanda legal. Sin embargo, probar si hubo o no fraude cibernético es más complicado. En el siglo pasado leíamos libros del tipo "yo participé en el golpe de Estado de Bombilandia". Al paso que vamos, en el futuro leeremos confesiones del tipo "yo programé el algoritmo requerido para que George W. Bush fuera elegido presidente".

Eso del algoritmo resulta algo simple y complejo a la vez. Un algoritmo es un método de ordenación (o de búsqueda). Si, por ejemplo, usted vive solo y acomoda sus calcetines en la cocina y la vajilla debajo de la cama, su algoritmo deberá ser corregido en caso de que decida vivir con otra persona. Quizá esta persona tenga un algoritmo de vida parecido al suyo, pero nunca igual. En aras de la convivencia ambos tendrán que resolver un algoritmo más complejo.

Luego de definir "algorítmicamente" las normas básicas de convivencia, usted y su pareja deciden sumar otras personas al equipo. Previsiblemente, el algoritmo del grupo se complicará. Todos pueden sentirse libres. Mas todos deben convenir en tirar de la cadena cuando van al baño. Quien no cumpla con la norma introducirá en el grupo un problema fuera de programa y muy difícil de resolver mediante un algoritmo. El grupo decidirá (políticamente) si desea o no aguantar al indeseable.

Empleamos algoritmos para resolver problemas, no para complicarnos la vida. Por esto, la definición de algoritmo es intuitiva y no exacta. Cuando contamos con los dedos de una mano o usamos un ábaco, procedemos de un modo algorítmico. El sistema numérico decimal, inventado por los árabes, es un algoritmo destinado a facilitar el cálculo. Tenemos tres unidades y contamos: uno, dos, tres. Pero si contamos uno, cuatro, nueve contamos mal porque introducimos un algoritmo (orden, programa) ajeno al convenido.

En el caso de las computadoras, las máquinas poco pueden si fallan los motores éticos y el contacto humano en el proceso de programarlas. Una computadora deber ser programada para formar y no meramente para informar. Las computadoras se "equivocan" si los programas diseñados para que funcionen introducen algoritmos que arrojan resultados ajenos al programa previamente acordado.

En Florida, el gobernador Jeb Bush encargó a Choice Point la elaboración de una lista a excluir del padrón electoral. La empresa introdujo el algoritmo requerido y 91 mil nombres se perdieron en el ciberespacio. Decenas de miles más fueron puestos en la lista de forma irregular porque el algoritmo introducido no reconocía los nombres que se parecían al de otras personas imposibilitadas de ejercer el voto. V.gr.: Willie Osteen se parecía a O'Steen, un ex condenado.

En el distrito Comal County (Texas), cuando tres candidatos republicanos lograron 18.181 votos cada uno, no fueron las "máquinas inteligentes" las que se equivocaron, sino los pícaros que las programaron de un modo poco inteligente. En otros distritos del estado dos candidatos republicanos obtuvieron una mayoría de votos infinitamente más grande que el padrón electoral. ¿Las máquinas estaban "locas"?

En su libro La mejor democracia que se puede comprar con dinero, el periodista Gregory Palast ofreció más pruebas de que "en el Norte profundo..." la democracia también puede "atascarse". En Texas los demócratas exigieron el conteo manual de los votos y el uso de computadoras nuevas. Los resultados les dieron la victoria.

Las autoridades electorales acabaron reconociendo que en algunos distritos el escáner para leer los votos tenía un "chip averiado": registraba los votos demócratas como votos republicanos. Qué pena. Pero en Estados Unidos la "democracia" jamás se da por vencida. En la pasada convención bianual los republicanos de Texas acabaron con estos líos y eligieron a Dios como "líder del partido".


http://www.jornada.unam.mx/2006/07/19/026a1pol.php