Las historias ocultas
Rumbo de México
Envueltos en el halo de las victorias de Oaxaca, Puebla y Sinaloa, construidas alrededor de la postulación de ex priístas, ni Jesús Ortega Martínez ni Cesar Nava Vázquez se sienten obligados a rendir cuentas por los retrocesos de sus respectivos partidos en tres entidades que antes controlaban con cuadros propios: Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas.
Particularmente en Tlaxcala, donde la alianza fue “de facto” y cocinada en el último momento, hay una historia que merece atención porque permite advertir cómo quienes llamaron a la construcción de coaliciones más allá de ideologías, con el argumento de que era la única manera de derrotar los cacicazgos del dinosaurio priísta, tienen exactamente la misma concepción caciquil, clientelar y patrimonialista de la política, que tanto critican en el tricolor y contra la que dicen luchar.
Aunque la declinación de última hora de Minerva Hernández, candidata a gobernadora del PRD, se construyó desde la ciudad de México, la idea tuvo su origen en Zacatecas, en las oficinas de la todavía gobernadora, Amalia García Medina. La ex presidenta nacional del PRD jugó esa carta como un recurso desesperado en busca de detener la caída de su candidato, Antonio Mejía Haro, quien llevaba varias semanas viéndose superado 2 a 1 por el abanderado priísta, Miguel Alonso Reyes, y en algunas mediciones aparecía incluso atrás del candidato panista Cuauhtémoc Calderón Galván. Apanicada por las repercusiones que en su persona y su familia tendría una eventual victoria priísta, Amalia “vendió” en la cupula del DIA la propuesta de intercambiar una declinación perredista en Tlaxcala a favor del PAN por la declinación del abanderado panista en Zacatecas a favor del alicaído candidato del PRD. Para impulsar lo que parecía una autentica locura a destiempo, la gobernadora se acercó a Manuel Camacho Solís, quien no necesitó mucho para encuerdar al siempre dispuesto Jesús Ortega y luego convencer de la viabilidad de una nueva alianza “de facto”, a un preocupado Cesar Nava que veía cómo Tlaxcala se le escapaba de las manos al blanquiazul.
Con el acuerdo tomado, los tres personajes se dirigieron a Tlaxcala para “convencer” a la senadora con licencia, Minerva Hernandez, de que había llegado el momento de negociar antes de perder. Para lograrlo le hicieron saber que estaban al tanto de varias “traiciones” perredistas y de sus propias reuniones con la dirigente priísta Beatriz Paredes Rangel, con quien según ellos negociaba una declinación a favor de Mariano González Zarur. Con esos antecedentes, ganar ya le resultaría imposible según le dijeron. Para convencer a Minerva, Camacho y Ortega le pusieron sobre la mesa la oferta de, además de posiciones en el próximo gobierno estatal, una fuerte indemnización económica, en billetes verdes, que compensaría los gastos de su campaña. El incentivo funcionó. Contra la opinión de parte de su equipo de campaña y a espaldas de la mayoría de los líderes locales del PRD en Tlaxcala, Minerva tomó su decisión y declinó de última hora a favor de la candidata panista Adriana Dávila Fernández.
El primer paso ya estaba dado y así, con la declinación perredista en Taxcala a favor del PAN, Camacho, Nava y Ortega volaron a Zacatecas para “bajar” de la candidatura blanquiazul a Cuahutémoc Calderón Galván. Era Nava quien llevaba la voz cantante en esa negociación pero, ya sea por falta de liderazgo o porque no le puso el empeño necesario, fracasó de manera rotunda. Con encuestas en la mano, Cuauhtémoc Calderón le dijo de manera contundente que iba en segundo lugar de las preferencias, que era un absurdo, además de una traición a la militancia, declinar a favor del que iba en tercer puesto. Incluso llegó al extremo de puntualizarle que bajo ninguna circunstancia renunciaría a la candidatura, y que en abono a la congruencia, le exigía operar para que fuera el perredista Mejía Haro quien declinara a su favor. Así que, Nava quien ya había obtenido lo que quería en Tlaxcala, rompió una vez más su palabra, ahora empeñada con Ortega y Camacho, y dejó ir hasta el final a su candidato en Zacatecas.
Sin embargo las cosas no resultaron como el panista esperaba, pues debido a que en Tlaxcala el acuerdo fue cupular y la compensación económica “por los gastos de campaña realizados” sólo alcanzó a Minerva Hernández, sorprendidos por la declinación a sus espaldas, una buena parte de los liderazgos intermedios del PRD en la entidad se convirtieron en el motor que le dio el último impulso a la campaña del priísta González Zarur, quien a la postre resultó el candidato ganador. Mientras tanto, en Zacatecas el incumplimiento de Nava confirmó que Amalia García se encuentra al borde de la ruina política, pues acabó de consolidar la que ya parecía una ventaja imposible de remontar del priísta Alonso Reyes.
En Zacatecas y Tlaxcala se juntaron el hambre con las ganas de comer.
Quienes conocen a Manuel Camacho saben que así es como hace política: con intrigas, maniobras ocultas y un costal de billetes siempre listo para comprar voluntades. Quienes conocen a Jesús Ortega desde los tiempos del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional no dudan en asegurar que siempre está listo y dispuesto para subastar su apoyo al mejor postor, y quienes saben de los excesos de Amalia García en Zacatecas , saben que la gobernadora estaba desesperada por evitar la entrega dela plaza, no tanto por su compromiso con el PRD sino por su seguridad personal.
Hoy sin embargo, es probable que al amparo de las victorias de ex priístas en Sinaloa, Puebla y Oaxaca, y de la euforia colectiva que despertó la derrota de personajes como Mario Marín y Ulises Ruiz, nadie pida cuentas de Tlaxcala y de Zacatecas a ninguno de los cuatro que maniobraron en esas elecciones