¿Y ahora qué le van a decir a Obama?
Por Esto: Julián Andrade
Fue un fin de semana de perros. A la larga lista de homicidios ahora hay que sumar la ejecución de una empleada del consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez y su esposo y la muerte de la pareja de otra trabajadora de esa misma oficina.
La violencia le pegó al presidente de Estados Unidos y uno de sus voceros, Mike Hammer, dice que Barack Obama “está indignado”. No es para menos. Ojalá que el crimen se investigue y se aprese a los culpables. Eso sí sería novedad, ya que la mayoría de estos hechos ni siquiera merece una indagatoria más o menos adecuada.
¿Por qué ocurre así? Supongo que una de las explicaciones radica en que las autoridades se creen aquello de que la mayoría de los asesinados son “malosos” y que no merece la pena ocuparse mucho de quiénes y porqué los ajusticiaron.
El sábado el vocero del operativo conjunto en Chihuahua, Enrique Torres, soltó sus propias cuentas y le puso número a la sangría: “el 90 por ciento de las víctimas (de homicidio) tenían vínculos con el crimen organizado”. Torres no es juez, que se sepa, ni quienes cayeron abatidos fueron sujetos a juicio alguno, por lo que resulta aventurado calificarlos de delincuentes.
La ligereza con que actúan las autoridades también da pistas de lo que está ocurriendo. Si la mayoría de los que mueren en las balaceras son pillos, qué más da que entre ellos se cuele un par de “inocentes” o de “imprudentes” que estaban en un mal lugar y en el peor momento. En 2009 en Chihuahua se contabilizaron 2 mil homicidios dolosos y este año ya son poco más de 300.
Lo difícil vendrá ahora, cuando tengan que explicarle al gobierno de Estados Unidos en qué gráfica se debe colocar a sus ciudadanos asesinados.
Tampoco sabemos hasta dónde llegará el coraje de Obama, pero por lo pronto la autorización de sacar de la zona fronteriza a los familiares de los diplomáticos de Estados Unidos en México, da una idea de que el apoyo no necesariamente significa que se tenga confianza en los resultados y mucho menos en el corto plazo.
Es verdad que los cárteles de las drogas enfrentan una guerra interna de proporciones mayores. La alta violencia responde, en muchas ocasiones, a esta realidad. Los viejos jefes o están muertos o ya no tienen el mismo control de sus grupos y esto ha generado que los integrantes más jóvenes y violentos quieran el control de las organizaciones.
Pero nada de esto cambia lo más importante: el primer deber de la autoridad es garantizar la seguridad de los ciudadanos. Sin esto, lo demás es pura retórica y quien no lo crea que le pregunte al presidente Obama o de perdida a Hammer.
Fue un fin de semana de perros. A la larga lista de homicidios ahora hay que sumar la ejecución de una empleada del consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez y su esposo y la muerte de la pareja de otra trabajadora de esa misma oficina.
La violencia le pegó al presidente de Estados Unidos y uno de sus voceros, Mike Hammer, dice que Barack Obama “está indignado”. No es para menos. Ojalá que el crimen se investigue y se aprese a los culpables. Eso sí sería novedad, ya que la mayoría de estos hechos ni siquiera merece una indagatoria más o menos adecuada.
¿Por qué ocurre así? Supongo que una de las explicaciones radica en que las autoridades se creen aquello de que la mayoría de los asesinados son “malosos” y que no merece la pena ocuparse mucho de quiénes y porqué los ajusticiaron.
El sábado el vocero del operativo conjunto en Chihuahua, Enrique Torres, soltó sus propias cuentas y le puso número a la sangría: “el 90 por ciento de las víctimas (de homicidio) tenían vínculos con el crimen organizado”. Torres no es juez, que se sepa, ni quienes cayeron abatidos fueron sujetos a juicio alguno, por lo que resulta aventurado calificarlos de delincuentes.
La ligereza con que actúan las autoridades también da pistas de lo que está ocurriendo. Si la mayoría de los que mueren en las balaceras son pillos, qué más da que entre ellos se cuele un par de “inocentes” o de “imprudentes” que estaban en un mal lugar y en el peor momento. En 2009 en Chihuahua se contabilizaron 2 mil homicidios dolosos y este año ya son poco más de 300.
Lo difícil vendrá ahora, cuando tengan que explicarle al gobierno de Estados Unidos en qué gráfica se debe colocar a sus ciudadanos asesinados.
Tampoco sabemos hasta dónde llegará el coraje de Obama, pero por lo pronto la autorización de sacar de la zona fronteriza a los familiares de los diplomáticos de Estados Unidos en México, da una idea de que el apoyo no necesariamente significa que se tenga confianza en los resultados y mucho menos en el corto plazo.
Es verdad que los cárteles de las drogas enfrentan una guerra interna de proporciones mayores. La alta violencia responde, en muchas ocasiones, a esta realidad. Los viejos jefes o están muertos o ya no tienen el mismo control de sus grupos y esto ha generado que los integrantes más jóvenes y violentos quieran el control de las organizaciones.
Pero nada de esto cambia lo más importante: el primer deber de la autoridad es garantizar la seguridad de los ciudadanos. Sin esto, lo demás es pura retórica y quien no lo crea que le pregunte al presidente Obama o de perdida a Hammer.