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viernes, 18 de abril de 2008

México al límite

Ricardo Rocha

Aunque no lo parezca, Felipe Calderón tiene una última oportunidad de legitimación en la Presidencia de la República: aprovechar la complejidad angustiosa de la actual situación para emerger al fin como un estadista. La crisis como oportunidad de cambio.

Y es que vale recordar que ya dejó ir una, cuando al interior de su grupo se debatió muy intensamente si se aceptaba o no la demanda de voto por voto, casilla por casilla, lo que hubiera derivado en una Presidencia fuerte e indiscutible. Pero, según cuentan, se impuso el criterio de que “lo caido, caido”, y no había por qué exponer un triunfo, aun a riesgo de lo que ha ocurrido hasta ahora: una Presidencia duramente cuestionada por algunos millones de mexicanos que se siguen sintiendo lastimados y dolidos por julio de 2006. Eso es lo que subyace precisamente en esta confrontación por la reforma petrolera: una nueva edición del brutal enfrentamiento entre dos concepciones distintas de nación, con una carga enorme de desconfianzas y agravios. Una prueba de fuerza en la que ninguno quiere ceder. Un juego de vencidas a ganar o morir.

Lo que nadie está previendo es cómo vamos a quedar cuando termine esta lucha. Aunque todos sabemos que no serán buenas noticias. El país está ya exhausto. Confrontado como nunca por una materia tan social e históricamente sensible como nuestra riqueza petrolera. Así que cualquier esfuerzo para el control de daños se hace ahora o no se hace nunca. Lo demás, sobre el desgarramiento de vestiduras por la profanación del Congreso, es paisaje. Igual las acusaciones cruzadas de vendepatrias y saboteadores. Es el país el que debiera importarnos a todos.

Por eso, y a riesgo de parecer iluso, creo que Calderón tiene ante sí una oportunidad irrepetible. Él, más que nadie, debiera ser el primer interesado en un debate amplio, sensato y a profundidad. Una nueva sospecha ya no la aguanta. A ver, si está tan seguro de sus bondades, por qué no exponer su iniciativa a la prueba del ácido del cuestionamiento y la crítica. Y más aún, ampliar la discusión a otras propuestas de expertos y académicos interesados en un asunto tan crucial como es no sólo el Pemex que queremos, sino el Pemex que necesitamos. Adelantándome a los duros, no me parece que Calderón diera señales de debilidad o inseguridad; por el contrario, creo que se mostraría como un presidente responsable y maduro. Todavía puede ganar el debate sobre el debate, pero debe actuar firme y rápidamente.

La necesidad de una deliberación amplia y profunda es inobjetable para este momento de decisión. El argumento de que el país tiene prisa es absurdo. No se trata de rememorar a Bizancio con el sexo de los ángeles. Pero tampoco hay un solo argumento inteligente para oponerse a una discusión sensata de unas cuantas semanas. Si se insiste en un debate maquillado y una aprobación fast-track quedará la sombra de la duda y esto —bien lo saben ya— es lo peor que le puede pasar a un gobierno.

Eso sí, se suplica atentamente que no nos vuelvan a recetar otra campañita como la del tesoro escondido en el fondo del mar. Que ha sido no sólo una sádica tortura colectiva sino una explosiva prueba de que el gobierno cree que todos somos idiotas. Una dosis más y nadie será responsable de las consecuencias. Ya es hora, digo, de que haya una muestra de elemental respeto a la suma colectiva de nuestras inteligencias.

Total que ya no hay mañana. No sólo el Presidente sino el país entero está a prueba. Y claro que la responsabilidad mayor está en los principales actores políticos: en este caso, los senadores y diputados de PAN, PRI y FAP, que componen PRD, PT y Convergencia. Y conste que queremos debate, no circo. Se trata de una decisión histórica y no del tablado de la farsa.

En este propósito, los medios han de jugar un papel determinante: proyectar un debate, de cara a la nación, de la mejor manera posible; sin manipulaciones ni trampas; dejar el papel de atizadores del fuego y adoptar el de facilitadores del diálogo y la confrontación inteligente de ideas y propuestas. Sí, ya sé que todavía no es diciembre.

PD. Voto, aunque no cuente, por Jesús Ramírez. Por su talento, pasión y humildad debe quedarse como técnico del Tri.