LOS YUNQUISTAS SON TAN SADICOS QUE ENTRE ELLOS MISMOS SE DESTROZAN
Por Ricardo Monreal Avila
jueves, 07 de junio de 2007
La insana cercanía
Tanto fraude para nada". "Hice ganar al PAN en la elección más difícil de la historia y así me pagan". "Ingratos y traidores". Seguramente estos fueron algunos de los pensamientos del aún presidente del PAN, Manuel Espino, después del mal trato recibido durante la 20 asamblea nacional de su partido.
Y mientras sentía sobre su persona la pesada mirada del "primer panista del país", el señor Felipe Calderón, quien ni se inmutó frente a los veinte minutos de rechifla, abucheos y silbatinas tan agudas como sórdidas, Manuel Espino debió haber depositado una reflexión en su fuero más íntimo: "Me hubiera ido mejor con López Obrador o con Roberto Madrazo en Los Pinos...".
¿Qué hizo Espino para recibir tan mal trato? ¿Cuál fue su error político o, mejor dicho, su pecado político? Se puede decir que varios. Algunos veniales y uno capital. Los veniales: 1) haber ganado la partida y el partido hace tres años a dos distinguidos calderonistas, Carlos Medina Plascencia y Germán Martínez; 2) haber aplaudido la amonestación pública del presidente Fox a su entonces secretario de Energía, Felipe Calderón, que utilizaba su cargo público para promover "destapes apresurados", como el de Jalisco; 3) haber apoyado a un precandidato del PAN a la Presidencia de la República que no era Felipe Calderón; 4) haber operado la otra campaña presidencial, la del miedo y odio contra AMLO, coordinando empresarios, asociaciones civiles satélites del PAN y al propio gobierno federal, poniendo en riesgo la elección presidencial y colocándola a 0.54% de la anulación (para los seguidores de Espino, en cambio, sin esta espinosa campaña no estarían en el gobierno); 5) ser leal a la expareja presidencial, alentar la esquizofrenia del expresidente Fox, que quiere seguir siendo llamado Presidente, y hacer de la Organización Demócrata Cristiana de América su plataforma política; 6) buscar la reelección en la dirigencia del PAN sin el apoyo, permiso o venia del nuevo jefe del PAN que, desde la perspectiva del "priísta que todos llevamos dentro", también debe ser considerado jefe de gobierno y jefe de Estado.
Sin embargo, el pecado capital de Espino está en otra parte: creer en la separación y en la "sana distancia" entre partido y gobierno. Un postulado central del PAN cuando era oposición, cuando se concebía como una "brega de eternidades" y cuando a los panistas democráticos les preocupaba "ganar el gobierno, sin perder el partido". Hoy la prioridad es otra: cómo dominar, tutelar y absorber al partido desde el gobierno y convertirlo en el nuevo partido de Estado. En pocas palabras, cómo hacer del viejo PAN un nuevo PRI.
La postura de Espino a favor de un partido que fuera contrapeso del gobierno, vigilante de sus acciones y crítico de su actuación chocó de frente con la tesis de la "sana cercanía" que postula el ahora "primer panista del país".
Sin embargo, no hace muchos años, otro dirigente nacional del PAN de nombre Felipe
Calderón pensaba igual que Espino. Por ejemplo, el 16 de septiembre de 1996, con motivo de la asamblea nacional del PRI, el entonces primer priísta del país, Ernesto Zedillo, anunció la "sana distancia" entre el Presidente y su partido. El presidente del PAN puso en duda esa intención, pero señaló que si se lograba "sería un anuncio positivo y un avance democrático en el país" (Reforma, 16 de septiembre de 1996). Posteriormente, cada vez que Zedillo, sostenía encuentros con los priístas, el entonces presidente del PAN le recordaba a Zedillo su expresión de la "sana distancia" y sostenía que era "pura demagogia". Fue más allá. Cuestionó que el PRI pudiera practicar la "sana distancia", porque había nacido como apéndice del gobierno, mientras que el PAN sí podría hacerlo al llegar al poder público, "porque nosotros venimos de la sociedad" (Reforma, 4 de marzo de 1997).
Sin embargo, esta perspectiva cambió a partir de que el PAN asumió el poder público en el 2000. Desde entonces, la "sana distancia" aplaudida a Zedillo se trastocó en la necesidad de una "sana cercanía" entre el PAN y el gobierno. Lo que se vivió el pasado fin de semana en la asamblea nacional del PAN, fue la derrota no de Manuel Espino en lo particular, sino de una corriente al interior del PAN que creía y defendía la "sana distancia" entre el gobierno y su partido, tal como lo plantearon durante 60 años desde la oposición.
¿Es válido que un partido que llega al poder se convierta en gobierno y apoye las políticas públicas de éste? No sólo es válido, sino necesario. Así acontece en las democracias consolidadas. Sin embargo, el camino inverso, la conversión del gobierno en partido, es ilegal e ilegítimo. Y lo que vimos en la asamblea del PAN fue esa regresión antidemocrática, ya que se habilitó a un ejército de funcionarios federales de diversos rangos y categorías (desde directores generales hasta jefes de departamentos) como consejeros nacionales del PAN. Es la misma "mayoría calderonista" que abucheó, silbó y desplazó a los seguidores de Espino y su tesis de la "sana distancia".
La verdad es que detrás de la "sana cercanía" que actualmente postula el jefe del gobierno federal con su partido se esconde un insano propósito: convertir al PAN en el nuevo partido de Estado. Por varios caminos se busca este objetivo. Uno de ellos es desplazar al dirigente incómodo e impulsar un presidente-apéndice (que se recuerde, ningún Presidente priísta habría enviado a su secretario particular en funciones a dirigir su partido).
Otras acciones están en marcha. Confeccionar un gabinete de partido, en lugar de un gobierno de gabinete como en algún momento lo planteó el PAN. Partidizar los órganos ciudadanos, independientes y autónomos del Estado, como el IFE, promoviendo nombramientos de funcionarios "a modo". Diseñar una reforma electoral que privilegia la centralización y concentración política sobre el pluralismo y la diversidad social del país. Intentar controlar los nombramientos en el Poder Judicial, para ponerlo en sintonía con el Ejecutivo, y entre ambos poderes neutralizar al Legislativo.
Quien crea que el pasado fin de semana presenció el advenimiento de un nuevo partido, podría estar equivocado. Lo que vimos fue una insana cercanía, una absorción del PAN por el gobierno y un primer paso para reeditar el viejo PRI presidencialista, con todo y sus prácticas de antropofagia política.
jueves, 07 de junio de 2007
Tanto fraude para nada". "Hice ganar al PAN en la elección más difícil de la historia y así me pagan". "Ingratos y traidores". Seguramente estos fueron algunos de los pensamientos del aún presidente del PAN, Manuel Espino, después del mal trato recibido durante la 20 asamblea nacional de su partido.
Y mientras sentía sobre su persona la pesada mirada del "primer panista del país", el señor Felipe Calderón, quien ni se inmutó frente a los veinte minutos de rechifla, abucheos y silbatinas tan agudas como sórdidas, Manuel Espino debió haber depositado una reflexión en su fuero más íntimo: "Me hubiera ido mejor con López Obrador o con Roberto Madrazo en Los Pinos...".
¿Qué hizo Espino para recibir tan mal trato? ¿Cuál fue su error político o, mejor dicho, su pecado político? Se puede decir que varios. Algunos veniales y uno capital. Los veniales: 1) haber ganado la partida y el partido hace tres años a dos distinguidos calderonistas, Carlos Medina Plascencia y Germán Martínez; 2) haber aplaudido la amonestación pública del presidente Fox a su entonces secretario de Energía, Felipe Calderón, que utilizaba su cargo público para promover "destapes apresurados", como el de Jalisco; 3) haber apoyado a un precandidato del PAN a la Presidencia de la República que no era Felipe Calderón; 4) haber operado la otra campaña presidencial, la del miedo y odio contra AMLO, coordinando empresarios, asociaciones civiles satélites del PAN y al propio gobierno federal, poniendo en riesgo la elección presidencial y colocándola a 0.54% de la anulación (para los seguidores de Espino, en cambio, sin esta espinosa campaña no estarían en el gobierno); 5) ser leal a la expareja presidencial, alentar la esquizofrenia del expresidente Fox, que quiere seguir siendo llamado Presidente, y hacer de la Organización Demócrata Cristiana de América su plataforma política; 6) buscar la reelección en la dirigencia del PAN sin el apoyo, permiso o venia del nuevo jefe del PAN que, desde la perspectiva del "priísta que todos llevamos dentro", también debe ser considerado jefe de gobierno y jefe de Estado.
Sin embargo, el pecado capital de Espino está en otra parte: creer en la separación y en la "sana distancia" entre partido y gobierno. Un postulado central del PAN cuando era oposición, cuando se concebía como una "brega de eternidades" y cuando a los panistas democráticos les preocupaba "ganar el gobierno, sin perder el partido". Hoy la prioridad es otra: cómo dominar, tutelar y absorber al partido desde el gobierno y convertirlo en el nuevo partido de Estado. En pocas palabras, cómo hacer del viejo PAN un nuevo PRI.
La postura de Espino a favor de un partido que fuera contrapeso del gobierno, vigilante de sus acciones y crítico de su actuación chocó de frente con la tesis de la "sana cercanía" que postula el ahora "primer panista del país".
Sin embargo, no hace muchos años, otro dirigente nacional del PAN de nombre Felipe
Calderón pensaba igual que Espino. Por ejemplo, el 16 de septiembre de 1996, con motivo de la asamblea nacional del PRI, el entonces primer priísta del país, Ernesto Zedillo, anunció la "sana distancia" entre el Presidente y su partido. El presidente del PAN puso en duda esa intención, pero señaló que si se lograba "sería un anuncio positivo y un avance democrático en el país" (Reforma, 16 de septiembre de 1996). Posteriormente, cada vez que Zedillo, sostenía encuentros con los priístas, el entonces presidente del PAN le recordaba a Zedillo su expresión de la "sana distancia" y sostenía que era "pura demagogia". Fue más allá. Cuestionó que el PRI pudiera practicar la "sana distancia", porque había nacido como apéndice del gobierno, mientras que el PAN sí podría hacerlo al llegar al poder público, "porque nosotros venimos de la sociedad" (Reforma, 4 de marzo de 1997).
Sin embargo, esta perspectiva cambió a partir de que el PAN asumió el poder público en el 2000. Desde entonces, la "sana distancia" aplaudida a Zedillo se trastocó en la necesidad de una "sana cercanía" entre el PAN y el gobierno. Lo que se vivió el pasado fin de semana en la asamblea nacional del PAN, fue la derrota no de Manuel Espino en lo particular, sino de una corriente al interior del PAN que creía y defendía la "sana distancia" entre el gobierno y su partido, tal como lo plantearon durante 60 años desde la oposición.
¿Es válido que un partido que llega al poder se convierta en gobierno y apoye las políticas públicas de éste? No sólo es válido, sino necesario. Así acontece en las democracias consolidadas. Sin embargo, el camino inverso, la conversión del gobierno en partido, es ilegal e ilegítimo. Y lo que vimos en la asamblea del PAN fue esa regresión antidemocrática, ya que se habilitó a un ejército de funcionarios federales de diversos rangos y categorías (desde directores generales hasta jefes de departamentos) como consejeros nacionales del PAN. Es la misma "mayoría calderonista" que abucheó, silbó y desplazó a los seguidores de Espino y su tesis de la "sana distancia".
La verdad es que detrás de la "sana cercanía" que actualmente postula el jefe del gobierno federal con su partido se esconde un insano propósito: convertir al PAN en el nuevo partido de Estado. Por varios caminos se busca este objetivo. Uno de ellos es desplazar al dirigente incómodo e impulsar un presidente-apéndice (que se recuerde, ningún Presidente priísta habría enviado a su secretario particular en funciones a dirigir su partido).
Otras acciones están en marcha. Confeccionar un gabinete de partido, en lugar de un gobierno de gabinete como en algún momento lo planteó el PAN. Partidizar los órganos ciudadanos, independientes y autónomos del Estado, como el IFE, promoviendo nombramientos de funcionarios "a modo". Diseñar una reforma electoral que privilegia la centralización y concentración política sobre el pluralismo y la diversidad social del país. Intentar controlar los nombramientos en el Poder Judicial, para ponerlo en sintonía con el Ejecutivo, y entre ambos poderes neutralizar al Legislativo.
Quien crea que el pasado fin de semana presenció el advenimiento de un nuevo partido, podría estar equivocado. Lo que vimos fue una insana cercanía, una absorción del PAN por el gobierno y un primer paso para reeditar el viejo PRI presidencialista, con todo y sus prácticas de antropofagia política.