DESAFIO
Diario Libertad: Rafael Loret de Mola
*Dirigentes Partidistas
*Coherencia Extraviada
*Conflicto de Lealtades
Aunque debiera ser cuestión sólo de los militantes de cada instituto político, la conformación de los dirigentes partidistas devela los complejos intereses de grupo que imperan sobre los colectivos. Basta observar el perfil de cada cual para concluir que sus respectivos liderazgos no coinciden con el ideal democrático por el cual debiera privilegiarse, siempre, el sentir mayoritario sobre el faccioso aun cuando hayan estado respaldados por un mayor número de consejeros con derecho a tomar las decisiones internas no siempre coincidentes respecto al sentir de la militancia.
De los tres partidos con mayor representatividad política, el PRI es el que ha renovado su dirigencia más recientemente favoreciendo la causa de una tenaz mujer tlaxcalteca, ex gobernadora de su entidad y cortada a la vieja usanza disciplinaria, Beatriz Paredes Rangel. Pese a ello, no siempre acató las determinaciones cupulares cuando consideró que se ponía en riesgo a su grupo. Así fue, por ejemplo, cuando en su estado, tan cercano al Distrito Federal, la nominación de Héctor Ortiz como abanderado del PAN sirvió para que la señora Paredes trazara distancia y objetivos personales ante una decisión centralista, para ella inadecuada, dentro del PRI. Ortiz, finalmente, se impuso incluso a la parafernalia gubenamental que torpemente se desbordó para apoyar a la esposa del mandatario en funciones postulada por el PRD con la manifiesta oposición de buena parte de la dirigencia nacional perredista. PRD y PRI se desmantelaron internamente y el grupo de Beatriz, con Ortiz a la cabeza, quedó a salvo.
La otra cara de la moneda, la de la fidelidad, se evidenció en la vigorosa dama en dos etapas de enorme trascendencia: en la disputa con Roberto Madrazo por el liderazgo nacional del PRI en el empantanado terreno del zedillismo simulador y al registrarse como candidata a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, el año pasado, aun a sabiendas de sus casi nulas posibilidades de obtener una victoria dada la enorme distancia que separaba a la estructura priísta de la del PRD en la metrópoli en donde este partido se entronizó desde 1997, una década ya, con claras tendencias sociales que hicieron añicos al antiguo paternalismo priísta.
Si bien saludada con beneplácito por las bases de un partido en riesgo tras dos derrotas nacionales, Beatriz Paredes tiene severas dificultades para aglutinar a las distintas corrientes del partido que chocan cada vez con mayor frecuencia y dureza. Sobre todo las representadas por los ex presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo –los echeverrianos son pasado y los delamadridianos se adaptaron a la polarización-, que se disputan bastante más: sencillamente su cercanía... con la Casa Blanca. El pulso, hasta el momento, lo va ganando Zedillo aun cuando su antecesor, Salinas, maniobra con mayor capacidad en los escenarios internos. Y la señora Paredes está en medio tratando de navegar.
Queda claro que el mayor desafío para la señora Paredes –a quien le ha aparecido por ahí hasta un “hijo” al que no desea ver- es el de imponerse a la bifurcación señalada para intentar formar caudal común con el propósito, casi imposible, de recuperar lo perdido. Pero los priístas no entienden y negocian por su cuenta, afanosos en pro de la libertad de movimientos luego de muchos años de asfixia presidencialista y de comportamientos lacayunos. Acaso esta condición, anulada la vieja disciplina, es la que está llevando a los priístas al desahucio... en la misma ruta escogida, para mal, al abrazar la candidatura presidencial de Madrazo que sólo produjo cismas.
Debate
Si me refiero a la dirigente del PRI en el primer bloque de esta columna es porque, sin duda, su perfil es el que mejor refleja el carácter voluble de los políticos mexicanos incluso aquellos con mayor raigambre. Pero el mal no es exclusivo. Obsérvese a Leonel Cota Montaño, del PRD, ex gobernador de Baja California Sur, quien pretende lo imposible: adaptar su andar a la intransigencia incontestable de Andrés Manuel López Obrador y, al mismo tiempo, proceder de manera formal, institucional diríamos, hacia dentro del gobierno y, sobre todo, con relación a sus representantes en el Legislativo.
La paradoja es tremenda y conflictiva, sobre todo en los casos de los gobernadores perredistas amen del jefe del gobierno defeño, porque no es sencillo caminar entre dos aguas y pretender ser coherente en un océano de despistados y tránsfugas. El caso de Marcelo Ebrard merece capítulo aparte –y se lo daremos en próxima entrega- por cuanto a su impecable lealtad a la causa de una resistencia que no requiere de cismas dramáticos para disolverse; le basta con el desgaste natural que proviene del aislamiento y la destemplada convocatoria del abanderado central.
Para Cota, en cambio, el desafío es extremo. Bien sabe que buena parte del capital político de su partido está en manos del fogoso e implacable tabasqueño; igualmente tiene conciencia plena de que la proyección de sus cuadros básicos dependerá de bastante más que de las concentraciones callejeras si se apuesta por el sistema de partidos, incluso jugando con las anquilosadas reglas del sistema, y no por la anarquía. Porque, desde luego, luego de “perder” la Presidencia, mediando sólo medio punto porcentual entre el Palacio Nacional y la calle, obliga a asegurar la próxima alternancia por encima de las atoradas querellas de 2006.
La cuestión, desde luego, tiene que ver con la proyección real del liderazgo lópezobradorista y el inevitable desgaste del mismo fuera de la aureola del poder y sin los recursos emanados del gobierno defeño. Porque, claro, Ebrard no pierde la forma pero sabe que la única manera de crecer –él y su proyecto personal- es controlando el fondo, esto es su capacidad para hacer gobierno a pesar de los vientos anarquizantes. No es tarea sencilla ni para el jefe del gobierno del Distrito Federal ni, por supuesto, para el líder de un partido entre dos fuegos permanentes y además severamente contaminado por las arribazones de personajes con largas colas y afilados colmillos dispuestos a desplazar a los cuadros originales como ya lo hicieron dentro del equipo de Andrés Manuel.
Nadie sabe en el PRD para quien trabaja.
El Reto
Las circunstancias no son muy distintas en el partido gobernante, el PAN, en donde las posiciones se bifurcan dejándose sentir la influencia del grupo foxista que, más bien, aprovecha los espejismos no la operatividad del anquilosado Vicente. De allí el sostenido chantaje de Manuel Espino, dirigente nacional panista, frente a Felipe Calderón en su condición de mandatario acotado por el permanente cobro de facturas.
La perspectiva que sí es diferente es la de las interrelaciones de la dirigencia con el abanderado natural del partido. En el PRD, como ya expusimos, la pauta sigue dándola López Obrador; en el PAN, en cambio, la influencia del presidente Calderón n siquiera es paralela a la que ejerce su adversario principal hacia sus correligionarios. El desmarque, si bien entre los perredistas ya comienza también el escozor, ha sido muy pronunciado entre los panistas que conciben la política como un intercambio permanente de chantajes. Y no podría ser de otra manera cuando se evidencia que no sólo heredaron los viejos vicios del priísmo hegemónico sino también a algunas de sus mafias conocidas con “la maestra” Elba Esther a la cabeza.
Insisto: las dirigencias están acotando a sus partidos. Y la sociedad evoluciona a un ritmo mucho más acelerado aunque, paradójicamente, nos parezca lento.
La Anécdota
Cuando se fundó el PNR, abuelo del PRI, bajo la égida del general Plutarco Elías Calles, fue evidente el contrapeso hacia el poder presidencial: surgió así el “maximato”, encabezado por Calles, frente a presidentes títeres y dúctiles... hasta que llegó al poder el general Lázaro Cárdenas y expulsó del país a Don Plutarco con todos sus brazos ejecutores. Cárdenas acabó finiquitando al PNR sin desestimar la estructura territorial que derivó hacia la fundación del PRM, el Partido de la Revolución Mexicana.
Y cuando surgió el PAN, sobre el rastro del antiguo Partido Católico con gran resonancia en los Altos de Jalisco y El Bajío, su fundador, Don Manuel Gómez Morin, oriundo de la chihuahuense Batopilas, debió antes definirse a sí mismo. Por ello escribió a sus amigos acerca de cuál era el dilema mayor de su juventud:
--“Vacilo entre dedicarme a rico navegante en los negocios con bandera de pendejo... o lanzarme a profeta de un nuevo mundo alumbrado por el sol de la República Federal Socialista de los Soviets, cuya organización, tendencias y procedimientos me han cautivado.”
Conflictos de lealtades desde los orígenes.
*Dirigentes Partidistas
*Coherencia Extraviada
*Conflicto de Lealtades
Aunque debiera ser cuestión sólo de los militantes de cada instituto político, la conformación de los dirigentes partidistas devela los complejos intereses de grupo que imperan sobre los colectivos. Basta observar el perfil de cada cual para concluir que sus respectivos liderazgos no coinciden con el ideal democrático por el cual debiera privilegiarse, siempre, el sentir mayoritario sobre el faccioso aun cuando hayan estado respaldados por un mayor número de consejeros con derecho a tomar las decisiones internas no siempre coincidentes respecto al sentir de la militancia.
De los tres partidos con mayor representatividad política, el PRI es el que ha renovado su dirigencia más recientemente favoreciendo la causa de una tenaz mujer tlaxcalteca, ex gobernadora de su entidad y cortada a la vieja usanza disciplinaria, Beatriz Paredes Rangel. Pese a ello, no siempre acató las determinaciones cupulares cuando consideró que se ponía en riesgo a su grupo. Así fue, por ejemplo, cuando en su estado, tan cercano al Distrito Federal, la nominación de Héctor Ortiz como abanderado del PAN sirvió para que la señora Paredes trazara distancia y objetivos personales ante una decisión centralista, para ella inadecuada, dentro del PRI. Ortiz, finalmente, se impuso incluso a la parafernalia gubenamental que torpemente se desbordó para apoyar a la esposa del mandatario en funciones postulada por el PRD con la manifiesta oposición de buena parte de la dirigencia nacional perredista. PRD y PRI se desmantelaron internamente y el grupo de Beatriz, con Ortiz a la cabeza, quedó a salvo.
La otra cara de la moneda, la de la fidelidad, se evidenció en la vigorosa dama en dos etapas de enorme trascendencia: en la disputa con Roberto Madrazo por el liderazgo nacional del PRI en el empantanado terreno del zedillismo simulador y al registrarse como candidata a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, el año pasado, aun a sabiendas de sus casi nulas posibilidades de obtener una victoria dada la enorme distancia que separaba a la estructura priísta de la del PRD en la metrópoli en donde este partido se entronizó desde 1997, una década ya, con claras tendencias sociales que hicieron añicos al antiguo paternalismo priísta.
Si bien saludada con beneplácito por las bases de un partido en riesgo tras dos derrotas nacionales, Beatriz Paredes tiene severas dificultades para aglutinar a las distintas corrientes del partido que chocan cada vez con mayor frecuencia y dureza. Sobre todo las representadas por los ex presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo –los echeverrianos son pasado y los delamadridianos se adaptaron a la polarización-, que se disputan bastante más: sencillamente su cercanía... con la Casa Blanca. El pulso, hasta el momento, lo va ganando Zedillo aun cuando su antecesor, Salinas, maniobra con mayor capacidad en los escenarios internos. Y la señora Paredes está en medio tratando de navegar.
Queda claro que el mayor desafío para la señora Paredes –a quien le ha aparecido por ahí hasta un “hijo” al que no desea ver- es el de imponerse a la bifurcación señalada para intentar formar caudal común con el propósito, casi imposible, de recuperar lo perdido. Pero los priístas no entienden y negocian por su cuenta, afanosos en pro de la libertad de movimientos luego de muchos años de asfixia presidencialista y de comportamientos lacayunos. Acaso esta condición, anulada la vieja disciplina, es la que está llevando a los priístas al desahucio... en la misma ruta escogida, para mal, al abrazar la candidatura presidencial de Madrazo que sólo produjo cismas.
Debate
Si me refiero a la dirigente del PRI en el primer bloque de esta columna es porque, sin duda, su perfil es el que mejor refleja el carácter voluble de los políticos mexicanos incluso aquellos con mayor raigambre. Pero el mal no es exclusivo. Obsérvese a Leonel Cota Montaño, del PRD, ex gobernador de Baja California Sur, quien pretende lo imposible: adaptar su andar a la intransigencia incontestable de Andrés Manuel López Obrador y, al mismo tiempo, proceder de manera formal, institucional diríamos, hacia dentro del gobierno y, sobre todo, con relación a sus representantes en el Legislativo.
La paradoja es tremenda y conflictiva, sobre todo en los casos de los gobernadores perredistas amen del jefe del gobierno defeño, porque no es sencillo caminar entre dos aguas y pretender ser coherente en un océano de despistados y tránsfugas. El caso de Marcelo Ebrard merece capítulo aparte –y se lo daremos en próxima entrega- por cuanto a su impecable lealtad a la causa de una resistencia que no requiere de cismas dramáticos para disolverse; le basta con el desgaste natural que proviene del aislamiento y la destemplada convocatoria del abanderado central.
Para Cota, en cambio, el desafío es extremo. Bien sabe que buena parte del capital político de su partido está en manos del fogoso e implacable tabasqueño; igualmente tiene conciencia plena de que la proyección de sus cuadros básicos dependerá de bastante más que de las concentraciones callejeras si se apuesta por el sistema de partidos, incluso jugando con las anquilosadas reglas del sistema, y no por la anarquía. Porque, desde luego, luego de “perder” la Presidencia, mediando sólo medio punto porcentual entre el Palacio Nacional y la calle, obliga a asegurar la próxima alternancia por encima de las atoradas querellas de 2006.
La cuestión, desde luego, tiene que ver con la proyección real del liderazgo lópezobradorista y el inevitable desgaste del mismo fuera de la aureola del poder y sin los recursos emanados del gobierno defeño. Porque, claro, Ebrard no pierde la forma pero sabe que la única manera de crecer –él y su proyecto personal- es controlando el fondo, esto es su capacidad para hacer gobierno a pesar de los vientos anarquizantes. No es tarea sencilla ni para el jefe del gobierno del Distrito Federal ni, por supuesto, para el líder de un partido entre dos fuegos permanentes y además severamente contaminado por las arribazones de personajes con largas colas y afilados colmillos dispuestos a desplazar a los cuadros originales como ya lo hicieron dentro del equipo de Andrés Manuel.
Nadie sabe en el PRD para quien trabaja.
El Reto
Las circunstancias no son muy distintas en el partido gobernante, el PAN, en donde las posiciones se bifurcan dejándose sentir la influencia del grupo foxista que, más bien, aprovecha los espejismos no la operatividad del anquilosado Vicente. De allí el sostenido chantaje de Manuel Espino, dirigente nacional panista, frente a Felipe Calderón en su condición de mandatario acotado por el permanente cobro de facturas.
La perspectiva que sí es diferente es la de las interrelaciones de la dirigencia con el abanderado natural del partido. En el PRD, como ya expusimos, la pauta sigue dándola López Obrador; en el PAN, en cambio, la influencia del presidente Calderón n siquiera es paralela a la que ejerce su adversario principal hacia sus correligionarios. El desmarque, si bien entre los perredistas ya comienza también el escozor, ha sido muy pronunciado entre los panistas que conciben la política como un intercambio permanente de chantajes. Y no podría ser de otra manera cuando se evidencia que no sólo heredaron los viejos vicios del priísmo hegemónico sino también a algunas de sus mafias conocidas con “la maestra” Elba Esther a la cabeza.
Insisto: las dirigencias están acotando a sus partidos. Y la sociedad evoluciona a un ritmo mucho más acelerado aunque, paradójicamente, nos parezca lento.
La Anécdota
Cuando se fundó el PNR, abuelo del PRI, bajo la égida del general Plutarco Elías Calles, fue evidente el contrapeso hacia el poder presidencial: surgió así el “maximato”, encabezado por Calles, frente a presidentes títeres y dúctiles... hasta que llegó al poder el general Lázaro Cárdenas y expulsó del país a Don Plutarco con todos sus brazos ejecutores. Cárdenas acabó finiquitando al PNR sin desestimar la estructura territorial que derivó hacia la fundación del PRM, el Partido de la Revolución Mexicana.
Y cuando surgió el PAN, sobre el rastro del antiguo Partido Católico con gran resonancia en los Altos de Jalisco y El Bajío, su fundador, Don Manuel Gómez Morin, oriundo de la chihuahuense Batopilas, debió antes definirse a sí mismo. Por ello escribió a sus amigos acerca de cuál era el dilema mayor de su juventud:
--“Vacilo entre dedicarme a rico navegante en los negocios con bandera de pendejo... o lanzarme a profeta de un nuevo mundo alumbrado por el sol de la República Federal Socialista de los Soviets, cuya organización, tendencias y procedimientos me han cautivado.”
Conflictos de lealtades desde los orígenes.