RECONSTRUIR EL PAIS
Reconstruir al país
Mario Teodoro Ramírez
La alternativa que ha planteado López Obrador frente al fraude electoral y ante la actual crisis política, una Convención Democrática Nacional que apunte hacia una transformación de las instituciones del país, incluso hacia la convocatoria de un congreso constituyente, es lo mejor que puede sucederle a México hoy día.
Mario Teodoro Ramírez
La alternativa que ha planteado López Obrador frente al fraude electoral y ante la actual crisis política, una Convención Democrática Nacional que apunte hacia una transformación de las instituciones del país, incluso hacia la convocatoria de un congreso constituyente, es lo mejor que puede sucederle a México hoy día.
La propuesta rebasa el marco reducido de las políticas partidistas y de los intereses meramente inmediatos que se juegan en la actual coyuntura y ubica el núcleo de la problemática del país, esto es, el asunto central al que la sociedad mexicana debe avocarse y que nos permitirá poner las bases para la resolución de los grandes problemas nacionales (que son mucho más interesantes que el hecho de que un presidente lerdo y mendaz no haya podido leer su informe, o el que un “presidente” electo tenga que andar a salto de mata). Ofrece, además, una salida creativa y seria, claramente pacífica, al actual caos político nacional.
La tarea consiste precisamente en una amplia y radical reconstitución de las instituciones nacionales, particularmente de las instituciones políticas (el gobierno, el Congreso, el Poder Judicial, los órganos electorales, los partidos políticos, entre otros). El gobierno del “cambio” nos ha dejado como herencia el descrédito mayúsculo del orden institucional y la descomposición general del Estado. Como el rey Midas al revés, todo lo que tocó Fox lo convirtió en boñiga.
En lugar de avanzar, la sociedad mexicana está peor que en la época del PRI. El problema estriba en que los mecanismos de control del Estado por una oligarquía político-económica no fueron destruidos en la “transición” mexicana. Al contrario, se perfeccionaron hasta el colmo de la desvergüenza.
Las posiciones clasistas y groseramente racistas de la derecha mexicana y el empresariado reaccionario se difundieron durante la pasada campaña electoral y se siguen difundiendo sin recato alguno –el PRI logró durante 70 años mantenerlas a raya, o al menos negoció con ellas en los “oscurito” sin permitirles salir a la palestra–. Pero más allá de partidismos y posturas ideológicas, más allá de las teatralizaciones de nuestra clase política, el problema más grave del país es el paulatino desfase que se está dando entre el Estado y la sociedad: prácticamente la destrucción de la legitimidad del Estado por obra del grupúsculo gobernante (prianismo).
Mientras tanto, los problemas se agudizan al límite: exacerbación y polarización social, descomposición del tejido social, delincuencia desatada, marginación y pobreza acrecentadas, migración imparable, frivolidad mediática. Avances que la sociedad mexicana había apenas logrado –una relativa apertura y equilibrio en los medios electrónicos, vías para la consolidación de una estructura electoral recta– hoy se encuentran totalmente cancelados.
La desesperanza negociada y la desesperación inducida pueden llevar al país a caminos sin retorno. Por esto, e independientemente de cuál sea el resultado del intento actual de imponer a un presidente espurio e ilegítimo (y para colmo: ridículo), cooptado por los grupos más ultraderechistas y reaccionarios e incapaz de ninguna postura seria y responsable, la propuesta de transformar las instituciones políticas del país resulta ser no una alternativa entre otras, sino la salida ineludible para la sociedad mexicana en su conjunto.
De otra manera, y en el futuro inmediato, nadie podrá gobernar este país, y toda posibilidad de reconstrucción nacional estará cancelada. Lo más grave de las decisiones parciales y obtusas que han tomado los órganos electorales, particularmente del veredicto último del Tribunal Electoral, es que han abierto la compuerta para el retorno a las viejas prácticas de la ilegitimidad política.
Ahora el fraude está permitido, la ilegalidad y la injusticia están consagradas, el abstencionismo está justificado, el incumplimiento de normas es alentado. Esta es, y no simplemente el hecho de favorecer a un candidato, la responsabilidad mayor que ante la historia tienen los magistrados del Tribunal.
Renunciaron a la posibilidad de enderezar al país, de reestablecer la legalidad y la legitimidad del orden político nacional y de reinstaurar la confianza y la esperanza de la sociedad mexicana.
Prefirieron la gloria mediocre que otorga la connivencia con los poderosos a la gloria inmensa que la historia concede a quienes actúan con valor y saben tomar decisiones trascendentales para la sociedad, para y por el bien de todos precisamente.
Ciertamente, la transformación de las instituciones políticas del país deberá hacerse con el concurso de toda la sociedad y, mientras no estemos en una situación revolucionaria, tendrá que canalizarse desde las instituciones existentes –con todo lo disminuidas que se encuentran–.
Pero, sobre todo, y no nos sigamos haciendo tontos al respecto, ningún cambio profundo y verdadero podrá hacerse si no se cuenta con la movilización de la sociedad y con el desarrollo de un movimiento social crítico que empuje y presione, desde el ámbito “extra-institucional” y desde las vías no consuetudinarias del orden político, las transformaciones requeridas.
Ya estamos curados de esa promesa de que la única manera de hacer los cambios es “desde dentro”. Ese es el “gancho” que todos los políticos utilizan para llegar al poder, pero ya sabemos que una vez instalados ahí olvidan sin recato todo compromiso, mediatizan todo proyecto y terminan burlándose cínicamente de quienes creyeron en ellos.
Extra-institucional no significa –como vocifera el autoritarismo fascistoide– “extra-legalidad” o “ilegalidad”. Es falso que lo que no es legal sea “ilegal”. Sólo a una mentalidad que lleva el autoritarismo metido en la médula es capaz de concebir tamaña desproporción.
Más allá del orden institucional establecido en una sociedad, se encuentra una infinidad de posibilidades de acción y organización, de valoración y creatividad, de propuesta y apuesta de que son capaces los seres humanos cotidianamente y desde siempre.
Son los espacios concretos de la vida compartida, de la creatividad cultural y de la imaginación social, del pensamiento y el conocimiento, las formas de la vida ética; son, incluso, los espacios del auténtico y esencial ser político del ser humano.
Es la praxis no institucionalizada (o mejor, la praxis de las grandes y libres instituciones humanas: el lenguaje, el arte, la solidaridad comunitaria, los valores éticos, el conocimiento y la sabiduría) lo que, en verdad, es el fundamento de toda acción instituyente y de toda institución establecida.
No olvidemos el otro sentido de la palabra “institución”, que hace referencia no sólo a lo establecido y asentado (lo “instituido”), sino al acto mismo de “instituir”, esto es, al proceso creador de la acción humana.
Esta capacidad de institución, de re-institución, está siempre viva, siempre latente y siempre puede ser reactivada –para susto y desgracia de los retardatarios santificadores de las instituciones–. Pero ya lo sabemos, los “defensores” a ultranza de las instituciones lo único que defienden al fin es la posibilidad de seguirlas utilizando a su antojo y beneficio.
La movilización de la sociedad puede darse de muchas maneras, en muchos ámbitos y desde muchas trincheras.
La resistencia puede efectuarse de forma grupal y colectiva o de forma individual. No es un acto de impotencia o de debilidad, por el contrario: es la mayor potencia, el mayor poder.
El que viene de la entereza de las convicciones y de la fuerza de las razones, de la decisión de no traicionar, de no transar.
El que, cada día, agiganta la figura de López Obrador y, cada momento, empequeñece la de Calderón hasta perderlo. ¿El pobre hombre terminará por llevarse la silla presidencial a la buhardilla de su casa para poder sentarse en ella a gusto?